Clarín

Cambiar de nombre a los viejos colores

- Héctor García Blanco hgblanco@clarin.com

Pintar el interior de un hogar suele convertirs­e en un problema. Porque además de correr muebles y convivir con el polvillo, debemos enfrentar un drama superior: la elección de los colores y sus nuevos nombres modernos. Hace años, el rosa era rosa, el azul era azul y, a lo sumo, el rojo era carmín. Hoy, los colores se hacen llamar por vocablos inconcebib­les, y no es de extrañar que en la pinturería nos pregunten qué tal nos caería un calipso. ¿Nos están invitando un trago alcohólico? ¿Pretenden embriagarn­os para deshacerse de unas latas vencidas de aguarrás? Cuando descubrimo­s que se refieren a un tinte símil turquesa y no a un trago con sombrillit­a, ya es tarde para recuperar nuestra autoestima.

Bastante nos costó aprender en la secundaria que Burdeos es una ciudad francesa, para ahora tener que saber qué lugar ocupa en la paleta cromática, y si además nos combina con el sillón celestito que heredamos de la abuela. La palabra “ante” dejó de ser una preposició­n para señalar el color de la piel de bú- falo, como si uno supiera, al toque y con precisión, en qué gama vienen estampados estos mamíferos.

¿Y qué pasa con la pintura color melón? ¿Es amarilla, naranja o verde? ¿Hablamos de un melón maduro o medio pasado? ¿Requerimos la opinión de un pintor o del frutero amigo? Toda la pasión que le podemos poner a la nueva decoración del hogar, queda eliminada frente a dilemas de color como “bistre” o “gules” y a la falta de un lingüista con un master en pigmentos. Tal vez debamos llevar una lata de cada uno, y dejar que la vida y los responsabl­es de nombrar colores, nos sorprendan.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina