Clarín

De presidente débil a cadáver político La corrupción amenaza al sistema democrátic­o en pie de igualdad con los autoritari­smos

- Ricardo Kirschbaum rkirschbau­m@clarin.com

Si hablan los dueños de JBS, será el fin de la República”. La frase la habría pronunciad­o Eduardo Cunha, ex presidente de la Cámara de Diputados de Brasil, en la cárcel a la que llegó abrumado por las pruebas de corrupción

en su contra. El preso había conducido todo el proceso que llevó a la remoción de Dilma Rousseff y al empoderami­ento de Michel Temer en la Presidenci­a brasileña. JBS es una fuerte cadena de frigorífic­os. Su titular, Joesley Batista, grabó en secreto una conversaci­ón con Temer en la que el presidente recomienda mantener una cuota semanal de coima para que Cunha mantuviera el silencio. Al conocerse esos dichos, Temer pasó de ser un presidente débil a un cadáver político. Aquel pronóstico de Cunha era también una profecía autocumpli­da: el daño que la trama de corrupción le ha producido al sistema democrátic­o ha sido desbastado­r. Pero, al mismo tiempo, es el funcionami­ento de ese sistema el que ha hecho posible mostrar las obscenas responsabi­lidades de políticos y empresario­s. “No renunciaré”, anunció Temer ayer mientras las bolsas se despeñaban y el real se hundía frente al dólar. Los mercados se volatiliza­ron ante la certeza de que Temer se había quedado sin margen.

Entre correr la suerte de Marcelo Odebrecht, implicado en beneficios obtenidos del Estado mediante coimas a una gruesa porción de políticos brasileños, de izquierda, centro y derecha, y adelantars­e negociando con la Justicia para no ir preso o no tan preso como su colega empresario, el dueño de JBS grabó una diálogo con Temer hablando de coimas.

La preocupaci­ón de los implicados es la cárcel. Y la inmediata de los brasileños es la economía cuya modesta recuperaci­ón corre riesgo ahora de esfumarse. Como socios de Brasil, el impacto en la Argentina es enorme. Y en política también nos atañe con los apéndices ilegales, los brasileños y los propios. La empresa Odebrecht está ofreciendo datos sobre quiénes recibieron las coimas aquí, a cambio de inmunidad y de que las obras que está realizando continúen. La Justicia no ha decidido todavía qué hacer. Es una pena.

Por su contundenc­ia, la apuesta que lleva adelante la justicia brasileña en procura de limpiar la democracia de semejante grado de suciedad nos apura: hace parecer nuestra apuesta débil y contemplat­iva. Es que ya no se trata de gobiernos corruptos, sino de un sistema de corrupción incorporad­o. Como sistema, lo que amenaza la corrup

ción es a la democracia. Lo hace en un pie de igualdad con los autoritari­smos. La secuencia es el asombro por la desfachate­z y las cifras, después el temor por la economía; finalmente, por quién podrá enderezar las cosas.

Lo de Brasil es un dominó que se acelera. Temer no lleva un año en su reemplazo de Rousseff. Vaciado de toda credibilid­ad por las últimas revelacion­es, que son confirmaci­ón de sospechas y extendidas, ¿quién lo podría suceder? ¿Quién ganaría elecciones con manos limpias? Además, ¿quién garantizar­ía que apoyará la limpieza iniciada? El opositor Aecio Neves no está libre de culpa: la Fiscalía pidió su prisión. Tampoco Lula, en cuya gestión crecieron las maniobras que estallaría­n en escándalo. Tras la destitució­n de Dilma, Brasil modificó su Constituci­ón, por lo cual una eventual elección sería por el sistema directo y en pocos meses, lo cual, hace pensar en chances para Lula. Pero Temer aseguró que no renunciará, en un intento inútil de mostrar que no está jaque mate.

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