Las reacciones de los mercados demostraron que los “agentes económicos” perdieron la confianza en el hombre que les prometió impulsar leyes clave. Análisis
Un presidente que ya comenzó a perder el apoyo del establishment
En 24 horas un vendaval barrió con las expectativas de crecimiento y mejora de la actividad económica que se percibía los últimos días en Brasil. Había, aunque tenuemente, retornado el espíritu optimista de los hombres de negocios, lo que se tradujo en una ligera mejora del empleo y en un repunte, aunque incipiente, del consumo doméstico. Todo eso desa
pareció, literalmente, en un pestañeo. Las denuncias del empresario Joesley Batista, dueño del frigorífico gigante JBS, contra Michel Temer arrinconaron al gobierno. El jefe de Estado buscó recuperar un espacio, en un breve discurso. Casi en tono de jura dijo: “No renunciaré”. Con esa frase pretendía salir al encuentro de las múltiples versiones que corrieron durante el día y que daban, como cierto, el transe agónico del actual equipo gobernante. Ocurre que el tamaño de las delaciones pusieron entre paréntesis la efectividad de la fortaleza que intentó transmitir el jefe del Planalto. En lo esencial, él planteó en su discurso:
“Yo o el abismo”. La sentencia no estaba dirigida a los sectores populares sino, básicamente, al establishment tanto político como económico. En verdad, su permanencia depende exclusivamente de ellos. Es tal la ausencia de apoyo a la gestión presidencial que el mismo Temer admitió hace poco tiempo: “No me preocupa la popularidad”. De hecho, pocas veces se supo de un jefe de Estado que estuviera con apenas un 9% de apoyo; y el resto claramente en contra. Pero como dijo Temer, su sobrevida política depende más de sus aliados que de la ciudadanía. Es en ese terreno donde este jueves se vivieron momentos muy dramáticos. Las reacciones de los mercados financiero y bursátil demostraron que los “agentes económicos” perdieron la confianza en el hombre “impopular” pero efectivo la hora de lograr que el Congreso les vote leyes que ellos consideran clave: la
reforma laboral y previsional. El “lado fuerte” del presidente era precisamente ése. Hasta ahora había demostrado que manejaba el Parlamento con habilidad. Desde ayer, esa “ventaja” esencial demostrada por el presidente está en tela de juicio. El problema más inmediato es qué harán diputados y senadores, que ayer salieron corriendo de Brasilia hacia diferentes destinos. Para ellos, como declaró un parlamentario, “hoy son menos peligrosas las turbulencias que sufre un avión que las que ocurren en tierra”.
De allí la mayor contradicción para Temer. Si bien señaló que su presidencia es el único camino para salir de la crisis profunda que afecta al país, del otro lado, sus aliados –sean políticos o sectores del poder económico— desconfían. No faltan razones. Es que las denuncias de Batista están en manos de la Supremo Tribunal Federal (STF). Y esta máxima instancia de la justicia le abrió ayer al jefe de Estado un proceso de investigación. Tiene capacidad para hacerlo, dado que de haber cometido algún “delito”, éste ocurrió durante el ejercicio de su mandato, lo que torna a Temer pasible de castigo judicial. Anoche, y en medio de tantos rumores y acontecimientos, la ciudadanía brasileña comenzó a manifestarse. Algunos analistas sostienen que del “ruido de las calles” vendrá la verdadera sentencia contra el presidente. Otros, en cambio, entienden que será la huida de sus aliados en el gobierno la que definirá el futuro presidencial.