Clarín

Las reacciones de los mercados demostraro­n que los “agentes económicos” perdieron la confianza en el hombre que les prometió impulsar leyes clave. Análisis

Un presidente que ya comenzó a perder el apoyo del establishm­ent

- Eleonora Gosman egosman@clarin.com

En 24 horas un vendaval barrió con las expectativ­as de crecimient­o y mejora de la actividad económica que se percibía los últimos días en Brasil. Había, aunque tenuemente, retornado el espíritu optimista de los hombres de negocios, lo que se tradujo en una ligera mejora del empleo y en un repunte, aunque incipiente, del consumo doméstico. Todo eso desa

pareció, literalmen­te, en un pestañeo. Las denuncias del empresario Joesley Batista, dueño del frigorífic­o gigante JBS, contra Michel Temer arrinconar­on al gobierno. El jefe de Estado buscó recuperar un espacio, en un breve discurso. Casi en tono de jura dijo: “No renunciaré”. Con esa frase pretendía salir al encuentro de las múltiples versiones que corrieron durante el día y que daban, como cierto, el transe agónico del actual equipo gobernante. Ocurre que el tamaño de las delaciones pusieron entre paréntesis la efectivida­d de la fortaleza que intentó transmitir el jefe del Planalto. En lo esencial, él planteó en su discurso:

“Yo o el abismo”. La sentencia no estaba dirigida a los sectores populares sino, básicament­e, al establishm­ent tanto político como económico. En verdad, su permanenci­a depende exclusivam­ente de ellos. Es tal la ausencia de apoyo a la gestión presidenci­al que el mismo Temer admitió hace poco tiempo: “No me preocupa la popularida­d”. De hecho, pocas veces se supo de un jefe de Estado que estuviera con apenas un 9% de apoyo; y el resto claramente en contra. Pero como dijo Temer, su sobrevida política depende más de sus aliados que de la ciudadanía. Es en ese terreno donde este jueves se vivieron momentos muy dramáticos. Las reacciones de los mercados financiero y bursátil demostraro­n que los “agentes económicos” perdieron la confianza en el hombre “impopular” pero efectivo la hora de lograr que el Congreso les vote leyes que ellos consideran clave: la

reforma laboral y previsiona­l. El “lado fuerte” del presidente era precisamen­te ése. Hasta ahora había demostrado que manejaba el Parlamento con habilidad. Desde ayer, esa “ventaja” esencial demostrada por el presidente está en tela de juicio. El problema más inmediato es qué harán diputados y senadores, que ayer salieron corriendo de Brasilia hacia diferentes destinos. Para ellos, como declaró un parlamenta­rio, “hoy son menos peligrosas las turbulenci­as que sufre un avión que las que ocurren en tierra”.

De allí la mayor contradicc­ión para Temer. Si bien señaló que su presidenci­a es el único camino para salir de la crisis profunda que afecta al país, del otro lado, sus aliados –sean políticos o sectores del poder económico— desconfían. No faltan razones. Es que las denuncias de Batista están en manos de la Supremo Tribunal Federal (STF). Y esta máxima instancia de la justicia le abrió ayer al jefe de Estado un proceso de investigac­ión. Tiene capacidad para hacerlo, dado que de haber cometido algún “delito”, éste ocurrió durante el ejercicio de su mandato, lo que torna a Temer pasible de castigo judicial. Anoche, y en medio de tantos rumores y acontecimi­entos, la ciudadanía brasileña comenzó a manifestar­se. Algunos analistas sostienen que del “ruido de las calles” vendrá la verdadera sentencia contra el presidente. Otros, en cambio, entienden que será la huida de sus aliados en el gobierno la que definirá el futuro presidenci­al.

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AP Protesta. Anoche, en Brasilia y en la mayoría de las grandes ciudades del país, cientos de manifestan­tes pedían a gritos la renuncia de Temer.
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