El escándalo que hunde al presidente
En julio de 2016, en plena campaña electoral, el Partido Demócrata denunció que su sede central fue hackeada y que miles de mails fueron robados de su sistema informático. Todo apuntaba a hacker rusos. Los mails, entre autoridades del partido, fueron utilizados para afectar la imagen de la candidata demócrata, Hillary Clinton.
Unos días después el FBI abrió una investigación sobre la injerencia rusa en las elecciones presidenciales. Sin embargo, el titular de la agencia, James Comey, mantuvo el caso en secreto y recién ocho meses después lo anunció públicamente, cuando ya había asumido Donald Trump.
En agosto de 2016 trasciende en los medios estadounidenses que hombres vinculados a Donald Trump tuvieron contactos con autoridades rusas. El más perjudicado es Paul Manafort, jefe de campaña del magnate, quien debe renunciar.
El 7 de octubre de 2016 las principales agencias estadounidenses de in- teligencia acusan abiertamente a Moscú de haber interferido en la campaña electoral con el fin de desacreditar a Hillary.
En febrero de 2017 fuentes de los servicios de inteligencia revelan a la CNN y The New York Times que altos jefes del equipo del mandatario estuvieron en contacto permanente con el espionaje ruso durante todo el 2016. Uno de los citados es Michael Flynn, consejero de seguridad Nacional, quien debe renunciar a su cargo.
En marzo de 2017 el jefe del FBI, James Comey, confirma por primera vez que la agencia abrió en julio una investigación sobre las interferencias rusas en la campaña y busca establecer, entre otros puntos, si existió “coordinación” entre allegados de Trump y funcionarios rusos.
El 9 de mayo de 2017, Donald Trump despide a James Comey. El ex jefe del FBI revela que el mandatario le había pedido que dejara de investigar a su ex asesor Michael Flynn.
Bajo presión, el presidente Trump acepta un investigador independiente: nombra a Robert Mueller, ex director del FBI.