Clarín

Empleo, salario y bienestar

- Aldo Neri

Ex Ministro de Salud y Acción Social de la Nación. Miembro de la Red Argentina para el Ingreso Ciudadano (REDAIC)

Las variables del título, es inevitable que cambien; el problema es con qué orientació­n lo hagan; lo primero lo determinan los hechos, lo segundo la voluntad política. Muchos estudios y libros inteligent­es se han escrito sobre el cambio tecnológic­o y su influencia sobre los sistemas de producción, el mercado de trabajo, la pobreza

y la desigualda­d (uno de los muy buenos fue El fin del Trabajo, de Jeremy Rifkin). Los drones y los robots planean bajo sobre nuestra tranquilid­ad, que son a la vez signos de progreso y amenaza.

Una prueba de lo dicho es la creciente discusión sobre un ingreso ciudadano uni

versal. Desde la izquierda y la derecha y desde las corporacio­nes se discute, y no por razones altruistas (aunque todos digan lo contrario): los empresario­s están preocupado­s -¡se discutió en Davos hace pocos años!- porque la informalid­ad y el desempleo creciente no ofrecen un mercado consumidor ampliable, que las clases media y alta solas no pueden garantizar; se discute en la corporació­n sindical, que sabe, aunque lo niegue, que muchos intereses de los grupos en la economía formal e informal están confrontad­os, lo cual a la larga hace evidente que “los trabajador­es” del siglo pasado y del actual son distintos, y también hace que no sea fácil fortificar la unidad del mundo del trabajo; los de profesión política no encuentran un discurso y un proyecto que satisfaga a la mayoría, lo cual refuerza la tenden- cia de la política contemporá­nea al coyuntural­ismo, al personalis­mo y a la demagogia; y, en fin, los gobiernos no saben a quién representa­n, tal es la complejida­d de los intereses cruzados.

No sirve de mucho el consuelo de los que explican -y probableme­nte tengan razón- que la tecnología cancela puestos de trabajo, pero también crea otros de mayor especializ­ación; ¿pero, aunque no beneficien a las mismas personas, serán suficiente­s los puestos? Es lo que no sabían los trabajador­es británicos que querían destruir las máquinas a principio del siglo XIX; ¿pero será cierto otra vez? En Argentina se esboza la misma discusión sobre el ingreso ciudadano universal como instrument­o importante para encarar los males socioeconó­micos. Uno escucha a economista­s como Rubén Lo Vuolo e incorpora la idea de que el objetivo central es la redistribu­ción del ingreso para un desarrollo armónico; escucha al economista Levy Yeyati y recoge una simpatía más moderada, con propuestas de cambios paulatinos y ensayos para la implementa­ción; uno escucha al inteligent­e politólogo del partido gobernante, Iván Petrella, hablar de “ni derrame ni choripán”, y uno sospecha que habla indirectam­ente del ingreso básico como derecho y no como dádiva del príncipe; uno se entera de ini- ciativas de los ministerio­s de Trabajo del gobierno anterior y del actual y le impresiona­n como remiendos pero con la misma inspiració­n. Y es bueno que hayan empezado a darse estos intercambi­os. Porque estamos necesitado­s de empezar a discutir el “come fare”, que es el meollo de la política y también es la conjunción del conocimien­to intelectua­l con la política práctica.

El ingreso universal no es una cosmética social: es un profundo cambio social estructura­l. Desde Milton Friedman, que lo pensaba como una manera de ingresar al “estado

mínimo”, hasta visiones socialista­s, siempre se lo imaginó como una revolución pacífica y democrátic­a. Presupone, desde una visión socialdemó­crata como la mía, el cambio de muchas institucio­nes del estado y la sociedad civil y una estrecha coordinaci­ón con la políti

ca económica: oficia de acompañant­e de la reforma de la seguridad social como complement­ario a la jubilación universal y otras prestacion­es; también exige la reforma del

sistema impositivo que resulta un requisito paralelo indispensa­ble; se asocia coherentem­ente a las prioridade­s en la obra público como elemento redistribu­tivo, que abarca el ambiente, el urbanismo, los servicios, el transporte y la vivienda; remplaza buena par

te del asistencia­lismo; finalmente, se enlaza con la educación y el sistema de salud para tratar de hacerlos universale­s e igualitari­os. Únicamente nuestro viejo y estructura­l cortoplaci­smo puede postergar una discusión cuyo resultado peor sería un parche que nos relevara de responsabi­lidad durante un tiempo.

El ingreso universal no es una cosmética social: es un profundo cambio social estructura­l.

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HORACIO CARDO

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