Clarín

Tras el ataque de narcos con ametrallad­oras, hay vecinos que buscan chalecos antibalas

Temen nuevas represalia­s y piden que no se vaya la Gendarmerí­a. Cuentan que su cuadra era “la 9 de Julio” de la droga y que los clientes formaban filas de 50 metros.

- Luis Moranelli lmoranelli@clarin.com Natalia Iocco niocco@clarin.com

Los vecinos de la calle Saladillo, en Ingeniero Budge, se habían acostumbra­do a ser rehenes de los narcos. Pero un día dijeron basta. Fue a mediados de marzo, después de un cumpleaños en la casa de la familia Carrasco. Esa noche, cuando los invitados se retiraban, dos bandas se enfrentaro­n a tiros. Hubo gritos, corridas y chicos que terminaron escondidos debajo de una mesa. La bronca unió al barrio. Tras una reunión con el comisario, apareciero­n los patrullero­s. La respuesta de los

transas no se demoró. Días después atacaron a balazos el frente de la casa de uno de los denunciant­es con una ametrallad­ora, se filmaron y lo difundiero­n por las redes sociales para dejar en claro el mensaje. El método fue efectivo: el miedo volvió a ganar las calles. Ayer, luego de que Clarín publicara las imágenes, llegaron refuerzos de Gendarmerí­a, pero el terror sigue intacto. Nadie sabe qué pasará cuando los móviles se vayan.

La pesadilla comenzó hace poco menos de un año. A cinco minutos de Camino Negro, el barrio se transformó en un shopping de la droga. Los narcos eligieron como búnker el recorrido del Ferrocarri­l Belgrano Sur, un tren que une Puente Alsina con Aldo Bonzi y pasa cada 90 minutos. En los márgenes de las vías, arriba de un pequeño terraplen, se acumulan las casillas y la basura.

La calle Saladillo es una de las que desemboca ahí. Aunque sus últimas dos cuadras quedaron sin asfaltar, la reubatizar­on como la "avenida 9 de Julio", por la cantidad de gente que la transitaba a diario para comprar paco. “A las cinco de la tarde se formaba una fila de 50 metros con gente

que esperaba a los dealers. Los chicos dejaron de andar en bicicleta por la calle porque las motos pasaban a toda velocidad”, cuenta un vecino que prefiere no dar su nombre.

Los que se animan a hablar ponen esa condición: el anonimato. Todos menos Guillermo Carrasco (56), el vecino al que le balearon la casa la madrugada del 6 de mayo. “Me dicen que soy un valiente. Yo creo en realidad que soy un inconscien­te, pero había que hacer algo”, explica a Clarín.

En el momento del ataque, Carrasco no imaginó que él era el destinatar­io. Pensó que se trataba de uno de los tantos tiroteos entre bandas que se disputan el negocio. Días después uno de sus cuatro hijos le mostró el video, que le había llegado por WhatsApp a través de un amigo. El diálogo entre los protagonis­tas dejaba en claro que los disparos eran para él. “Lo primero que pensé fue en mi esposa, que cuando escuchó los tiros empezó a temblar. Yo le dije que no eran para nosotros”, recuerda la víctima, abuelo de siete nietos.

La mayoría de los disparos impactaron contra una casa lindera. Por eso, Carrasco está convencido de que no quisieron matarlo. “Era muy fácil asesinarme. Si quería disparaba directamen­te contra las ventanas”, explica. Para los dealers no es difícil encontrarl­o: vende alimento para mascotas y artículos de limpieza en el frente de su casa, donde todas las tardes cocina tortillas. Eso lo convirtió en un testigo privilegia­do del negocio narco: a las cuatro, mientras preparaba la parrilla, empezaba el desfile de los clientes.

Tras la difusión del video, llegó el refuerzo de seguridad. Un móvil de la Bonaerense se instaló frente a la casa de Carrasco y gendarmes patrullaro­n el barrio. Aunque fuentes policiales aseguraron a Clarín que estaban previstos allanamien­tos, hasta anoche no había detenidos.

Los vecinos aseguran que el miércoles a la noche los transas “se mandaron a mudar”. Pero todos creen que volverán y temen que para ese momento el refuerzo policial sea sólo un recuerdo. “Nosotros tenemos que hacer las compras, ir a trabajar. Tenemos que vivir. Yo ya me moví para conseguir un chaleco antibalas, porque me tienen marcada, cuenta resignada una vecina que ya sufrió amenazas.

La zona está bajo jurisdicci­ón de la comisaría 10°, donde removieron a diez jefes en los últimos cuatro años. Al menos cuatro fueron desplazado­s tras denuncias vinculadas a los negocios ilegales que crecen alrededor de la feria La Salada.

Sin embargo, la corrupción no es la única preocupaci­ón de los vecinos. También advierten sobre la falta de recursos, que deriva en situacione­s insólitas. La última ocurrió hace algunos días, cuando un agente preguntó si no habían visto a un hombre esposado: era un preso que se había fugado de la comisaría de Fiorito, caminando por las vías. Un rato después, un vecino vio al joven en el barrio. Estaba descalzo y una campera le tapaba las muñecas.

 ?? FOTOS: GUILLERMO R. ADAMI ?? Víctima. Guillermo Carrasco (56), en la puerta de su casa de Budge, atacada a tiros por dealers a los que había denunciado.
FOTOS: GUILLERMO R. ADAMI Víctima. Guillermo Carrasco (56), en la puerta de su casa de Budge, atacada a tiros por dealers a los que había denunciado.

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