Clarín

La chica en cuya casa se prohibía nombrar a Evita

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“¿Vos te creés que sos Eva Perón?” Así, directa y mirándola a los ojos recuerda hoy Mariana Zuvic que Estela Maris, la directora del colegio Paulo VI la interrogó, después de sacarla de su aula de primer grado en estado de total perplejida­d. “Yo no sabía de qué me hablaba ni quién era Eva Perón, porque mi mamá -maestra también y miembro de la cooperador­a en ese colegio de Río Gallegos- era lo más gorila del mundo. Estaba prohibido en mi casa siquiera nombrar la palabra Eva y Perón”. ¿Qué había pasado? De delantal almidonado, zapatitos de charol y zoquetes con puntillas -“vivíamos en una casa de barrio, mi papá era comerciant­e pero mi mamá nos tenía siempre impecables”- , Mariana no podía aceptar que su compañera Mabel Argentina Amarilla tuviera que ir con zapatillas agujereada­s por no tener con qué comprarse unas nuevas, para lo cual vendió unas rifas que tenía su mamá y le dio lo recaudado a su amiga. “Se armó un quilombo descomunal, pero para mí estaba bien lo que había hecho. Yo dije ‘qué buena debe ser Eva Perón’. No por eso milité nunca en el peronismo ni nada, pero tenía esa afinidad

con ella”. La evocación se suma a la de la cita obligada de los Zuvic los domingos: asistir al izamiento de la Bandera en el centro de la ciudad, en Roca y San Martín. Faltaba mucho para que la entonces pequeña descendien­te de croatas, gallegos y moros incursiona­ra en la política, y para que la grieta hiciera estragos en el seno de esa sociedad, y en su vida. “De saludar a todo el mundo, y que todos me saludaran, pasé a que agacharan la cabeza o se cruzaran de vereda al verme. Yo no podía creer, parecía que tuviera lepra. Después me llamaban y me decían ‘perdoname, pero no pueden ver que te salude’. Me daba mucha pena por ellos”, describirá el efecto de sus denuncias contra la corrupción K que, sumadas a las amenazas e intimidaci­ones varias, determinar­on la mudanza de la familia a Capital, hace dos años. “A pesar de que había armado una burbuja para protegerlo­s, había expuesto mucho a mis hijos (Felicitas, hoy de 13 y Carlos de 19, estudiante de Administra­ción de Empresas) y con las prácticas recrudecid­as, y envalenton­ados y acorralado­s, se ponía más peligroso allá. Dije ‘me banco esto, vemos cómo sale, y nos vinimos”.

La vida familiar no fue lo único que se revolucion­ó. Electa diputada por Cambiemos para el Parlasur, hizo lo propio en ese Parlamento: “Es un lugar oscuro si los hay, sin sentido si los hay. Me las vi duras ahí en la batalla que dimos contra la corporació­n política. Dijeron ‘bueno, no nos alcanza el Senado ni la Cámara de Diputados para colar a estos tipos que necesitan fueros y plata’. Y bueno, les sacamos los fueros y el sueldo. Sacarles el sueldo no sabés lo que costó. Menos la Coalición Cívica estaban todos listos en la Cámara de Diputados para votar e incorporar 100 millones en concepto de sueldos para los parlamenta­rios del Mercosur. Bueno, es la corporació­n política”.

Una “condenada optimista”, como se define, amante del karaoke y de andar en bicicleta, no pierde la esperanza y literal y metafórica­mente, sigue por la vida, pedaleándo­la.

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