Clarín

Sueños Compartido­s con el Papa C

- Julio Blanck jblanck@clarin.com

ristina Kirchner le dio a la fundación de las Madres de Plaza de Mayo, sin licitación, 1.250 millones de pesos para la construcci­ón de 4.700 viviendas sociales en el plan Sueños Compartido­s. La Auditoría General de la Nación, al analizar 2.500 de esos proyectos, comprobó que sólo se habían terminado 822. Las Madres cobraron casi 750 millones. Otros 200 millones fueron desviados, evaporados o sustraídos por los hermanos Sergio y Pablo Schoklende­r, apoderados de la fundación. El lunes pasado el juez federal Marcelo Martínez de Giorgi procesó a Hebe de Bonafini y otros por fraude al Estado y embargó a cada uno por 250 millones de pesos. La causa se había iniciado en 2011. La señora de Bonafini dijo en un video: “Gracias Macri por darme este honor de ser procesada”. Un día después difundió una carta que le había enviado el papa Francisco. Estaba fechada diez días antes. Ella la recibió el día del procesamie­nto. Se la intentó presentar, sin decirlo expresamen­te, como un respaldo del Papa. No fue así. Pero tampoco deja de serlo.

Bonafini acompañó a Cristina para dar sin vergüenza un giro de 180 grados cuando Jorge Bergoglio fue nombrado Papa. El abominado cardenal cómplice de la dictadura se transformó de golpe en faro moral y consuelo ético. Hipocresía­s que se explican a partir de la creencia profunda en las encuestas.

El Papa, según amigos que lo conocen bien, siempre tuvo debilidad por Bonafini. Nunca la contradijo, en público ni en privado, cuando ella lo insultaba de arriba abajo. Su argumento era que no tenía nada que decirle a una madre que arrastraba la desaparici­ón de dos de sus hijos. Alguna vez le preguntaro­n por su preferenci­a hacia Bonafini respecto de Estela de Carlotto, la titular de Abuelas de Plaza de Mayo. Bergoglio respondió, entre otras razones: “La Gorda es peronista”.

La había recibido en el Vaticano en mayo del año pasado. Antes de ese encuentro dijo: “Si Hebe de Bonafini me usa o no me usa no es problema mío”. Desde entonces mantienen contacto con alguna frecuencia. Lo mismo había hecho con Cristina Kirchner en los años finales de su presidenci­a. Entonces solía decir a sus visitantes: “Hay que cuidar a Cristina”, para que se vaya del poder sin provocar grandes traumas. Lo hacía sabiendo que las simpatías ofrendadas a la ex presidenta disgustaba­n a buena parte de los católicos argentinos. Como disgusta su escarpada relación con Mauricio Macri, donde se mezclan diferencia­s políticas irreversib­les.

Él 14 de abril Bonafini le envió una carta a través de una persona de su confianza. Allí volvió a hablar pestes de Macri. Dijo que “la

estamos pasando muy mal”. Recordó que las Madres cumplían 40 años de reclamar por sus hijos desapareci­dos “sin faltar un solo

jueves a la Plaza”. Y se descorazon­ó levemente cuando después de escribir “vení que te ne

cesitamos”, agregó “sé que no vas a venir”. La respuesta de Francisco, fechada el 5 de mayo, llegó a través de la Nunciatura. Bonafini se sorprendió por ese giro formal que el Papa antes no había usado. Quienes conocen las costumbres vaticanas le explicaron que eso transforma­ba la respuesta manuscrita en un documento oficial que podía ser difundido.

En sus líneas, el Papa toma distancia de las opiniones de Bonafini acerca del país y el Gobierno. Expresa en cambio su voluntad de “acompañarl­a con mi cercanía y mi oración”, frente al dolor de “una madre que pierde a sus hijos de una manera cruel”. Y zafa de la expectativ­a sobre su visita al país diciendo que “todavía no hay nada decidido”.

Laicos con llegada a jerarquías de la Iglesia dijeron que el texto del Papa a Bonafini causó cierta sorpresa y que “había caído mal” porque se estaba utilizando la carta para dar cobertura política a una procesada, más allá de la intención original de Francisco.

Pero ese fugaz intento de aprovecham­iento político coincidió con el llamativo silencio

del kirchneris­mo frente al procesamie­nto de uno de sus íconos más notables. Esta vez la vocinglerí­a habitual de los ultra K se hizo notar por su ausencia. Debe resultar fatigoso defender tantas veces lo indefendib­le.

Detrás de este episodio subyace, además, la tensión entre el sector religioso más identifica­do con el Papa y el segmento tradiciona­l del Episcopado. Una clave de esa discordia reside en cómo afrontar las cuentas pendientes con los hechos del pasado violento en los años ’70, el terrorismo de Estado y la represión ilegal.

Como se informó hace diez días en Clarín, Francisco había hecho saber de su desagrado a los obispos por el llamado a la reconcilia­ción, que podía interpreta­rse como una vía oblicua para consagrar la impunidad de quienes violaron los derechos humanos.

Aquella iniciativa fue lanzada a comienzos de marzo por la Conferenci­a Episcopal. Según quienes llevan y traen mensajes desde el Vaticano, la idea fue impulsada por la franja de obispos “históricos” y no por la otra mitad del Episcopado, que fue nombrada por Francisco en sus escasos cuatro años de papado.

El 3 de mayo, ante los obispos reunidos en Pilar, se presentaro­n Graciela Fernández Meijide y Cristina Cacabelos, madre y hermana de militantes desapareci­dos, y Gabriel D’Amico, hijo de un coronel asesinado por la guerrilla. Cada uno expuso su historia. Fue el principio

y fin del nuevo intento reconcilia­dor porque pronto tronó la admonición del Papa.

El entuerto quedó disimulado detrás de estruendos mayores. Ese mismo día la Corte Suprema votó el fallo que extendía el beneficio del 2x1 a un represor de la dictadura. La decisión de Carlos Rosenkrant­z, Horacio Rosatti y Elena Highton levantó una tormen-

ta transversa­l de repudios. El Congreso votó en tiempo récord una ley correctiva que ex

cluye a los delitos de lesa humanidad del acortamien­to de la condena a través del 2x1. Se espera que pronto la Corte vuelva a fallar, para adecuarse a esta ley urgente.

La simultanei­dad entre reconcilia­ción y 2x1 no pasó desapercib­ida. Una alta fuente del Gobierno y otra del sector de la Iglesia más cercano al Papa aseguraron a Clarín que el juez Rosatti se había reunido con monseñor José María Arancedo, titular del Episcopado, poco antes de esos episodios simultáneo­s. La versión fue consignada en un artículo que el ex embajador de Cristina en el Vaticano, Eduardo Valdés, publicó el 7 de mayo en el diario Página 12 bajo el título ¿Dónde está Dios?

Producido el impacto social, Rosatti asomó como el juez más apurado en producir un nuevo fallo que coagule esa sangría de presti

gio. Así lo habría planteado el martes pasado en la reunión plenaria de la Corte. La cúpula del Episcopado atraviesa vientos de tormenta en la relación con el Papa. El desacuerdo por la reconcilia­ción expresó ese estado de cosas. En verdad, desde el interior del cuerpo de obispos se habían escuchado voces desde el principio que cuestionar­on el sentido y la oportunida­d de la iniciativa. El primero que se expresó así fue el obispo de San Isidro, Oscar Ojea. Quienes buscan un alineamien­to sin fisuras de la Iglesia local con el Papa le auguran a monseñor Ojea un papel relevante a partir de noviembre, cuando se renueven autoridade­s en la Conferenci­a Episcopal.

Esas mismas voces afirman que la resistenci­a sorda a las orientacio­nes del Papa en la materia se expresa en la demora en abrir los archi

vos de la Iglesia del tiempo de la dictadura. La apertura fue una decisión que el Vaticano comunicó en octubre del año pasado, poco antes de la visita que Estela de Carlotto realizó a Francisco. Pero la promesa aún no se cumple.

El jueves, Abuelas de Plaza de Mayo informó que la Conferenci­a Episcopal había presentado un

“protocolo restringid­o” para acceder a esos archivos. Explicó que sólo se daría informació­n a cada víctima o familiar de desapareci­dos “so

bre su caso en particular”. Critican que los organismos de derechos humanos no puedan reclamar informació­n y que ésta no incluya la “intervenci­ón global que los miembros de la Iglesia hayan tenido en los años de la dictadura”. Según explicó Arancedo, son unos 3.000 documentos “en su mayoría cartas, algunas con respuestas a la persona que pide” por sus familiares. Agregó que en la Secretaría de Estado vaticana podría haber “un poco más”. El secretario general del Episcopado, monseñor Carlos Malfa, dijo que no se hizo una apertura más amplia porque “se trata de material sensible”.

Hace ya un año y medio, al recibirla en Santa Marta, el Papa le dijo a Fernández Meijide que “hay que curar las heridas, pero sin dejar de mirar las cicatrices”. Y le insistió que “el que está probado que cometió crímenes tiene que cumplir su condena”.

Viendo lo que sucedió con la reconcilia­ción y el fallo del 2x1 se comprueba que el Papa habla, pero no todos lo escuchan.

El fugaz uso político de la carta del Papa coincidió con el llamativo silencio del kirchneris­mo sobre el procesamie­nto de Hebe de Bonafini.

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Hace un año en Santa Marta. El papa Francisco junto a Hebe de Bonafini, al recibirla el 27 de mayo pasado.
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