La economía, ni tan bien ni tan mal S
i todo el problema fuese el impacto sobre la actividad productiva argentina, casi podría decirse que no hay problema. O que hay el que ya había: Brasil no estaba sumando nada y en cierto sentido hasta restaba.
Ya era esperanzarse demasiado con lo que podía ofrecer un país cuya economía crece apenas 0,3 o 0,5% y viene de hundirse 7,5% en los últimos dos años. También olía a demasiado afirmar que, tras una recesión histórica, el numerito implicaba un cambio de ciclo.
De un empeño similar sería resaltar el 1,6% que anotó la industria durante el primer trimestre, cuando el acumulado entre 2014 y 2016 arroja una impresionante caída del 15%.
Es cierto que un repunte allí significa una buena noticia aquí. Y una mala, que aún siendo escaso eso que existe allí sea abortado por la profunda e impredecible crisis política.
Plásticos, químicos y sobre todo autos son actividades muy dependientes del mercado brasileño, así como ellos, con una industria trabada, aprovechan hasta el menor resquicio del mercado argentino. Y se nota justamente en el sector automotor: frente a una producción que retrocede sin pausa, la mitad de los
patentamientos son autos made in Brasil. Otro cantar, o al menos un cantar imprevisto, sería que entre Donald Trump al Norte y Michel Temer acá cerca revivan nuestro bendito dólar. “No veo riesgo de corrida, tal cual se comprobó en el repliegue del viernes, y veo además que el Banco Central tiene suficiente poder de fuego para frenarla”, dice un consultor del palo financiero.
Puertas adentro, el año económico ya pinta a una mezcla de todo, y de un todo que suena a bastante poquito si se lo contrasta con los desplomes de 2016. Crisis no habrá, pero lo que hay tampoco da para salir a batir palmas, como hace el Gobierno. Por eso muchos prefieren mirar hacia el post-octubre.
Para empezar, el crecimiento del PBI. Inicialmente el Gobierno había proyectado un repunte del 3,5%, aunque intramuros ahora ha virado hacia el 2,7/2,8% en línea con las últimas estimaciones privadas.
Contrastados con la caída del 2,3% que hubo el año pasado, esos números revelarían más que un repunte sólido, apenas un rebote. Conclusión: medida en conjunto la economía quedaría prácticamente al mismo nivel de
2015, o sea, al que lo había dejado el fin de la era kirchnerista.
Algo menos estimulante todavía ocurrirá con la industria, si se confirma la tibia mejora del 2,5% calculada por algunas consultoras. Viene de retroceder 5,7%, lo cual significaría recuperar sólo parte de la pérdida.
Empujada por la obra pública, la construcción creció 2% durante el primer trimestre y va por más apuntalada ahora por la inversión privada. Solo que ese va por más difícilmente alcance para remontar el bajón del 11,3% registrado el año pasado.
El sector agropecuario, en cambio, está en levantada y emparejando el retroceso de 2016. Con mucha ayuda de la quita de retenciones, tracciona aumentos fuertes en actividades industriales vinculadas, como el 50% en la venta de maquinaría agrícola.
El saldo completo dice que cualquiera fuese la mejora de la economía será fragmentada o
que habrá ganadores y perdedores en el arranque de la experiencia macrista .
Pero aunque los despidos hayan amainado, la fragmentación deja atrás actividades mano de obra intensivas, esto es, aquellas definidas así por la generación de trabajo. Entre ellas, un amplio universo de ramas industriales.
Números sobre números capaces de colmar la paciencia del más calmo, los de la inflación cuentan que pese a tratarse de un objetivo central de su gestión el Gobierno no termina de domar el fenómeno.
Aun cuando desborden la meta del 12 al 17% anual, no estaría nada mal el 21/22% proyectado por las consultoras y menos mal partiendo del 41% promedio de 2016. Lo que está mal es
la meta que se impuso el Central. Las expectativas privadas ponen del 1,3 al 1,5% para los meses que corren desde junio a octubre. En baja ciertamente, o transitoriamente: después de las elecciones sobrevendrán nuevos incrementos en luz y gas, más el postergado ajuste en el transporte.
Por de pronto, lo que ya existe jaquea la recuperación del salario, que es igual a jaquear el consumo y sobre todo al consumo popular. Las ventas reales en supermercados continúan el raid de caídas, incluido el 11% de marzo en carne y productos de panadería.
Si efectivamente no existe riesgo de corrida, el que sigue es otro número complicado. Según proyecciones privadas, este año el valor del dólar crecería alrededor del 13%, unos diez
Crisis no habrá, pero lo que hay no es para batir palmas. Por eso, muchos miran el post-octubre
puntos menos que la inflación y la prueba de que a un precio mayor le habría correspondido una inflación mayor.
Algo al menos igual de complicado aparece cuando se amplia el foco: con la megadevaluación de 2015 incorporada, el resultado da que a fines de diciembre la suba del tipo de cambio alcanzaría al 83%. ¿Y qué diría la inflación del mismo período? Diría alrededor del 72%, y también que se comería casi toda la ventaja
cambiaria generada desde el levantamiento del cepo.
El tren de dólar retrasado, aumentos de costos y presión impositiva lleva, inevitablemente, a otro golpe sobre la competitividad de las exportaciones. La misma grieta tensiona las importaciones y, al final, le pega a la apertura de la economía que postula el macrismo.
Entre lo poco que hay y todo lo que falta, el combo deja en evidencia que, pensando en las próximas elecciones como piensa todo el mundo, será magra la cosecha económica de la Casa Rosada. Y menos que magra, al interior del conurbano bonaerense.
Ya con buena parte del año jugado, los interrogantes sobre el post-octubre están a la orden del día.
Uno: ¿irá el Gobierno de un gradualismo bastante sui géneris a un ajuste como el que tiene en carpeta? Si la guía es la manifiesta preocupación de Mauricio Macri por la magnitud del déficit fiscal, en lenguaje policial la respuesta debiera ser afirmativo. Y lo de gradualismo sui generis es por de la maxi devaluación y los tarifazos conocidos.
Segundo interrogante: ¿habrá calculado el Gobierno que un ajuste más profundo, con tijeretazos al gasto público, nuevos aumentos de tarifas y otras especies similares, puede resentir la actividad económica y de seguido los ingresos impositivos?
Debiera suponerse que otra vez la respuesta es: afirmativo. Claro que no se trata de una simple ecuación de sumas y restas, sino de algo tan serio como calibrar efectos y costos
colaterales; los visibles y aquellos menos visibles que van encadenados a las decisiones.
Otro interrogante de este boletín: ¿revisará el jefe del Central la áspera receta monetaria, aceptará darle un envión al dólar, así sea limitado, y hará finalmente lo que no hace? Dejaría de llamarse Federico Sturzenegger.
“En octubre la economía pesará, por más que octubre no defina la elección presidencial de 2019”, dice un analista. Y pesará si la mejoría no es percibida por el vasto electorado de clase media baja o directamente baja.
Según se sabe, el optimismo del núcleo duro de la Casa Rosada es a prueba de balas y grande su apuesta a la política. O a que de una buena vez prenda la idea de que Cambiemos terminará haciendo honor a su nombre.
Resulta evidente que Nicolás Dujovne ha salido a pescar buenas noticias y a venderlas por todas partes. Es de manual que los funcionarios procuren convencer y más de manual que ellos mismos estén convencidos.
Eso pasa dentro del círculo íntimo de la Rosada, sobre todo porque parece impermeable a otras maneras de ver las cosas que no sean las propias. Así vengan de sus cercanías.