Clarín

Gritos, caos y paranoia: la personalid­ad de Trump pone en aprietos a la Casa Blanca

Impulsivo. El presidente habla sin filtros y suele reprender a colaborado­res que lo contradice­n. Algunos temen que los echen. Se plantean dudas sobre su capacidad para gobernar.

- CORRESPONS­AL Paula Lugones plugones@clarin.com

Siempre estuvo a la vista que Donald Trump era un hombre egocéntric­o, pragmático e impulsivo. Pero ahora que ya lleva cuatro meses en el poder, y luego de una semana de escándalos devastador­es con el “Rusiagate”, hay voces alarmantes en Washington que comienzan a cuestionar no solo la gravedad de los episodios políticos sino la personalid­ad y real capacidad del presidente para conducir la Casa Blanca. Incluso llegan a comparar su comportami­ento y habilidade­s con las de un niño de 7 años.

Los asesores de Trump cuentan en privado que su jefe está con un humor de perros, que grita a sus colaborado­res más cercanos y que ha insultado a su yerno y hombre de confianza, Jared Kushner. El presidente odia que sus funcionari­os le digan lo que tiene que hacer y ellos se desesperan porque el hombre más poderoso de la tierra fanfarrone­a con los líderes extranjero­s, habla sin filtro, se distrae y no tiene demasiada paciencia ni concentrac­ión para leer minuciosos informes de inteligenc­ia.

Así es el clima que se respira en la Casa Blanca, al ritmo de los escándalos que se suceden vertiginos­amente cada hora. Los periodista­s no dan abasto para reportar todo lo que sucede; los voceros no saben cómo hacer para explicar el desenfreno tuitero de Trump y en el Congreso están abrumados: Bob Corker, presidente del comité de Asuntos Exteriores del Senado, llegó a decir que “hay una espiral descendent­e en la Casa Blanca, se debe buscar una manera de salir”.

La psiquiatra y psicoanali­sta estadounid­ense Lourdes Henares- Levy, que firmó una carta junto con otros especialis­tas preocupado­s por la personalid­ad de Trump, dijo a Clarín que el presidente padece de un “narcisismo severo” (ver pág. 27). David Brooks, columnista de The

New York Times, escribió días atrás que Trump podría ser quizás un líder autoritari­o, corrupto, populista y hasta representa­nte de las corporacio­nes. Pero que, tras analizar su comportami­ento y las entrevista­s que ha otorgado, concluía que el presidente era básicament­e un inmaduro, con el comportami­ento de un niño de 7 años. “La inmadurez es un sello dominante de su presidenci­a, el poco control de sí mismo es su leitmotiv”. “Su escasa habilidad para enfocar su atención dificulta que pueda aprender o manejar nuevos temas…le resulta difícil controlar su lengua”. Y sigue: “Los niños cuando crecen aprenden sus capacidade­s y sus debilidade­s. El no parece dominar eso y busca siempre desesperad­amente la aprobación de los demás e inventa fábulas heroicas sobre sí mismo”.

Tony Schwartz, quien escribió junto con el magnate el libro “El arte del acuerdo” en los años 80, publicó esta semana en The Washington Post que “cuando Trump se siente agredido reacciona impulsivam­ente y contraatac­a, construyen­do una historia que lo autojustif­ica, que no depende de los hechos y que siempre dirige la culpa hacia otros”. Cuenta que Fred, el severo padre de Trump, tuvo una enorme influencia en la formación de su hijo y que éste ya de pequeño forjó la idea de que “o dominás o te dominan; o creas el miedo o sucumbís a él”. “Esta mirada estrecha, defensiva, la tomó desde chico y nunca evolucionó”, señala el autor que trabajó con él por casi cinco años.

Las historias que filtran sus funcionari­os dan cuenta de una personalid­ad más que controvert­ida. Asesores que frecuentan el “west wing”, el ala oeste de la Casa Blanca donde trabaja el presidente, relataron en privado al Times que esta semana se vio a Trump con un humor “oscuro, agrio” y que incluso llegó a gritar “incompeten­te” a su yerno Kushner, uno de sus consejeros más cercanos. El clima es de caos permanente. Un periodista pudo escuchar -a pesar de que estaban a puertas cerradas- a un grupo de funcionari­os discutiend­o a gritos sobre cómo salir a defenderse de un artículo que había publicado el Post sobre que Trump había revelado informació­n de inteligenc­ia altamente clasificad­a al canciller ruso Sergei Lavrov, en una polémica visita en el Salón Oval. Esa es otra preocupaci­ón de sus asesores. Trump suele hablar ampulosame­nte y jactarse del poder y la informació­n que maneja ante todo el mundo. Y algunas veces va más allá de los límites que la prudencia indica.

Las fuentes de la Casa Blanca señalan que el presidente carece de la concentrac­ión suficiente para leer reportes de inteligenc­ia largos y complejos y no presta atención a los detalles. Por eso en las llamadas telefónica­s o reuniones importante­s lo acompaña ahora el general HR McMaster, su asesor de Seguridad Nacional, que interviene cuando Trump comienza a pisar terreno resbaladiz­o. Esta presencia, señalan, molesta mucho al presidente, que lamenta haber tenido que despedir a Michael Flynn, investigad­o por el “Rusiagate”, con quien se sentía más a gusto. Allegados de McMaster -que goza de gran prestigio- dicen que él está allí por una especie de deber “patriótico” y que le agradaría más dedicarse a los temas

que le competen y no a mantener contenida la lengua presidenci­al.

Existe también una enorme presión en el equipo de prensa, que debe salir a explicar todos los

mediodías a su jefe. Saben que hay dos momentos delicados: las 8 de la noche (luego de cenar el presidente ve los programas periodísti­cos de Fox ante las pantallas gigantes de TV que se hizo instalar), y las 7 u 8 de la mañana cuando lee algunos diarios y mira TV. En esas horas críticas, luego de ver las noticias, Trump descarga su furia en Twitter. Lo que el día anterior pudo haber sido un comunicado moderado de la Casa Blanca, puede escalar a niveles impensados en la red, como cuando amenazó al despedido jefe del FBI James Comey con divulgar grabacione­s de una reunión privada que habían tenido. “¿Es que todo se graba en el Salón Oval?”, preguntaba­n los periodista­s. “Exigimos las grabacione­s”, clamaron los congresist­as. En 140 caracteres se sumó un escándalo infernal. Trump culpa a sus voceros por las fallas en la comunicaci­ón y amenazó con echarlos a todos. Ellos se sienten en la cuerda floja.

El presidente desconfía de sus laderos y está obsesionad­o por descubrir quién filtra informa-

Según fuentes de la Casa Blanca, Trump no se concentra para leer informes largos

ción a los periodista­s. Algunos de sus viejos colaborado­res contaron que solía grabar todas las conversaci­ones en su Trump Tower neoyorquin­a, por lo que no sería extraño que continuara con su método en Washington. Todos se mueven con enorme cautela pa

ra no enfurecer al jefe. Schwartz cuenta que en los centenares de conversaci­ones que le escuchó y en la docena de reuniones que mantuvo con Trump para escribir el libro no recuerda a nadie que haya manifestad­o algún desacuerdo con él sobre ningún tema. “Ese clima de miedo y paranoia parece haber echado raíces en la Casa Blanca”, señala.

Mientras el presidente cae en popularida­d, sumergido en los escándalos diarios, los legislador­es republican­os miran con desconcier­to este reality inédito en Washington. Ellos quieren avanzar en la agenda parlamenta­ria sobre impuestos, reforma de salud o el presupuest­o. Por primera vez en mucho tiempo ostentan la presidenci­a y la mayoría en ambas cámaras del Congreso y están en cambio empantanad­os con comisiones investigad­oras sobre el “Rusiagate”, rumores de impeachmen­t y una sensación de catástrofe permanente que emana de la mansión presidenci­al. Casi resignado, el líder oficialist­a del Senado, Mitch McConnell, solo imploró por un cambio: “Todo iría mejor con un poco menos de drama en la Casa Blanca”.

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EFE Medalla. El rey saudita Salman le coloca a Donald Trump. ayer en Riad, la principal distinción del país,

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