Clarín

Sin barras ni policías: una tarde de fútbol de Ascenso en Corea

La gente, que va a la cancha como quien va al cine, deja sus autos en la puerta del estadio. Y no hay trapitos. El juego es opaco, pero esa es otra historia.

- Sergio Danishewsk­y sdanishews­ky@clarin.com

Hay diez personas en la fila para comprar entradas. Y, raro fenómeno, a nadie se le ocurre acercarse al futuro espectador y pedirle ‘una moneda’. Será porque la mayoría paga con tarjeta de crédito...”

A no confundirs­e: no es que el cronista, harto de que cada excursión a la cancha se parezca a una aventura de final incierto, haya decidido cruzar el mundo para poder disfrutar de una tarde de fútbol en paz. Pero una recorrida por la fascinante República de Corea disparó la idea. Si la agenda arranca el lunes y el ADN argentino sabe que el domingo es el día del fútbol, ¿por qué no ver un partido? Informan los anfitrione­s que no hay juegos de Primera programado­s en Seúl, que si tantas ganas tenemos de ver fútbol (los argentinos y el fútbol, dicen, y sonríen amablement­e) hay un partido de la K League Challenge, la Segunda División. Supusieron que el cronista, cansado después de 30 horas de viaje, preferiría una siesta. Nos conocen poco…

De modo que aquí estamos, a 40 minutos en auto de la capital, en Suwon, una pequeña ciudad de la periferia de Seúl. Para ver al local

recibir al Gyeongnam, uno de los equipos con los que peleará el ascenso. Una especie de Almagro-San Martín de Tucumán, salvando los 19.500 kilómetros de distancia.

Un sólido estadio de cemento con capacidad para 12 mil personas luce aún más grande porque a una hora del comienzo del partido está vacío. Llegan los primeros espectador­es y estacionan sus autos, en general de alta gama, en un playón ubicado frente a la puerta principal. Caminan unos 50 metros e ingresan, matrimonio­s con chicos y algunas mamás con nenes chiquitos. Por ahí algún grupo de jóvenes. Es extraño, pero no hay trapitos a la vista. Como tampoco hay reuniones de socios comentando el andar irregular del equipo, ni choripán, cafeteros ni cornetas como música de fondo. Ni un solo policía. Y en cuanto a los puestos callejeros de ropa trucha con los colores del club – azul y rojo, casi como San Lorenzo pero con algún vivo amarillo-, son reemplazad­os por la tienda oficial. Una camiseta se consigue a 60 dólares y valen 30 la gorra, 20 la bufanda y 15 la pelota, en curioso orden descenden- te. El hincha que quiera hacerse estampar el número de su jugador favorito lo conseguirá por gentileza de la casa. Pero no hay un solo cliente en la tienda.

Las boleterías, en las que gruesos vidrios reemplazan a nuestras rejas, ofrecen entradas que van desde los 25 dólares las VIP hasta los 3 para niños. Hay diez personas en la fila. Y, raro fenómeno, a nadie se le ocurre acercarse al futuro espectador y pedirle una moneda. Será porque la mayoría paga con tarjeta de crédito. Y es aún más extraño: locales y visitantes ingresan por la misma puerta.

En el hall principal aparece el primer puesto de comidas. Por dos dólares se consigue la típica sopa de noodles (hay sol, pero la temperatur­a no supera los 15 grados), y lo mismo vale un vaso de Coca. Un dólar cuesta el agua y tres la cerveza, que se entrega en vaso y sin la lata. “Claro, alguien enojado podría tirársela a un juez de línea”, piensa en voz alta el cronista. “Normas de higiene”, explica Miriam, la amable traductora que a lo largo de una semana entenderá que hay otro mundo allá lejos, en general más caro y no necesariam­ente mejor.

De atrevido, y como todavía hay tiempo, el invitado pide hablar con el entrenador. En sus comienzos en el oficio solía cubrir partidos del Ascenso y no era raro que algún jugador saliera del vestuario antes del partido para conversar con las radios envuelto en el inconfundi­ble aroma del Untisal. No más de diez minutos después, trajeado como un gerente y con impecable corbata con los colores del club, se presenta el director técnico (aquí, el mánager). Joh Deok Jae responde con la calma de un monje budista, aun ante la inminencia del partido. Habla de un 4-3-3 invariable se juegue en casa o afuera, cuenta que sus jugadores son todos profesiona­les de tiempo completo, que mira con admiración las ligas inglesa y alemana (sobre todo al Tottenham de Son Heung-Min, la estrella coreana) y que le gustaría tener mayor presupuest­o para armar un equipo mejor.

Sólo hay dos preguntas que no entiende: ¿presencia de hinchas en las prácticas después de una derrota pidiendo explicacio­nes o rompiendo autos? ¿Si estamos al día con los sueldos? Dos amplias sonrisas de cortesía bien oriental, entre amable y pia

dosa, llegan por toda respuesta para dejar en offside al interlocut­or.

Se va el DT. Es el momento de pasar por el baño –todo automático, limpio como el de un hotel cinco estrellas, ¡con espejos!- y de subir a la tribuna de prensa. Allí esperan dos bandejas de telgopor con comida típica, palitos de metal y gaseosa (en vaso, claro). Sobre el pupitre, la revista institucio­nal del club con las formacione­s y la nómina de sponsors, casi todos del nivel de un equipo europeo.

Después sí, llega la hora del fútbol. Los equipos entran a la cancha al mismo tiempo, de la mano de chicos

y ante la indiferenc­ia general. No hay más de mil personas en las tribunas, incluyendo una decena de hinchas visitantes que se ubican detrás de uno de los arcos alrededor de un tambor. Suena el himno de la ciudad de Suwon y arranca el partido, que bien puede seguirse por pantalla gigante o por la voz de un locutor que, a lo NBA, detalla los tiros desviados, los córners y hasta las tarjetas amarillas. Un poco invasivo para nuestro gusto, desde ya.

Asistimos a un 1-1 casi sin jugadas de riesgo en el que el público es capaz de aplaudir un tiro al arco desviado de un rival y de lanzar un “ohhhhh” por una patada lanzada por un defensor propio. Si hasta se escuchan aplausos cuando la visita se pone en ventaja, casi sobre el cierre del primer tiempo. El Suwon, campeón nacional coreano en 2010, es el anfitrión de un espectácul­o en el que la gente puede ir a la cancha sin sentir que se embarca en una aventura incómoda y peligrosa. Sin trapitos, barras ni empujones. En el que la vida no se pone en juego. En paz.

El partido, digámoslo de una vez, es pésimo. Sin emociones ni intensidad. Habrá sido una gentileza del Servicio de Informació­n y Cultura coreanas. Algún cabo decidieron dejar suelto para que no olvidemos del todo esas tardes de fútbol de Ascenso en la Argentina.

Tan intensas y tan nuestras…

 ?? KOCIS ?? Domingo de sol. Mediodía en la puerta principal del estadio de Suwon. Allí, el equipo de la ciudad recibirá a Gyeongnam. Un fútbol distinto.
KOCIS Domingo de sol. Mediodía en la puerta principal del estadio de Suwon. Allí, el equipo de la ciudad recibirá a Gyeongnam. Un fútbol distinto.

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