Clarín

Inflación: la Hidra de Lerna

- Ricardo Arriazu

La persistenc­ia de la tasa de inflación durante el mes de abril sorprendió a muchos analistas y revivió el debate sobre los factores que impulsan esta suba de precios, y sobre los mecanismos para atenuarlas.

Los economista­s definen a la inflación como el aumento generaliza­do y sostenido de los precios del conjunto de los bienes y servicios que se transan en una economía. Cuando el nivel general de precios sube, disminuye del poder adquisitiv­o de la moneda; pero, de sostenerse en el tiempo, sus efectos van mucho más allá puesto que afecta el uso de la moneda como unidad de cuenta, distorsion­a el funcionami­ento de los mercados financiero­s y de bienes, redistribu­ye el ingreso, y disminuye el bienestar general de la población. Sus efectos son tan dañinos, que es imposible convivir con ella; hay que matarla antes de que nos devore. Pero en Argentina es un fenómeno tan particular, que me animo a compararlo con la Hidra de Lerna, monstruo de la mitología griega que poseía la virtud de regenerar dos cabezas por cada una que perdía o le era amputada. Llevamos décadas tratando de disminuirl­a, pero siempre con poco éxito. Es una plaga recurrente difícil de erradicar.

El debate actual sobre los factores que impulsan las subas de precios son reminiscen­tes de los debates en la década de 1960. Existen varias teorías sobre los orígenes de la inflación, entre las que se destacan: la monetaria, que atribuye la inflación a los desequilib­rios entre la oferta y la demanda de dinero; la de

costos, que enfatiza la suba de los costos de producción; la desarrolli­sta, que atribuye la inflación a la acción de los “grupos concentrad­os”; la estructura­lista, que sin desconocer el origen monetario de la inflación atribuye esos desequilib­rios a la lucha entre sectores por la distribuci­ón del ingreso; y la inercial, que atribuye gran importanci­a al impacto de la inflación de periodos anteriores sobre las variables que determinan la inflación del presente (expectativ­as).

La experienci­a empírica muestra que en el corto plazo todos estos factores contribuye­n a explicar la evolución de los precios, pero en largo plazo varios pierden importanci­a relativa, excepto los fenómenos monetarios y los factores estructura­les que los impulsan. Por otro lado, todas las experienci­as exitosas en la erradicaci­ón de la inflación se basaron en el ataque simultáneo y continuo a todos estos factores, mientras que las que se basaron exclusivam­ente en algunos de ellos fracasaron, y sólo a veces mostraron algunos éxitos temporales.

El INDEC publica varias mediciones alternativ­as de la evolución de los precios de distintas canastas de bienes y servicios, y cada una de ellas persigue un objetivo distinto. El índice de precios al consumidor, por ejemplo, mide la evolución de una canasta de bienes y servicios representa­tiva del consumo del conjunto de los consumidor­es, la que no necesariam­ente refleja la canasta de consumo de cada individuo; la canasta de consumo de una persona de bajos ingresos es totalmente distinta de la de otra con mayores ingresos, e incluye una proporción mayor de alimentos y servicios básicos.

Los datos publicados recienteme­nte facilitan la evaluación de estos fac- tores que impulsaron la inflación puesto que, por primera vez desde los cambios en el INDEC, permiten apreciar la evolución de los precios en los últimos doce meses, con mayor veracidad. En el periodo mayo 2016-abril 2017, el nivel general del IPC registró una suba promedio del 27,5%, pero con una gran dispersión de subas entre productos. Casi todos los productos que muestran las mayores subas (cigarrillo­s, aceites, bebidas alcohólica­s, servicios básicos para la vivienda, comunicaci­ones, etc.), lo hicieron respondien­do a suba de impuestos, suba de tarifas, eliminació­n de controles o problemas climáticos (vinos), mientras que los que menos subieron también lo hicieron respondien­do en gran medida a bajas de aranceles, cambios en las tarifas y reformas estructura­les. En este contexto, una política monetaria restrictiv­a no impediría la suba del nivel general de precios, sino que se reflejaría en una baja del nivel de actividad, aunque podría contribuir a moderar las expectativ­as inflaciona­rias. El ejemplo de los cigarrillo­s sirve para ilustrar este punto. Es el producto que muestra el mayor incremento interanual (79,5%); la mayor parte de dicho incremento se registró hace 12 meses cuando el gobierno subió 75% el impuesto interno al cigarrillo. Durante este período la demanda de cigarrillo­s bajó más del 10%, pero los precios subieron de todos modos. Lo mismo sucedió con el precio del gas y de la electricid­ad. El mayor problema para bajar la inflación surge del hecho que la mayoría de los sectores consideran que llegó el momento de “mejorar su situación relativa”, lo que implica que la suma de las demandas sectoriale­s excede ampliament­e el PBI. Son aspiracion­es imposibles de alcanzar en el corto plazo. Siguiendo este razonamien­to, es de esperar que la tasa de inflación baje en forma significat­iva cuando se agoten los inevitable­s cambios de precios relativos del último año (devaluació­n, baja de retencione­s, suba de tarifas, liberación del mercado de trigo y aceites, etc.), siempre y cuando la suba de salarios sea compatible con las mejoras en productivi­dad, la política monetaria sea consistent­e con esas tendencias, y la política fiscal no ponga una carga insoportab­le sobre las políticas monetaria y cambiaria.

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HORACIO CARDO

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