Cómo funciona la censura en China
Alo largo de un mes, en 2014, en distintas exposiciones en Beijing y Shanghai que incluyeron mi obra, mi nombre fue tachado, en una ocasión por los funcionarios gubernamentales y en la otra por los galeristas. Algunas personas se lo podrían tomar con filosofía, como una cuestión por la que no hay que ofenderse. La vida en China está saturada de simulación. La gente finge ignorancia y recurre a ambigüedades. En China, todos saben que existe un sistema de censura, pero se habla poco de por qué existe.
A primera vista, la censura parece invisible, pero su omnipresencia, que desdibuja los sentimientos y percepciones de las personas, crea límites en la información que reciben, la que seleccionan y a la que recurren.
El contenido que ofrecen los medios estatales chinos, tras ser procesado por los censores políticos, no es información libre. Es información que ha sido seleccionada, filtrada y a la que se le ha asignado su sitio, por lo que se restringe de manera inevitable la voluntad libre e independiente de los lectores y observadores. El daño de un sistema de censura no solo consiste en empobrecer la vida intelectual; también distorsiona el orden racional en el que se comprenden el mundo espiritual y el natural. El sistema de censura confía en privar a una persona de la percepción necesaria para mantener una existencia independiente. Nos priva de tener acceso a nuestra independencia y felicidad. El discurso censor elimina la libertad de elegir qué internalizar y expresar a los demás y esto inevitablemente provoca que la gente se deprima. Dondequiera que domina el miedo, se desvanece la verdadera felicidad, y la fuerza de voluntad individual se agota. Los juicios se distorsionan y la racionalidad comienza a desaparecer. El comportamiento colectivo puede volverse errático, anormal y violento. Dondequiera que el Estado controle o bloquee la información no solo reafirma su poder absoluto, también provoca en la gente a la que gobierna una sumisión voluntaria ante el sistema y un reconocimiento de su dominio. Esto, a su vez, sustenta el axioma de lo inmoral: aceptar la dependencia a cambio de beneficios prácticos.
La manera más elegante de adaptarse a la censura es incurrir en la autocensura. Es el método perfecto para aliarse con el poder y allanar el camino para el intercambio mutuo de beneficios. El acto de prosternarse ante el poder a fin de reci- bir placeres mínimos puede parecer nimio pero, sin ello, el ataque del sistema de censura no se produciría. Para la gente que acepta esta postura pasiva hacia la autoridad, “arreglárselas” se convierte en un valor supremo. Sonríen, se inclinan y asienten, y tal comportamiento por lo general conduce a estilos de vida cómodos, libres de problemas e incluso fáciles. Esta actitud es básicamente defensiva. Es evidente que en cualquier controversia, si se ha silenciado a uno de los bandos, nadie cuestiona las palabras del otro bando.
Eso es lo que tenemos en China: una mayoría autosilenciada, aduladora de un régimen poderoso. La gente que se censura voluntariamente se vuelve vulnerable a desafíos morales de diversa índole. Cada vez que se muestran serviles, complacen a los autoritarios y dañan a aquellos que protestan. Como están aquí las cosas, la resistencia racional se puede basar únicamente en las pequeñas acciones de los individuos por sí solos. Si fracaso, la responsabilidad es solo mía, pero los derechos que busco defender son los que se pueden compartir. Los esclavos ideológicos también pueden sublevarse. Al fin y al cabo, siempre lo hacen..