Una frontera difusa y con un debate impreciso
Con los asuntos públicos y los debates en el Agora ateniense, alumbró la política tal y como la conocemos. Allí los ciudadanos competían con sus oratorias, proponían leyes para administrar y embellecer la ciudad, celebraban sus rituales sagrados y llevaban a cabo el comercio de bienes. La co
sa pública era el corazón de aquellas citas en las cuales descollaba el ocio reflexivo que daría nacimiento a la filosofía. Pensar la vida con el otro y desde el otro. Las actividades comerciales, en cambio, como señala Jean Tou- chard en su clásico ensayo “Historia
de las ideas políticas”, dieron origen a los negocios, es decir al negotium, la negación de aquel profundo ocio especulativo que exploraba el pensamiento nodal de Occidente, entonces en gestación. La frontera entre las cuestiones
privadas y las que incumbían a todos los ciudadanos, es decir las cuestio
nes públicas, ha sido desde entonces un debate incierto y complejo: el gran tema de la política. El lector no nombra a nadie, no tuvo esa intención y quizá no sea necesario hacerlo. Es un mensaje a todos los hombres públi- cos, cuyos actos, de uno u otro modo,
impactan en la ciudadanía. Si bien el autor de la carta pone el foco en la clase política, su razonamiento podría extenderse a todos los órdenes. Los ídolos deportivos, los rockstar, los artistas populares, todos aquellos que pueden ser vistos como motivadores de la sociedad deberían repasar este mensaje. Sin duda que los políticos en primer lugar.
Hoy la tecnología redujo el mundo a las dimensiones del Agora ateniense. Todo está al alcance de la mano, de un simple clic. Los malos ejemplos y su reproducción también.