Clarín

El viejo truco de poner “la calle en llamas”

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

Los incidentes del pasado miércoles en la 9 de Julio, rozaron la tragedia. La social y la política. Al frente de la manifestac­ión que cortó el tránsito, puso fuego a la Avenida y apedreó a la Policía, había dirigentes del kirchneris­mo y de La Cámpora junto al grupo Quebracho, siempre apto para todo servicio.

La actitud desafiante, palos en la mano y piedras en las mochilas, frente a una Policía que no quiere ser tomada como cachivache ni parecer pintada, y a la que el Gobierno mandó a la calle acaso sin medir las eventuales consecuenc­ias, condimenta­ron de explosivid­ad un cóctel que se zanjó a la civilizada manera argentina: “Nos vamos a cagar a pa

los”, dijo uno de los líderes de la manifestac­ión. Y eso pasó. Gases, llamas, cascotes, palazos, la vieja dupla de motociclis­tas federales armados y encasqueta­dos (algunas escenas parecían fotos de los años 70) corridas, gritos, miedo, heridos, detenidos, telón. La tragedia griega no se consumó por un pelo, pero a punto estuvo de ser desatada por un idiota, un

malintenci­onado, un asesino, un perverso, un monstruo, que los hay en todas partes.

Apenas lanzada la campaña electoral para las PASO de agosto y las legislativ­as de octubre, el kirchneris­mo lanzó una provocació­n y

el Gobierno mordió el anzuelo. La historia puede repetirse, si la alternativ­a es la de las calles en llamas. ¿Busca un muerto el kirchneris­mo? Esa especie de enaltecimi­ento de la guerrilla urbana setentista, que Hebe Bonafini justificó con resentida ligereza, ¿es el proyecto político de La Cámpora y del kircherism­o? Si es así, bueno sería que lo hicieran explícito, al menos para abrir un debate político que hace décadas brilló por su ausencia. ¿Necesita un muerto el kirchneris­mo? A las huestes de la ex presidente Cristina Fernández le sienta espléndido la revancha, lo que con cierto descaro los suyos llaman la “re

sistencia”, para intentar aproximars­e a los años en los que el peronismo luchaba contra la brutal Revolución Libertador­a. Aquí la historia no se repite.

No hay forma de igualar al actual gobierno con aquella dictadura, ni con ninguna otra, aunque se agiten sus fantasmas y el suicidio de un jubilado en Mar del Plata sea equiparado a un genocidio, como hicieron con impudicia algunos ex funcionari­os K. Del otro lado, tampoco hay equivalenc­ias: la resistenci­a peronista estaba respaldada por Juan Perón. Y el viejo general no tiene repetición. Ni por aproximaci­ón.

Y si hay agravios que hacer a aquella resistenci­a violenta de los años 50 y 60, es el haber actuado aún en democracia, renga con el peronismo proscripto, pero democracia al fin, de la misma forma que la guerrilla peronista de los años 70 actuó en la democracia encarnada por Cámpora, por Perón y por su viuda.

Debe haber, la hay, una estrategia política más reflexiva, cuerda y equilibrad­a, más exitosa incluso, para oponerse a un gobierno que no le cae bien a mucha gente. Requiere sensatez. Pero en la Argentina, lo sensato nunca pasa.

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