Clarín

Una ley a gusto del consumidor

- mhelfgot@clarin.com Marcelo Helfgot

“Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros”. La frase es típicament­e marxista, pero bien puede aplicarse a los usos y costumbre de la clase política argentina. La vieja y la nueva. No la dijo el filósofo alemán Carlos Marx, fundador del comunismo, sino Groucho, el célebre cómico neoyorquin­o. Las idas y vueltas en torno a las primarias abiertas simultánea­s y obligatori­as le caen como anillo al dedo. Veamos.

Cristina Kirchner presentó el proyecto de las PASO en la Rosada el 28 de octubre de 2009, argumentan­do que “se va a terminar con los candidatos designados a dedo”. La ex presidenta acaba de correrse del PJ para negarle una interna a Florencio Randazzo. El ex ministro se encargó de presionar en aquella época al Congreso para que la ley se aprobara en trámite exprés. Cuando quiso utilizarla en su beneficio, comprobó que hecha la ley, hecha la trampa y él tampoco le da interna a Ishii.

La oposición votó contra las PASO, incluyendo la UCR. Alegaba que le daba demasiado poder al presidente de turno. Ahora le encontró utilidad. En junio del año pasado rechazaron la propuesta del gobierno que integran de abolir la obligatori­edad de las primarias y convertirl­as en opcionales. La reforma se truncó. Una semana atrás, Mauricio Macri les aseguró a los integrante­s de la mesa chica presidenci­al que su intención es eliminar las PASO porque cuestan mucho y no ve suficiente interés político en usar esa herramient­a. El Presidente es en buena medida fruto de las internas a las que Cambiemos echó mano en 2015 y quien firmó un año antes la reglamenta­ción de las PASO en la Ciudad. El decreto decía que “el objetivo es el desarrollo de un nuevo modelo de organizaci­ón y administra­ción electoral”. Marcos Peña transmitió el miércoles la idea de “revisar” la vigencia de la ley, pero nada dijo de derogarla en territorio porteño, donde el PRO tiene más chance de lograr mayoría.

Las PASO nacieron con el vicio de limitar la autonomía de los partidos. Los mismos que la aplaudiero­n, la criticaron. Y viceversa. Incluso algún politólogo. La manía criolla de cambiar los principios según la convenienc­ia.

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