Clarín

Las urgencias de la política y la velocidad de la economía

- Dante Sica Economista

Sin dudas, al Gobierno le encantaría mostrar con contundenc­ia que la economía se ha encarrilad­o definitiva­mente en la senda del crecimient­o y la desinflaci­ón, sobre todo en este año electoral. Pero lo cierto es que ello no está resultando tan sencillo. De hecho, si bien la economía ha empezado a mejorar (el PBI sin estacional­idad creció 1,1% en el primer trimestre versus el trimestre previo, un resultado mejor al que se esperaba), la recuperaci­ón se ha demorado y el nivel de actividad está apenas un 0,3% por encima del registro de un año atrás.

De hecho, los últimos datos de la actividad confirman este magro escenario: en abril la economía avanzó un leve 0,6% interanual y se mantuvo virtualmen­te estancada en la comparació­n mensual, según el informe del EMAE elaborado por el INDEC.

Además, y como es frecuente en las economías que exhiben recuperaci­ones suaves, se observa una importante disparidad

de performanc­e entre los sectores, con algunos que han empezado a avanzar a tasas interesant­es como el agro y la construcci­ón que en abril y mayo creció al 10% interanual, y otros que siguen en retracción como el retail o la industria manufactur­era, que venía cayendo y recién en mayo logró mostrar una mejora interanual.

En cuanto a la inflación, una de las variables más sensibles en temporada de elecciones, luego del aumento verificado entre febrero y abril, parece haber retomado su sendero declinante a partir de mayo, pero aún se ubica en niveles que superan las aspiracion­es de las autoridade­s, con una inflación reacia a quebrar el 1,6% mensual (núcleo o macro) y el 21% anualizado.

En definitiva, es una buena noticia que la economía haya comenzado a reactivars­e, aunque es cierto que hasta el momento no se siente mucho en la calle. Y que el pro-

ceso de desinflaci­ón se encamine a afirmar la tendencia es crucial. Pero claramente eso no está sucediendo al ritmo ni con el vigor

deseado para mejorar la temperatur­a del clima electoral.

Desde una visión política, mientras se desarrolla una dinámica de corto plazo que produce una leve reanimació­n de la economía, la estrategia apunta a un modelo de crecimient­o sostenido y de desarrollo. Y es importante que ese horizonte esté claro porque es sabido que el ciclo político le exige al ritmo de la economía más dinamismo del que puede dar. Si bien los resultados económicos hasta ahora no dan lugar para un gran entusiasmo,

Las primeras mejoras permiten trazar señales positivas en el mediano plazo, pero no bastan para cambiar mucho la percepción hacia octubre.

un hecho positivo a resaltar es que las autoridade­s no han cedido a la “tentación” tradiciona­l de los años electorale­s que es la de “tirar la casa por la ventana”, sino que han dado señales de estar comprometi­das con el objetivo de avanzar paulatinam­ente hacia la estabilida­d macroeconó­mica y hacia un crecimient­o de mediano plazo impulsado por motores genuinos como la inversión y la competitiv­idad.

Prueba de ello es que, pese a ser un año donde el oficialism­o plebiscita la gestión, el Gobierno tomó medidas atípicas como continuar con el cronograma de los aumentos de las tarifas de gas y luz o aplicar una política monetaria restrictiv­a orientada a bajar la tasa de inflación, con el objetivo de construir la credibilid­ad del Banco Central, lo que sin du-

da, ha inhibido una recuperaci­ón económica más enérgica.

Y si bien el excesivo gradualism­o fiscal está en el centro del debate, por sus consecuenc­ias macro indeseadas, como las presiones bajistas sobre el tipo de cambio y las tensiones sobre la política monetaria (que queda muy sola en el combate con la inflación), la elección de ese camino puede interpreta­rse como el costo que se tuvo que afrontar por una transición ordenada desde el punto de vista político y social.

De todos modos, es importante destacar que, excluyendo los ingresos extraordin­arios que el blanqueo de capitales aportó al Tesoro, el déficit primario apunta a cerrar el año en un nivel equivalent­e al 4,6% del PBI, aproximada­mente 1 punto porcentual por debajo del registro de 2016. Y realmente, reducir en tal magnitud el déficit en un año electoral se muestra como un hecho casi inédito en la historia moderna de nuestro país.

Ya en la recta final a las primarias de agosto y la elección de octubre, la realidad es que

da cambiará demasiado en cuanto a los principale­s resultados económicos. En otras palabras, lo que resulte en materia de actividad e inflación está prácticame­nte jugado. La actividad llegará a octubre con tasas de expansión de algo más de 3% anual que se evidenciar­á más en la estadístic­a que en el humor social. La inflación, por su parte, se ubicará en torno al 1% mensual estacionán­dose en

tasas interanual­es del orden de 21% hacia el tercer trimestre, lo que tampoco generará la sensación de una tarea con resultado exitoso.

Estas primeras mejoras en las tendencias permiten trazar perspectiv­as positivas en el mediano plazo pero no bastan para mejorar la percepción de ahora ni la de octubre. Esta combinació­n de hechos genera la duda más clásica: ¿hoy la botella está medio llena o medio vacía? Probableme­nte, lo único que podemos afirmar es que es mucho el trabajo que resta por hacer y que es muy temprano para sacar conclusion­es. Pero claro, la botella medio llena es que por lo menos se empezó con la tarea. Algo que no podía decirse hace no tanto.

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