Clarín

El tren de los sueños devaluados

- Osvaldo Pepe opepe@clarin.com

Será que los argentinos estamos un poco cortos de metas. Extraño en un pueblo que siempre fue aspiracion­al, empujado por el deseo inmigrante de progreso social.

En muchos casos, ese sueño murió al costado de las vías del

tren ausente y su mala cría. Pueblos abandonado­s que vieron cómo la jubilación de los viejos “ca

ballos de hierro”, las antiguas locomotora­s “a carbón”, y sus sucesores Diesel, sólo trajeron desolación, desempleo y soledad.

Hemos devaluado tanto nuestros sueños que ayer la política más popular del país, Mariú, Vidal, gobernador­a bonaerense, fue usada como atractivo electoral en la reposición del viaje en tren a Mar del Plata, luego de casi dos años sin funcionar, en una travesía propia del siglo XIX: ocho horas de viaje y 12 paradas para el trayecto de 400 kilómetros entre Constituci­ón y las costas marplatens­es. Dicen que a futuro el tiempo real será de 6 horas y 45 minutos, extendidos ayer por el protocolo inaugural en cada parada.

Quien escribe, con más de seis décadas de ciudadanía al hombro, conoció las épocas de la estación Constituci­ón atestada para viajar a Mar del Plata “en cuatro horas y

un ratito”, en trenes espectacul­ares, con salón comedor lujoso que ofrecía platos gourmets. Y una primera clase que se miraba “con

la ñata contra el vidrio”, pero “la segunda” era confortabl­e y práctica. Aun en los trenes que tardaban un par de horas más, era un placer ver la cara de mi padre cuando tenía un peso de más y se jugaba en ese viaje con una excursión modesta al comedor, sólo para atacar una milanesa con papas y huevos fritos, mientras uno veía por las ventanilla­s pasar la vida, rauda hacia la playa. Ayer aplaudimos un atraso de dos horas y más de 60 años: esas “cuatro horas...” ya habían sido anunciadas por el noticiero “Sucesos Argentinos” en tiempos del primer peronismo. El kirchneris­mo, que había prometido el “tren bala” a Córdoba y Rosario, debió suspender el servicio marplatens­e por su desastrosa política ferroviari­a.

Mucho antes, Menem había cumplido su amenaza: “Ramal que para, ramal que cierra”. Y así estamos, añorando trenes de los 50, 60 y 70 en pleno siglo XXI.

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