“Lo mío es contar la historia del mundo con un trapito”
¿Cómo hará el payaso Piola para convertir una cuchara en un recipiente de lágrimas y un clarinete en un instrumento del amor? Casi sin palabras, Gabriel Chamé Buendia encarna a este tremendo payaso que entretiene y emociona. “El idioma del clown no es la palabra, sino la
acción poética. Contar con la simplicidad de la imagen y que la gente entienda. Difícil”.
En honor al respeto que le inspira el trabajo propio y ajeno, Gabriel Chamé Buendia reflexiona sobre el acto creativo del clown. “Hay tres cosas fundamentales: el cuerpo, el objeto y el
argumento. Podés arrancar con el concepto o descubrir cuál es durante las improvisaciones. En el caso de mi unipersonal Llegué para irme no sabía lo que iba a hacer, sólo lo tenía a Piola, mi personaje. Le dije a Alain Gautré, el co-director, que buscaba que se entendiera todo sin palabras. La gente comprende las acciones. Si aspiro mi pelo con una aspiradora todos se asombran, es simple”. En la versión actual dice frases sueltas. “Es verdad, me corrompí”. Ríe, recuerda que hace doce años ya que creó este
espectáculo. Había terminado de trabajar en el Cirque du Soleil y se había separado de su mujer. En las improvisaciones el amor apareció en
seguida, también la casa. Jugaba con la tabla de planchar, un teléfono, todos elementos del hogar. “Pensé, ¿si Piola llega a la casa y se tiene que ir? Es la gran esquizofrenia contemporá-
nea, estamos sin poder estar, siempre llegando para irnos. Ese concepto me abrió una puerta”. En las improvisaciones, Piola quería descansar, se tiraba a la cama y rebotaba; entonces, se le ocurrió hacer un número de cama elástica. Aprendió la técnica. “Se va descubriendo la acción en caliente. El payaso debe retomar la es
pontaneidad de los niños, ellos no piensan lo que hacen, lo hacen. El payaso está cómodo cuando no sabe; confía y de repente sabe”.
Otro momento importante, cuenta, es cuando llegan los objetos: las posibilidades de creación se multiplican y el espacio se transforma. “Hasta que decís: ‘este chorizo es una porquería, hay que tallarlo’. Lo vas comprimiendo como a una escultura, sacás lo que está de más”. -¿Los temas? -No me interesa describir la realidad. No creo que el espectador tenga que ver al colectivero que chocó a la ancianita para que la obra alcance profundidad dramática. Podés narrarlo de otra manera y provocar la misma emoción. Mi especialidad, lo mío, es contar la historia del mundo con un trapito. -¿Lo cómico? -Aparece con pequeñas rupturas. Sé que cuando salgo disparado de la cama elástica, la primera vez, provoco aplausos. -¿Y si no? -Los miro, hago un gesto y me aplauden. Entonces hago un “¿Qué hacen? ¡Quiero dormir!”. Esa velocidad genera más risa.
Es significativo el momento previo al salir a escena: “Los actores somos raros. Tenemos miedo”. Se confiesa: “Este último domingo estaba con ataque de pánico, pero igual subí al escenario. En clown la exposición es total: me río mucho de mis errores. Es más, los denuncio”. -¿Cuándo el espectáculo acaba? -Termino cansado y feliz. Me encanta actuar en Argentina porque te esperan en la puerta y vas a cenar, un “planazo”. En Europa no es así.
Después del estreno, Gabriel sigue perfeccionando la obra. “Está terminada cuando la gente se pregunta: ‘¿Cómo lo hizo?’. La maquinaria debe fluir, como todo hecho artístico”. -¿Lo mejor que te haya pasado? -Descubrir esta profesión que me hace feliz. Podría haberme vuelto loco con tanta maraña de imágenes internas. Es lo más difícil que me ha tocado porque impone un rigor que hace que pierdas parte lo cotidiano. -¿Preferís la palabra payaso o clown? -¡Qué importa la palabra! Payaso, Clown, Pierrot, lo importante es que se haga bien. La única manera de honrar el oficio es con esfuerzo. Si me preguntan cómo montar un espectáculo, digo: ‘Ensayá todos los días, con o sin ganas, poné una fecha de estreno’”.
¡Qué importa la palabra con la que me llamen! Payaso, Clown, Pierrot. Lo importante es que esto se haga bien.”