Ahora hasta nos globalizan los afectos
Reconocido el esfuerzo de los habitantes de nuestro país por ser originales, en algunos casos para mal, debemos admitir que la mayoría de nuestras pasiones bajó de un barco. Podemos mostrar un fervor especial por el fútbol y una devoción suprema por el asado, pero no es aquí donde se pateó por primera vez una pelota ni donde a alguno se le ocurrió preparar una carne con brasas.
Hoy, avanzado el siglo XXI, ¿se mantiene el hábito de importar costumbres y hacerlas propias? Más abarcativo todavía, ¿es posible la existencia de pasiones puramente argentinas en este mundo global?
¿Y cómo inciden en este comportamiento las nuevas generaciones?
En el fútbol (échale la culpa a la Play) ya se nota: en plazas, clubes y escuelas hay casi tantos pibes con la camiseta de Boca como
con la del Barcelona. Hasta de la misma marca son... Un fenómeno similar se verifica en otros deportes. En el básquet, por ejemplo, es notoria la disparidad. Provocan mayor interés las campañas de Golden State Warriors o Cleveland Cavaliers que las de San Martín de Corrientes o Peñarol de Mar del Plata. Quizá haya menos casacas del Barsa cuan
do la 10 ya no sea Messi, así como decrecerán las musculosas de los Spurs cuando retiren la
20 de Ginóbili. Aun así, es un hecho que un clásico de Manchester va a competir palo y palo en rating con uno de Santa Fe y que un playoff de la NBA sumará más televidentes que cualquiera de nuestra querida Liga Nacional. Desde hace tiempo existen pasiones universales. Y no hay razón para privarnos de disfrutarlas como si fueran autóctonas.