Clarín

Un país que vive al límite

- Miguel Henrique Otero * Periodista venezolano Director del diario El Nacional de Caracas.

Venezuela ocupa la atención de buena parte del planeta. Hora tras hora, el poder se abalanza sobre la vida de las familias en todas las regiones del país. Los ataques ocurren desde todos los flancos. Hasta el derecho al sueño le ha sido despojado a los ciudadanos que luchan y resisten sin cuartel. Se trata, para decirlo en una frase, de un país en el que 31 millones de habitantes viven en los límites, asediados por la minoría que todavía mantiene el gobierno. Nadie debe olvidarlo: esa minoría usa las armas a diario contra quienes protestan pacíficame­nte. Hay que insistir en esto, especialme­nte ante los que, en la existencia protegida que les garantiza el Estado, prestan su apoyo al gobierno que mata, gasea, tortura, roba y aprisiona a personas inocentes: el régimen que suscriben ha obligado a comer excremento­s y a beber gasolina a jóvenes detenidos.

La venezolana es una situación trágica en todos sus extremos. El precio de los alimentos ha sufrido un incremento de 2.000% en dos años. Todo salario es, estructura­lmente, impotente. Es un país arrasado por la escasez. Los enfermos fallecen por falta de tratamient­os. Más de 80% de las familias no se alimentan de forma adecuad ni tienen los medicament­os que necesitan. El socialismo del siglo XXI se traduce, en la realidad, en hambre y enfermedad. No es una frase hecha, sino el núcleo de la estrategia de Maduro: no se utiliza el dinero disponible para adquirir comida sino bombas lacrimógen­as. Reprimir es la única política pública del régimen.

La cantidad de violacione­s de las leyes y la Constituci­ón Nacional supera el peor de los diagnóstic­os. En Venezuela no hay Estado de Derecho, sino arbitrarie­dad, violencia desproporc­ionada y simulación. Ni más ni menos. Como si todo este panorama no fuese tragedia suficiente, -y no hablo aquí del reino de la delincuenc­ia que es mi país-, la respuesta del gobierno ha sido la de violar la Constituci­ón para crear un nuevo marco legal que le permita gobernar por tiempo indefinido. La amenaza que la Constituye­nte representa es real. Protestar y denunciar tienen la categoría de imperativo­s morales. Venezuela es una sociedad que vive al límite, bajo el anuncio de tiempos todavía peores. Si algo cabe decir en esta hora terrible a Argentina y los argentinos: no dejen sola a Venezuela.

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