Un país que vive al límite
Venezuela ocupa la atención de buena parte del planeta. Hora tras hora, el poder se abalanza sobre la vida de las familias en todas las regiones del país. Los ataques ocurren desde todos los flancos. Hasta el derecho al sueño le ha sido despojado a los ciudadanos que luchan y resisten sin cuartel. Se trata, para decirlo en una frase, de un país en el que 31 millones de habitantes viven en los límites, asediados por la minoría que todavía mantiene el gobierno. Nadie debe olvidarlo: esa minoría usa las armas a diario contra quienes protestan pacíficamente. Hay que insistir en esto, especialmente ante los que, en la existencia protegida que les garantiza el Estado, prestan su apoyo al gobierno que mata, gasea, tortura, roba y aprisiona a personas inocentes: el régimen que suscriben ha obligado a comer excrementos y a beber gasolina a jóvenes detenidos.
La venezolana es una situación trágica en todos sus extremos. El precio de los alimentos ha sufrido un incremento de 2.000% en dos años. Todo salario es, estructuralmente, impotente. Es un país arrasado por la escasez. Los enfermos fallecen por falta de tratamientos. Más de 80% de las familias no se alimentan de forma adecuad ni tienen los medicamentos que necesitan. El socialismo del siglo XXI se traduce, en la realidad, en hambre y enfermedad. No es una frase hecha, sino el núcleo de la estrategia de Maduro: no se utiliza el dinero disponible para adquirir comida sino bombas lacrimógenas. Reprimir es la única política pública del régimen.
La cantidad de violaciones de las leyes y la Constitución Nacional supera el peor de los diagnósticos. En Venezuela no hay Estado de Derecho, sino arbitrariedad, violencia desproporcionada y simulación. Ni más ni menos. Como si todo este panorama no fuese tragedia suficiente, -y no hablo aquí del reino de la delincuencia que es mi país-, la respuesta del gobierno ha sido la de violar la Constitución para crear un nuevo marco legal que le permita gobernar por tiempo indefinido. La amenaza que la Constituyente representa es real. Protestar y denunciar tienen la categoría de imperativos morales. Venezuela es una sociedad que vive al límite, bajo el anuncio de tiempos todavía peores. Si algo cabe decir en esta hora terrible a Argentina y los argentinos: no dejen sola a Venezuela.