Clarín

La CGT, con su propia cruz y cargas ajenas

- Eduardo Aulicino eaulicino@clarin.com

Lejos de sus buenos tiempos y de los no tan buenos parecía que, de todos modos, los jefes sindicales podían escribir -otra vez- una primera página de recomposic­ión peronista frente a un gobierno de otro color partidario. Aún con debilidade­s de origen y sin liderazgos potentes, la unidad cegetista generaba esa imagen inicial. Duró poco. No ocupó ese lugar en el fragmentad­o peronismo de estos días y mostró la dimensión de sus propias cruces: al ahondado proceso de orfandad en materia de candidatur­as y las apuestas más bien personales en medio de las divisiones del PJ, se agregaron el desafío que representa el peso de los movimiento­s sociales -que a su modo expresan una realidad por afuera de los gremios estructura­dos- y el conflicto con comisiones internas de izquierda. El caso de PepsiCo reavivó el tema y, a la vez, el llamado a la marcha de protesta recién para el 22 de agosto exhibió un cuadro más complejo, que alude a la relación con las estructura­s políticas. Los jefes sindicales, como casi todos, esperan ahora el resultado del primer turno electoral del gobierno macrista, especialme­nte en Buenos Aires. Será un dato central para acomodar sus cargas y recrear su poder, nada desdeñable.

Los trascendid­os sobre la última reunión de la conducción cegetista, la semana pasada, expresaron incomodida­d política frente a la carrera electoral ya abierta y también males

tar ante el juego de presiones que combina sus internas, el difícil equilibrio ante el fragmentad­o peronismo y tensiones como la expresada en la toma y la represión para el desalojo de una planta de PepsiCo.

Ese episodio, según dejaron saber voceros gremiales y admiten fuentes del Gobierno, al

teró un panorama de cierta distensión, al menos hasta después de los comicios, que había surgido de una extraña coincidenc­ia: los es-

fuerzos de varios dirigentes, y también de algunos funcionari­os -no sólo de Trabajo- para evitar mayor conflictiv­idad en vísperas de

las elecciones, y el cambio de estrategia -o en rigor, la estrategia real- del kirchneris­mo duro, que intenta llegar a las primarias sin agitar tensiones que condensen en el oficialism­o el voto más crítico de la gestión pasada.

Desde el Gobierno, en contacto directo con sectores de la dirigencia sindical, venían trabajando en el camino de un cierre de paritarias que terminara generando un cuadro sin

conflictos salariales extendidos. La señal de un techo de alrededor del 18 por ciento para las negociacio­nes entre gremios y cámaras empresaria­les terminó siendo lo que podía suponerse más allá de los discursos: una referencia para evitar que el grueso de los acuerdos se disparará mucho más allá de la inflación anual imaginada. El propio gobierno, como empleador, estuvo por encima de aquel supuesto límite. Y la mayoría de las paritarias,

si se consideran porcentaje­s formales, sumas fijas y otros rubros, oscilan entre el 23 y el 25 por ciento.

Resulta difícil establecer los porcentaje­s reales en cada caso, pero parece claro que la mayoría de los gremios encontraro­n la forma de cerrar trato, lo cual difícilmen­te anule la posibilida­d de planteos hacia fin de año, vía reclamos de bonos o alternativ­as similares. Como sea, en distintos meses, fue gravitante

la posición de los gremios mayores, por su volumen o por su peso tradiciona­l y estratégic­o. En la primera tanda, pesaron comercio, estatales de UPCN, bancarios, sanidad y construcci­ón. Y más recienteme­nte, metalúrgic­os y camioneros.

Más allá de los malestares generados por la situación económica, y el dispar cuadro de las diversas actividade­s -con la reactivaci­ón de la construcci­ón y la caída textil como algunos de los ejemplos contrapues­tos-, la preocupaci­ón admitida por fuentes oficiales apuntaba sobre todo a las tensiones y sus expresione­s

callejeras, sin reparar en los límites formales de la CGT. El Gobierno mantuvo siempre, aún con largos períodos de frialdad, la relación con el trío cegetista de Héctor Daer, Juan Carlos Schmid y Héctor Acuña, los tres con algún grado de apuesta en el amplio universo del peronismo. Cuidó especialme­nte los vínculos con dirigentes de peso pero con juego propio fuera de la conducción sindical, entre ellos Gerardo Martínez (UOCRA), Andrés Rodríguez (UPCN), José Luis Lingeri (obras sanita- rias), Armando Cavalieri (comercio) y Roberto Fernández (UTA). No son canales que funcionen del mismo modo, en un cuadro en el que además se fueron complicand­o las relaciones con Hugo Moyano y Luis Barrionuev­o. De todos modos, son en general jefes sindicales que combinan dureza y diálogo. Un cuadro, en conjunto, que habla de un poder fragmentad­o en el frente sindical.

Curioso además cómo la política incide en los malhumores sindicales. En la última reunión de la conducción cegetista, un punto ineludible fue la lectura que, al revés que hace apenas un par de meses, podría tener la decisión de colocar fecha de la próxima movilizaci­ón para más de un mes posterior a los episodios de PepsiCo, y nueve días después de las elecciones primarias. Algún dirigente se eno

jó con la posibilida­d de que fuese entendido como un gesto hacia Cristina Fernández de Kirchner, que apareció públicamen­te desalentan­do una escalada de protestas.

Hasta ese momento, y del mismo modo que había ocurrido a principios de año, las CTA y los gremios más afines al kirchneris­mo dentro de la CGT, además de la izquierda y algunos sectores de los movimiento­s sociales, ve-

nían presionand­o por un paro nacional, con escala previa en una marcha apenas seis días antes de las primarias. Pero la ex presidenta decidió hacer público un pedido para desmontar esa ofensiva. No son pocos quienes creen que uno y otro gesto estaban previstos de entrada, en función de la campaña.

En cambio, el conflicto de PepsiCo corrió por otro andarivel. Colocó a la dirigencia sindical peronista en posición cuanto menos in

cómoda: hubo pintadas y declaracio­nes contra el sindicato de la alimentaci­ón, junto con consignas duras de condena al Gobierno. El maquillaje de campaña descolocó al kirchneris­mo, que por otra parte carga su propia mochila de represión frente a casos de similar

naturaleza. Además de algún cruce patético de una candidata kirchneris­ta con dirigentes de izquierda, Hebe de Bonafini se encargó de cuestionar la pasividad K y no olvidó insultos a la dirigencia sindical. Para la CGT, claro, el problema es más complejo: no discute prácticas sindicales, ni siquiera sus resultados por lo general pobres, sino el poder interno.

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PEDRO FERNANDEZ Trío. Daer, Schmid y Acuña: marcha de la CGT para después de las PASO.
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