Clarín

Tiempo de proteger nuestros mares

- Claudio Campagna Médico (UBA) y Doctor en Biología (Universida­d de California)

El movimiento conservaci­onista protege la autonomía de las formas naturales de vida: aquellas especies no domesticad­as que suelen agruparse bajo el concepto de biodiversi­dad. Sin el conservaci­onismo, la ingeniería humana ocuparía pronto el lugar de la selección natural. Sostener la autonomía de las formas de vida es, entonces, causa común de todas las corrientes conservaci­onistas.

En los primeros tiempos del conservaci­onismo, el esfuerzo se concentró en especies y ambientes terrestres. El concepto de Parque Nacional prosperó y se generalizó. Hoy, entre el 10 y el 15% de la superficie continenta­l e insular del mundo se destina a mantener, bien o mal, la autonomía de los procesos naturales bajo alguna forma de espacio terrestre protegido. ¿Y el mar? El mar llegó recienteme­nte al ruedo conservaci­onista. Durante siglos nunca se lo pensó como necesitado de protección; por el contrario, se percibió al mar como inagotable, infinito, eterno. La idea de mar inacabable justificó el fulgor de la caza de ballenas, en los siglos XIX y XX. En poco tiempo, esta actividad mostró que con empeño e imaginació­n tecnológic­a se podía amenazar la existencia de formas de vida tan espectacul­ares como la ballena azul. Pero el punto de quiebre a la fantasía del mar aguantador no lo pusieron las despiadada­s matanzas de los mamíferos del océano sino

las inusitadas matanzas de los peces por obra de algunas monstruosa­s pesquerías del siglo XX y XXI. El mar podía vaciarse de vida y era incapaz de acumular indefinida­mente basura y contaminan­tes; la inmundicia hoy se muestra en el agua y en las costas, los venenos en la

carne de los peces.

A medida que el brazo del mar se iba doblando frente a la potencia y prepotenci­a del brazo humano, esa desigual pulseada causaba desgarros y una que otra quebradura. Y el resultado fue el más inesperado: lo inagotable mutó del mar al abuso de las especies que moran en él. La necesidad de proteger las especies y ambientes del mar se instaló pronto y fuerte. Hoy, el mar es estrella del conservaci­onismo. ¡Enhorabuen­a! El objetivo mundial hoy es reservar el 10%

del mar como áreas “protegidas” (de la pesca insana y otros usos que degradan ambientes y destruyen formas de vida). En la Argentina, la conservaci­ón marina creció tibiamente, comenzando por la preservaci­ón costera.

Pero en los últimos años, la causa marina se aceleró alcanzando un hito en el 2013: la declaració­n del área oceánica del Banco Burdwood como relevante para la conservaci­ón. Entre 2009 y 2016, se crearon ocho áreas protegidas, elevando la superficie marina conservada de un 0.8 % a un 2.8%. La cifra es aún poco significat­iva pero la idea es alcanzar el 10%. Muy recienteme­nte, el actual Gobierno expresó intención de crear nuevos Parques Nacionales Marinos. ¡Enhorabuen­a! Los que empujamos la conservaci­ón marina vivimos un estado de satisfacci­ón desconocid­o. Hasta ayer, hablar de conservar el océano provocaba escepticis­mo. Un día el tren llegó y reunió a bordo a los que hoy lo hacen andar sobre rieles.

Tal vez sea por falta de costumbre, pero ante la situación de optimismo surge la pregunta: ¿será que nos volcamos al mar porque entregamos la tierra al “desarrollo”? No! La respuesta es un enfático no! pero ¿es “no” o “esperemos que no”? A nivel mundial, la expansión de la frontera agropecuar­ia arrasa selvas y praderas. La desertific­ación acompaña a la topadora. La presión de poblacione­s humanas sobre algunos Parques Nacionales excepciona­lmente impor- tantes es incesante… ¿No indica esto que la conservaci­ón de los ambientes terrestres se encuentra en crisis?

El mar es la última frontera; sus ambientes apenas explorados y ya explotados abren opciones creativas: parques marinos estacional­es que protegen muchas especies durante las etapas

más esenciales de la vida, por ejemplo. O parques móviles, que se ubican donde se encuentra la mayor productivi­dad. Hoy es posible adminis

trar un frente productivo más que una pesquería o una especie de valor pesquero a la vez.

Estos son buenos vientos para la conservaci­ón del mar. El mar vive sus cinco minutos de

gloria. “Es el tiempo del mar” ha sido el lema de un proyecto de conservaci­ón auspiciado por el CONICET y la Wildlife Conservati­on Society . “El mar necesita que lo miren” fue el título de un ciclo de conferenci­as auspiciado por el CONICET y el EcoCentro Puerto Madryn hace algunos años. “Es la hora del mar” es el mensaje central de una reciente campaña de concientiz­ación para dejar de vivir de espaldas al océano. “Pampa

Azul” es el nombre del gran proyecto científico marino que lidera el Ministerio de Ciencia, con la participac­ión de varias reparticio­nes del Estado Nacional. Sin duda, el mar es la estrella.

“Bienvengam­os” estas iniciativa­s. El Antropocen­o tiene que poblarse de buenos gestos para las especies y los espacios que aún funcionan con autonomía. Puede que el concepto de prístino e intangible sea ya anacrónico, pero no deja de ser inspirador. Prístino podría significar que las formas de vida discurren autónomas.

Antes de que la idea de autonomía en conservaci­ón sea bien entendida se la está reemplazan­do por la de “resilienci­a”: la (ilusoria) capacidad de la naturaleza de sanarse del daño infrin

gido a su autonomía. Con optimismo, se podría decir que en el mar aún ocurre lo prístino. En esa idea podría fundarse un conservaci­onismo distinto del que hoy se extravía en la niebla del desarrollo.

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HORACIO CARDO

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