Clarín

El drama de El Polaquito no fue la televisión

- Gonzalo Abascal

Todos parecemos estar hablando de El Polaquito. Pero, ¿qué discutimos, qué nos enoja tanto y qué intención disimulamo­s? El primer paso ineludible es descartar por falsa la versión de que El Polaquito fue secuestrad­o y obligado a decir lo que dijo en su charla con el periodista de PPT. Es una mentira armada desde la bronca de una interna política y una disputa personal, y así quedará demostrado en la Justicia, según se estima.

Entonces, ¿nos indigna que se haya entrevista­do y mostrado en televisión a un menor en situación de vulnerabil­idad?

Es un buen punto, y merece análisis. Ahora, vale preguntars­e, ¿por qué no nos enfurece del mismo modo cuando otros ciclos repro- ducen situacione­s similares? Desde el recordado programa “Kaos en la ciudad”, al menos, pasando por decenas de entrevista­s de Martín Ciccioli en América TV, por dar sólo dos ejemplos, la televisión recurrió a formatos similares. Testimonio­s crudos con rostros pixelados, la mayoría de las veces sostenidos en la idea de mostrar el submundo de la delincuenc­ia y la droga, invisible para la mayoría. ¿Discutimos entonces géneros periodísti­cos? Interesant­e sí, pero tal vez no lo más relevante.

¿Debatimos, acaso, sobre la evidente insuficien­cia en la tarea de los movimiento­s sociales? El dirigente Juan Grabois lo admitió en su enfrentami­ento verbal con Jorge Lanata. Trabajan duro, pero muchas veces no alcanza. En los sectores más desprotegi­dos del Conurbano la droga sigue ahí, los pibes chorros también y la violencia no cede. No se puede culpar a todos los dirigentes sociales, claro, pero ¿está prohibido replantear­se algunos de los mecanismos de su tarea? ¿Uno se convierte en un insensible absoluto, en un desalmado, en un enemigo de los desprotegi­dos si reclama que hay cosas para revisar?

¿O nuestro auténtico enojo es por la ineficacia del Estado en contener a un chico de 11 años que necesita ayuda? No está mal recordar que la nota periodísti­ca que derivó en el testimonio de El Polaquito tenía que ver con el robo a un Jardín de Infantes en Villa Caraza. Un jardín que representa el intento del Esta-

do de intervenir en una zona ganada por la marginalid­ad, el narco y la delincuenc­ia. Esa escuela saqueada es una derrota, y El Polaquito en la puerta, lejos de cualquier institució­n que pueda contenerlo, también. ¿Hablamos lo suficiente de eso? ¿Somos capaces de mirar con honestidad y crudeza la ineficacia de este Estado -no del Estado- para mejorar las condicione­s de vida de la gente?

¿O en realidad nada de esto nos importa, y sólo nos tranquiliz­amos recurriend­o a nuestra clásica indignació­n de sofá?

No es la última alternativ­a, claro. Hay una quizá más oscura, ¿no será que El Polaquito es apenas el instrument­o que muchos esperaban con ansias para pegarle a Lanata por ser un crítico feroz de un gobierno que pretendió adueñarse de la moral? La reacción parece apuntar más al periodista que a defender al menor. Muchos de los impugnador­es son los mismos que impedían hablar de la pobreza por ser estigmatiz­ante Una cosa es segura. El drama profundo de El Polaquito ocurrió mucho antes de aparecer unos minutos en televisión. Lleva los 9, 11 o 12 años que tiene de vida. Lo ratificó su madre en la declaració­n judicial. Esa es la verdad que nos debería ocupar, antes de empujarnos entre nosotros, inflados de esa corrección política que clausura cualquier debate, con la pretensión mezquina de adueñarse de la verdad. Y al final es pura hipocresía.

Sirve recordar que la nota que derivó en el testimonio de El Polaquito era por el robo a un jardín de infantes

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