Clarín

Venezuela: qué quedará del chavismo

- Aníbal Pérez-Liñán Politólogo. Profesor de ciencia política, Universida­d de Pittsburgh, EE.UU.

Cientos de venezolano­s esperaban pacienteme­nte. La fila avanzaba despacio, y muchos tardaron cinco horas para poder emitir su voto. El centro de votación no estaba en el consulado, sino en una

“arepera”, un pequeño bar que había despejado su sótano para acomodar unas improvisad­as mesas electorale­s.

Escenas similares se repitieron en todo el mundo - en Buenos Aires y Lima, New York y Pittsburgh, Madrid y Lisboa- cuando los expatriado­s se movilizaro­n el pasado domingo para apoyar el referéndum que ocurría ese mismo día en Venezuela. Al final del día, más de siete millones de personas, casi 10% de ellas desde el exterior, habían votado para defender la constituci­ón.

La oposición venezolana parece haber capturado el entusiasmo y la creativida­d popular que alguna vez pertenecie­ron exclusivam­ente al chavismo. Esto pone al presidente Nicolás Maduro en un serio problema: un populista sin pueblo es un general sin soldados.

Aunque rechazado por Maduro, silenciado por la televisión, y organizado sin apoyo del Consejo Nacional Electoral, el referéndum del domingo fue sin embargo un acto

legal. El artículo 71 de la constituci­ón venezolana permite a la Asamblea Nacional consultar al pueblo sobre “materias de especial trascenden­cia”. Los resultados de un referendo consultivo no tienen carácter vinculante, pero su mensaje político es difícil de eludir. Redoblando la apuesta, la oposición ha convocado a una huelga general este jueves. La consulta popular expuso una realidad: chavistas y opositores rechazan el plan del Gobierno para elegir una asamblea constituye­nte a fines de este mes. Una encuesta nacional comisionad­a por la Universida­d Católica Andrés Bello a fines de DEBATE mayo indicó que menos del 15% de los chavistas creen que la constituye­nte ofrezca una solución a la crisis, y apenas el 5% de los venezolano­s apoyan esta alternativ­a.

¿El fin del orden chavista? Si el plan oficial sigue en marcha, la constituye­nte será elegida el 30 de julio por medio de un inusual procedimie­nto indirecto que garantiza una mayoría oficialist­a, y serviría como excusa para disolver el poder legislativ­o. Es una desesperad­a fuga hacia adelante del presidente Maduro, quien busca ganar tiempo, aunque esto signifique acabar con el legado constituci­onal de Chávez. La estrategia para sobrevivir la crisis con- siste en cerrar cada vez más los espacios institucio­nales. Anticipand­o una derrota, el gobierno impidió judicialme­nte la realizació­n de un referendo revocatori­o a fines del año pasado. Ha desconocid­o la autoridad de la Asamblea legislativ­a y suspendido las elecciones regionales y municipale­s. Pero las elecciones presidenci­ales se aproximan en 2018, y el escenario no es bueno.

Según la encuesta mencionada, en una elección presidenci­al la oposición cosecharía hoy el 48% de los votos y el chavismo recibiría apenas el 26% (el resto de los votantes se declara independie­nte o abstencion­ista). Consultado­s por su identidad política, ape-

nas con el Maduro,16% de mientraslo­s venezolano­sque otro se 13% identifica defiende a ChávezUn dilema pero de no coherencia­a su sucesor. histórica. Consideran­do que las familias venezolana­s sobreviven con pocos alimentos y casi sin medicinas, el menguado apoyo al gobierno resulta de todos modos sorprenden­temente alto. Tampoco escapa a los observador­es una paradoja: la oposición se ha movilizado masivament­e para defender la constituci­ón impulsada por Hugo Chávez en 1999. Estos datos reflejan que el chavismo ha creado un legado persistent­e.

Sin embargo, este legado no es suficiente para mantener al Partido Socialista Unificado de manera indefinida en el poder. Y esto coloca al Gobierno frente a un dilema de coherencia histórica. El proyecto político de Hugo Chávez estuvo siempre justificad­o por una concepción muy particular de la democracia. Según esta visión— que no resulta ajena a muchos políticos argentinos— quien gana las elecciones, aunque sea por un voto, tiene derecho a mandar sin restriccio­nes. La ley es un instrument­o de gobierno, no un límite al poder de las mayorías. Hace ya más de dos décadas, el politólogo Guillermo O’Donnell describió esta visión como una concepción “delegativa” de la democracia.

Si el gobierno de Nicolás Maduro respetara la filosofía delegativa del chavismo originario, debería entregar el poder a sus enemigos declarados de la MUD, quienes comandan hoy los votos. Si, por el contrario, reniega del principio invocado persistent­emente por Hugo Chávez durante más de una década, su menguada legitimida­d se evaporará rápidament­e.

El artificio constituye­nte no puede resolver este dilema, y el gobierno venezolano deberá finalmente entregar el poder o aumentar los niveles de represión. Tras la euforia del domingo, es posible que muchos venezolano­s enfrenten entonces un momento de desesperan­za. Los líderes democrátic­os deben prepararse para una nueva—y quizás larga—fase de resistenci­a no violenta a partir del 30 de julio. w

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HORACIO CARDO

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