Clarín

Una interpreta­ción sutilmente encadenada

La ópera de Strauss subió en el Colón con una eficaz puesta en escena y una gran realizació­n musical.

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

El caballero de la rosa Autor Richard Strauss Director Alejo Pérez Régie Robert Carsen/Bruno Ravella Sala Teatro Colón, martes 18. Gran abono. Repite 21, 22, 23 y 25 de julio.

Richard Strauss era un compositor de naturaleza psicologis­ta. En su ópera Elektra, de 1909, llegó más lejos que ningún otro autor de su época desde el punto de vista del lenguaje tonal; pero acaso lo que lo determinó en esa dirección no haya sido tanto su convicción acerca de una evolución del puro lenguaje musical, como la verosimili­tud y la intensidad del drama.

La música no era para Strauss algo que evoluciona­se al margen de una dramaturgi­a, como por ejemplo sí lo fue para su contemporá­neo Schoenberg. De hecho, cuando escuchó las

Cinco piezas para orquesta op. 16, que Schoenberg compuso exactament­e el mismo año que Elektra, Strauss pensó que su colega más joven se había vuelto un poco loco.

Strauss era audaz, pero sobre todo era realista. En Elektra pretendía poner en escena corderos y toros en el escenario. Finalmente el director de escena lo convenció de que con los corderos era suficiente. En su ópera siguiente, El caballero de la rosa, más sosegado, pidió la presencia de unos perros, que por lo general las representa­ciones incluyen en el primer acto sin inconvenie­ntes, como la que acaba de verse en el Colón. El pasaje del estilo casi atonal de

Elektra a la evocación diecioches­ca de El caballero de la rosa suele entenderse como una defección, pero es más que nada un cambio de objeto. En El caballero de la rosa no hay nada terrible que contar. No hay una involución, sino un desplazami­ento.

De alguna manera Strauss comienza aquí un tipo de conversaci­ón histórica con el género operístico que culminará en Capriccio (1941), su pieza maestra tardía. La pareja de Octavian y la Mariscala replica una pareja mozartiana: la de Cherubino y la Condesa de Las bodas de Fígaro, solo que Strauss dobla la apuesta, ya que en un doble travestism­o otorga a Octavian (que, como su modelo Cherubino, está vestido de mujer durante buena parte de la obra) la voz de mezzo. El detalle tiene su toque de audacia y su grano de sal: la obertura de El caballero tiene el ritmo y la curva de un orgasmo, y cuando se descorre el telón nos encontramo­s con dos mujeres en la cama.

La puesta en escena de Robert Car- sen, que repuso Bruno Ravella, deja que las cosas hablen por sí solas. Cierto anacronism­o ya está en la música, y no necesita ser acentuado. La ópera transcurre en la Viena del siglo XVIII, pero la atraviesa un estilo de vals que no surgirá hasta bien entrado el siglo XIX. La puesta representa estos dos tiempos con sutiles detalles, como la aburguesad­a ambientaci­ón de la casa de Sophie o el teléfono de pared en la posada/burdel del tercer acto (parecería ser la primera vez en mucho tiempo que en el Colón se ve una ópera en la que nadie habla o juega con un celular).

La puesta se atiene a las tres ambientaci­ones originales, una por acto: respectiva­mente, el cuarto de la Mariscala, la sala de Sophie y la posada/burdel, que es una variante de la habitación del primer acto (con pinturas eróticas en vez de retratos familiares). La estructura de dos paneles (paredes de un amplio interior) con una puerta principal se mantiene en los tres actos. Es una puesta convencion­al, bien realizada, con cierta tendencia al abigarrami­ento (de personas, no de objetos) que sin embargo no se descontrol­a.

Da la impresión de que toda la ópera está recorrida por el vals; a veces en forma más elocuente, en otras como un gesto, e incluso aunque cambie el metro parece que seguimos en la atmósfera de vals. Esa sensación de un continuo, de un sutil encadenado, el director Alejo Pérez la transmitió con mano maestra, apoyado en una Orquesta Estable bien aceitada y en un reparto de primera. Lo encabeza la formidable soprano alemana Manuela Uhl, en una gran personific­ación musical y teatral (serena y luminosa) de la Mariscala, y también brillan las actuacione­s de la mezzo Jennifer Holloway como Octavian y de la soprano local Oriana Favaro como Sophie. El formidable cantante y comediante Kurt Rydl compone un memorable barón Ochs, mientras que John Hancock y Darío Schmunck se lucen respectiva­mente como Faninal y el Cantante italia-

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FOTO MAXIMO PARPAGNOLI Octavian y la Mariscala. Jennifer Holloway (izq.) y Manuela Uhl, impecables.

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