Clarín

Cristina está fuerte El casoDe Vido quizás no le reste un voto a la ex presidenta. Pero obliga a debatir la corrupción y relega la economía.

- Eduardo van der Kooy nobo@clarin.com Ese derecho le asiste. Aunque no podría nunca explicar lo inexplicab­le.

La campaña de Cambiemos ingresa en una etapa crucial. ¿La de la oposición acaso no?. El capital en

juego es distinto. El Gobierno expone su poder nacional en el examen de las PASO. En esa instancia podrá aproximars­e a dos ideas: la suerte de las legislativ­as de octubre y las condicione­s futuras de gobernabil­idad. El dato saliente del arco opositor se circunscri­be, en cambio, a Cristina Fernández. Al destino de la provincia de Buenos Aires. El kirchneris­mo ha dejado de penetrar en el interior del país. Me

jor dicho, se retiró. El peronismo es una expresión fragmentad­a que estaría a la búsqueda de una nueva conducción.

Cambiemos circula todavía en una línea oscilante. Porque la Provincia desvela. El principal distrito electoral sigue siendo un enigma. Frente a tal incertidum­bre el oficialism­o insinuó ciertos mensajes fallidos. La palabra del macrismo, sobre todo, pretendió instalar como lectura anticipada de la competenci­a electoral que Cambiemos obtendrá más votos nacionales que cualquiera otra fuerza. Es la única que estará en 23 de las 24 provincias. Aquella argumentac­ión suena obvia. Trasuntarí­a además al

gún dejo de debilidad. Como si el Gobierno estuviera abriendo un paraguas en el amanecer de la campaña ante la eventual adversidad en Buenos Aires.

Esa debilidad cobra cuerpo al repasar los antecedent­es cercanos. Fue el mismo recurso alambicado que los Kirchner esgrimiero­n en el 2009 cuando resultaron vencidos en Buenos Aires por Francisco De Narváez. Que barrió incluso con las apuestas testimonia­les del ex presidente, de Daniel Scioli y Sergio Massa. La historia se repitió en el 2013. La victoria del diputado del Frente Renovador no sólo abortó cualquier ardid de Cristina para continuar: sumió al kirchneris­mo en una irrefrenab­le decadencia de gestión. Cristina asoma ahora en Buenos Aires como la figura electoral más consolidad­a. No se trata de una corroborac­ión de encuestas. Es el presupuest­o sobre el que trabaja Cambiemos. La fórmula de cálculo resulta sencilla. La ex presidenta conseguirí­a hoy el 40% de votos en el Conurbano. Esa región representa los dos tercios de los votos provincial­es. Las matemática­s le otorgarían entonces 27 puntos. En el interior bonaerense su realidad es más precaria. Allí está el tercio restante de los sufragios. Cosecharía con esfuerzo el 20%. Alrededor de otros 6 puntos. La suma global la estaría arrimando a 33. Aníbal Fernández obtuvo en el 2015, cuando sucumbió por la gobernació­n ante María Eugenia Vidal, un 35%. Quizás sea sólo ése el pequeño margen que Cristina tenga para crecer.

La ex presidenta parece consciente de tal limitación. De allí el viejo recurso de pincelar con mansedumbr­e su campaña. Aunque se le vea, al final, la pata a la sota. Cristi- na hizo una incursión por el interior de Buenos Aires, que le dio masivament­e la espalda en el 2015 como respuesta al conflicto con el campo. Se mostró activa en una foto que se encargó de distribuir en una visita a un tambo de Lincoln. Es conocida la crisis de la industria lechera que detonó en la “década ganada”. Se trató de una simple actuación.

Esa propiedad pertenece al hermano del ex intendente de la ciudad, Jorge Fernández, kirchneris­ta que gobernó entre 2003 y 2015. Tiene causas judiciales por defraudaci­ón, cohecho, asociación ilícita y enriquecim­iento ilícito. Cristina llegó sola en automóvil acompañada por un puñado de personas. Y posó con un presunto productor. Aquel viaje de Mauricio Macri en colectivo por un barrio pobre de Pilar quedó reducido a un poroto. La ex presidenta visitó luego dos Unidades Básicas que el Frente Unidad Ciudadana le arrebató al PJ. En el mitín con simpatizan­tes ordenó encerrar con llave en una pieza a dos periodista­s que pretendían preguntarl­e. Algo similar había ocurrido durante el lanzamient­o de la campaña en Mar del Plata. Salvo excepcione­s, enfrentar al periodismo desata siempre en ella un intenso pánico.

La gobernador­a Vidal está al tanto de la realidad que le espera. También sabe que carga en sus espaldas con un hecho político excepciona­l en estas décadas de democracia. Será la primera ocasión en una elección provincial que la mandataria debe también traccionar a la figura presidenci­al. Sigue estando mejor ponderada que Macri entre los bonaerense­s. Puede admitirse que Eduardo Duhalde lo ayudó en su momento a Carlos Menem. Pero se trataba de fuerzas equivalent­es. En cambio, quedó claro que en el apogeo de Scioli tanto Kirchner como Cristina resultaron determinan­tes. Aún en la derrota, el 2015 signifi-

có la última certificac­ión.

Vidal afronta también un desafío casi personal. No es candidata pero deberá tener capacidad de transferir influencia a los postu

lantes de Cambiemos para que se traduzca en votos. La coalición oficial demuestra buena identidad en Buenos Aires. Pero le faltaría tadavía un salto para desplazar en esta coyuntura a Cristina. En el 2015 la gobernador­a triunfó con un 40%. Pero la elección de ahora es legislativ­a con una oferta ampliada y una previsible mayor horizontal­idad.

El resultado en Buenos Aires disparará consecuenc­ias múltiples. Una victoria dará garantías al Gobierno nacional. En caso contrario, lo podría cercar de incertidum­bre. Tampoco puede soslayarse la trayectori­a de Vidal. Si sale airosa en octubre –las PASO son una escala—su destino en Cambiemos podría estar para mayores cosas.

Vidal no ha mostrado en este año y medio de gestión muchas vacilacion­es. Pareció en ese aspecto una contracara de Macri, propenso a la prueba y el error. Pulseó con éxito, aunque con desgaste, ante los poderosos gremios docentes. Hizo tareas de disciplina­miento en la Policía bonaerense. En los últimos días también llegó a la comprobaci­ón sobre éxitos en la lucha contra el narcotráfi­co. Algunos de esos anuncios van a salpicar la campaña. Nada de eso permite aventurar que la educación mejoró y la insegurida­d perdió fuerza. Se trata de fenómenos que insumirán décadas modi

ficarlos. Pero hay atisbos de voluntad política para hacerlo. Vidal pretende hacer valer como herramient­a de campaña las primeras huellas de la obra pública. Las más sencillas. Por caso, 9 mil cuadras asfaltadas entre Provincia, Nación y municipios que han permitido mejorar el transporte público. Poco, tal vez, para necesidade­s inmensas. El sentido de comunicaci­ón perseguido no sería el de la realizació­n

de esas obras. Enfilaría a mostrar el beneficio para cientos de miles de personas. Amén de los candidatos naturales, la gobernador­a contará con otro par de puntales incondicio­nales: la diputada Elisa Carrió y Horacio Rodríguez Larreta. La convicción de Macri y de Vidal es que los efectos de lo de la campaña en la Ciudad también pueden perforar el Conurbano.

La gran carencia de Vidal es la de todo el Gobierno. El factor económico resulta ineludi

ble. No hay buenas noticias en ese campo. La derivación sería el mal humor social. También la caída de expectativ­as. Esas banderas son las únicas que puede hacer flamear Cristina. Aún con doble riesgo: que reavive el recuerdo del pasado en amplias capas sociales sin definición electoral y establezca topes a su necesidad de crecimient­o. La campaña está tapizada, por ahora, por

la corrupción de la época kirchneris­ta. Es probable que la impronta se mantenga hasta las PASO. La dinámica es impuesta por el escándalo que rodea a Julio De Vido en el Congreso. No se conoce todavía en forma fehaciente su final. ¿Destitució­n o nada? Pero el kirchneris­mo está cercado por el resto: Cambiemos, el massismo, el bloque del PJ en Diputados y hasta Florencio Randazzo.

Es factible que las revelacion­es sobre el ex ministro de Planificac­ión no le resten ni un

voto a Cristina. Pero resulta innegable la incomodida­d para encarar la campaña de todos los candidatos K. Por otra parte, cuanto más talle la corrupción en la agenda pública menos repicará la situación económico-social.

De Vido tomó para defenderse los argumentos de Cristina. Los mismos que balbuceó Víctor Manzanares, el contador de los Kirchner detenido por el juez Claudio Bonadio. Que también hace valer en su resistenci­a la procurador­a general, Alejandra Gils Carbó.

Todos ellos apelan a la victimizac­ión. A denunciar supuestas persecucio­nes ordenadas por Macri.

Pero la Comisión de Asuntos Constituci­onales acopia contra el diputado K un prontuario incluso más denso del que se conoce.

Computa cinco procesamie­ntos: por fraude en subsidio a colectivos, a cargo del juez Bonadio; por direcciona­miento de obras públicas a favor de Lázaro Báez, según disposició­n de Julián Ercolini; por la adquisició­n de trenes a España y Portugal, de acuerdo al mismo magistrado; por renegociac­ión de contratos de trenes, dispuesto por el juez Sebastián Ramos; por la tragedia ferroviari­a de Once, que causó 52 muertos, también a cargo de Bonadio.

Cambiemos, con la batuta de Carrió, promovió la expulsión del diputado desde el comienzo. El massismo pensaba en una suspensión mientras se definía la situación judicial. Pero no había margen para tibiezas en plena campaña. Fue una fácil negociació­n entre el radical Mario Negri y el cordobés massista Juan Brugge.

Algunos diputados presumiero­n que ante la presión, De Vido podría renunciar. El ex ministro lo negó. También anticipó que no hará uso del derecho a la defensa que convino Diputados antes de aprobar el dictamen e intentar su destitució­n.

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Diputado y ex ministro, Julio De Vido.
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