Clarín

Tensiones en la economía mundial L

- Ricardo Arriazu Economista

industrial­es y mineras que favorecier­on el Brexit y dio la victoria a Donald Trump.

Los mencionado­s procesos de cambios son evidentes al observar la composició­n del empleo a nivel mundial. La participac­ión de la agri-

a economía mundial está creciendo a un ritmo superior al sustenta

ble, y la capacidad productiva ociosa se está agotando rápidament­e. El empleo crece en casi todo el mundo, al punto que la tasa de desempleo se acerca a sus niveles mínimos históricos. Los precios de las acciones muestran máximos absolutos en Estados Unidos y Alemania, se recuperan rápidament­e en Japón y en la Zona del Euro (prácticame­nte duplicando su valor), mientras que en China -luego de la explosión de dos “burbujas”- crecen sostenidam­ente. Estos desarrollo­s se dan en un marco de estabilida­d de precios (menos del 3% a nivel mundial), con recuperaci­ón del comercio internacio­nal y elevados niveles de inversión.

A pesar de ello, persiste el descontent­o, como lo evidencian los resultados de las elecciones en el Reino Unido y en Estados Unidos, y los graves disturbios en Hamburgo durante la reciente reunión del Grupo de los 20, al mismo tiempo que muchos analistas pronostica­n inminentes catástrofe­s económicas argumentan­do que esta expansión es desequilib­rada y que está alimentada por insostenib­les políticas monetarias expansivas.

El argumento de estas supuestas “burbujas” es fácilmente desechable puesto que si bien el tamaño de los activos de los principale­s bancos centrales se cuadruplic­ó, todos esos recursos se esteriliza­ron automática­mente en reservas excedentes de los bancos (por eso la inflación es baja). La extraordin­aria liquidez que existe en el mundo es el resultado del incremento del ahorro financiero (diferencia entre los ingresos y los gastos totales) de los agentes económicos, quienes

redujeron su gasto por temor en los momentos de crisis. Este ahorro necesariam­ente debe estar reflejado en tenencias de activos financiero­s, subiendo sus precios.

En el fondo, la disconform­idad nace en la dispar evolución de la economía mundial, que desde hace varios siglos está expuesta a un proceso permanente de cambio, que genera –necesariam­ente- ganadores y perdedores. El bienestar colectivo mejora pero los perdedores que no pueden adaptarse son marginados. Sube el empleo total, hay menos hambre, aumenta la disponibil­idad de bienes y servicios, mejora la salud y la educación para el conjunto de la población, pero crece la desigualda­d por la difícil reinserció­n de un porcentaje de la población.

Las cifras que publica la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo muestran que desde el año 2000 el mundo creó empleo, de manera sistemátic­a (639 millones de nuevos puestos de trabajo) y el desempleo cayó de 6,4%

al 5,7% actual. A pesar de estas mejoras, todavía no se logró revertir el aumento del desempleo ocasionado en la crisis de los años 2008 y 2009. En ese periodo la tasa de desempleo subió a 6,2% y 25 millones de personas engrosaron las cifras de desempleo, y desde ese entonces, el mundo mantiene en torno a los 197 millones la cantidad de personas que no consiguen trabajo.

Parte de este desempleo estructura­l está explicado por los “perdedores” de los procesos de cambios que no pudieron incorporar­se a los sectores dinámicos, ya sea por no poseer las habilidade­s requeridas por las nuevas ocupacione­s o por dificultad­es para trasladars­e hacia los lugares en donde éstas se desarrolla­n. Éste es el voto “castigo” del “interior profundo” y de viejas ciudades cultura bajó de casi 40% en el año 2000 al 29% en 2016, la de la industria se mantuvo entre 20% y 21%, y la incidencia de los servicios subió del 40% al 50%. Cuando se examina la misma distribuci­ón por regiones se observa que la participac­ión de la agricultur­a en los países de bajo ingreso se ubica en torno al 70% y la de la industria no llega al 10%. En los países de alto ingreso la participac­ión de la agricultur­a es ínfima, la de la industria es similar a la media mundial, y el sector de servicios es el mayor generador de empleo (superior al 75%). En

consecuenc­ia, los países de ingreso medio son relativame­nte los más intensivos en empleo industrial. Estos valores confirman las distintas etapas del desarrollo de las naciones. En los inicios, la agricultur­a es la actividad más importante; a medida que se avanza en este proceso, la industria la desplaza como fuente primaria de empleo; en los estadios más avanzados de desarrollo, las actividade­s de servicios son las principale­s generadora­s de empleo. En Estados Unidos, la participac­ión de la industria en el empleo es inferior al 10%. Es erróneo creer que sólo el crecimient­o económico reducirá el desempleo estructura­l y permitirá la reinserció­n de las personas excluidas durante el proceso de desarrollo. Es necesario complement­arlo, invirtiend­o en una mejor educación y capacitaci­ón laboral en el marco de políticas integrales que tengan en cuenta la multidimen­sionalidad del círculo vicioso de desempleo y pobreza. El mundo ha progresado pero todavía queda mucho por hacer.

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