Buenos Aires, reina moderna
“Si un hombre rico quiere un lujoso vehículo, comprará no una carroza de las del tiempo de Luis XIV, si no un automóvil, el más moderno (…) Pero el mismo hombre rico, si quiere construirse una mansión, va a concertar con su arquitecto un palacio versallesco o un castillo gótico o un alcázar morisco; y en ningún momento se le ocurrirá pensar si esto no es tan ridículo como viajar en una carroza o cazar bestias con jabalina”.
El arquitecto argentino Alejandro Virasoro (1892-1978) publicó esas ideas en Tropiezos y dificultades al
progreso de las Artes Nuevas, en la Revista de Arquitectura de marzo de 1926. Un artículo –crítico con sus colegas más que con los clientes– que se leyó como manifiesto. Un manifiesto clave para explicar, en parte, la transformación de Buenos Aires en una ciudad moderna. Es que Virasoro fue pionero del Art
Déco local, hijo fiel de la era de Revolución Industrial y sus máquinas. Un movimiento en el que imperaron la funcionalidad, las novedades técnicas –desde el dinamismo de los aviones hasta la versatilidad del hormigón (en comparación con los bloques compactos de las columnas de la antigua Grecia, claro)– y la pasión por las formas geométricas. Las rectas más que zigzag. Sobrias, esbeltas.
Aunque se emparenta con el constructivismo ruso o la escuela Bauhaus alemana, el Art Déco nació en Francia entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, cuando ya ca- si no quedaban certezas y menos, mandatos rancios. Pero llegó a Buenos Aires, sobre todo, desde Estados Unidos, con rascacielos soñados –la cúpula del Chrysler ( 1928- 30), en Manhattan, es de cuento– y películas de Hollywood entre los principales modelos. Acá desplazó al Art Nou
veau, donde mandan la sensualidad y las curvas, aunque conservó los relieves de hojas y flores –siempre en clave austera– para dar calidez. Y su énfasis en la utilidad hizo que se extendiera rápido. El Art Déco está en casas y bancos, mercados, universidades y teatros. En la ex casa matriz de la firma financiera El Hogar Argentino (1926), en plena City, y en el Cine El Plata (1925), de Mataderos.
El Art Déco se usó y usó en Capital hasta los ‘50. Por eso, no es raro cruzarse seguido con edificaciones escalonadas y guardas de triángulos. Y aunque Virasoro no fue el único que lo adaptó, no cuesta nada recordarlo, mordaz. “La estructura limpia y ele
gante –también escribió– puede revestirse de (...) delicadas decoraciones. Así como a una mujer de cuerpo armonioso es fácil vestirla elegantemente, cosa que en vano se intentará con una jorobada”. Sus críticos no se quedaban atrás. En 1929, cuando terminó la ex sede de la aseguradora La Equitativa del Plata (Diagonal Norte 550) repetían “Sin novedad en el fren
te” -inspirados en el título de la película estadounidense-.
Está nublado. Pero si uno hace zoom sobre el cubo con máscaras del drama y la comedia con el que Virasoro coronó la Casa del Teatro (1938) puede imaginar cómo le habrá caído, a él, innovador ultrapolémico, aquello de “Sin novedad en el frente”. w