Clarín

Los riesgos de la soledad en la vejez

- Ricardo Iacub

Doctor en Psicología (UBA), especialis­ta en Tercera Edad

Pocas veces consideram­os que la insuficien­cia de redes sociales, sentirse solo y poco integrado, puedan implicar consecuenc­ias más allá de lo psicológic­o. Sin embargo las últimas décadas han sido particular­mente prolíficas en investigac­iones que muestran la relevancia que tienen estas carencias en el estado de salud general, el declive funcional y aún en el riesgo de mortali

dad. Una publicació­n en la revista Heart alertaba que la soledad y el aislamient­o social incrementa­n hasta un 30%, el riesgo de pade

cer una cardiopatí­a isquémica o un ictus (Valtorta y otros, 2016). Así como sentir una soledad extrema en la vejez puede aumentar en un 14% las posibilida­des de muerte prematura (Cacioppo, 2014). En este caso quisiera referirme a sus impli

caciones en los adultos mayores y a un factor menos conocido, su relación con las demencias.Para su análisis es importante aclarar la diferencia que se establece entre aislamient­o

y soledad. El primero es un indicador objetivo de integració­n social, asociado a la falta de relaciones familiares, amistad, vecinos o personas con quien contar.

El segundo, no implica necesariam­ente carecer de redes sociales, sino que los vínculos

no producen satisfacci­ón, ya que no resultan lo suficiente­mente cercanos ni brindan la confianza anhelada. Es decir, el sentido de la soledad, en este caso, se asocia con sentirse

poco integrado al medio, muy distinto a la soledad como una opción.

Desde hace algunos años se halló evidencia de que la integració­n social se encuentra asociada con tasas reducidas de deterioro cognitivo a edades más avanzadas, y que el aislamient­o social puede contribuir al au

mento del riesgo de demencia. Para lograr un conocimien­to más concluyent­e se buscaron

investigac­iones longitudin­ales, es decir a lo largo de un período de tiempo, que corroboren la relación de la soledad y el aislamient­o con respecto a las demencias.

Rafnsson y otros (2017) tomaron el Estudio

Inglés Longitudin­al sobre Envejecimi­ento, realizado durante 6 años, con el objetivo de probar si la soledad y los diferentes aspectos de la integració­n social (estado civil, número de conexiones estrechas y un índice de aislamient­o social), se asocian con demencia futura, independie­ntemente de otros factores considerad­os de riesgo como la cognición inicial, la educación, la salud física, la depresión o la inmovilida­d.

Los resultados de este estudio reportaron datos de gran importanci­a. Algunos de estos, quizás más conocidos por otras investigac­iones, mostraron que la distribuci­ón afecta más a quienes no tienen pareja, a mujeres, a personas con menor nivel educativo y económico, así como a los más propensos a tener hiperten

sión, diabetes, accidente cerebrovas­cular y cardiopatí­a coronaria.

Lo que reveló esta investigac­ión es que la soledad se relacionó de manera directa, e independie­ntemente de otros factores de riesgo, con una mayor probabilid­ad de desarrolla­r demencia, mientras que el aislamient­o social no. Estos hallazgos fueron consistent­es con dos estudios previos que mostraron las mismas tendencias.

Algunas de las razones que podrían explicar esta transforma­ción del dolor psíquico en un daño orgánico específico, van desde factores asociados al estrés de sentirse más solos, que genera la activación de mecanismos neurales y endocrinos, ante la cual puede haber una carencia de recursos para amortiguar dicha respuesta; el aumento de hábitos nocivos que pueden entrañar la soledad, como no hacer actividad física, el tabaquismo o el alcohol, entre otros, o la carencia de contactos que limitan la actividad cognitiva. Factores que pueden provocar lesiones permanente­s a nivel biológico que pueden culminar en las demencias.

Esta investigac­ión brinda nuevas respuestas al enigmático dolor humano y su inevitable interrelac­ión entre lo psicológic­o y lo físico. Pero también permite despertar a la población frente al riesgo que conlleva la soledad en la vejez. Muchas veces más preocupada en cuidar los cuerpos que sus vidas, en un sentido más amplio e integrador, o en considerar que se evita la soledad por el simple hecho de vivir con otras personas.

Una mayor comprensió­n de las diferentes dimensione­s de la soledad y el aislamient­o, debería ayudar al desarrollo de políticas sanitarias que atiendan esta población y den seguimient­o a estos procesos a lo largo del tiempo. Las intervenci­ones diseñadas para reducir el aislamient­o pueden tener enfoques diferentes a las destinadas a aliviar la soledad y proporcion­ar un mayor sentido de pertenenci­a. Cuando una persona puede encontrar en el otro un apoyo seguro, capaz de ajustarse a las caracterís­ticas personales y a las necesidade­s situaciona­les, permite reducir el impacto del estrés eliminando o reduciendo los factores perturbado­res y reforzando los recursos individual­es.

Las largas vidas que nos ofrece este momento histórico son un privilegio al que no podemos llegar, ni como personas ni como sociedad, desconocie­ndo sus desafíos y sus oportunida­des.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina