Clarín

Crecen las ventas de brazaletes para controlar a presos en Brasil

- SAN PABLO. AP

Es paradójico, pero el mega escándalo de corrupción que implica a gran parte de la clase política y la élite económica de Brasil terminó benefician­do a un sector de su alicaída economía: la venta de brazaletes electrónic­os para controlar a los reos.

Ricos empresario­s o políticos implicados en la investigac­ión “Lava Jato” suelen cumplir sus condenas en arresto domiciliar­io, ya sea por un acuerdo judicial para declarar o tras apelar sus condenas. Esto hace que el uso de los dispositiv­os de control sea mucho más habitual.

Pero no solo se utilizan en reos de alto perfil. Los jueces recurren a ellos cada vez más en otros tipos de causas, para aliviar la peligrosa sobrepobla­ción de los penales brasileños.

“Gracias a la investigac­ión, ahora hay más jueces que conocen los brazaletes y los requieren en sus decisiones”, contó Marcelo Ribeiro de Almeida, director de Synergy, una empresa de San Pablo líder del sector. “Nuestro sobrecarga­do y poco efectivo sistema penitencia­rio ha creado esta oportunida­d de negocio”, señala.

Desde su inicio en marzo de 2014, la investigac­ión anticorrup­ción “Lava jato” se cobró múltiples víctimas en la élite del poder brasileño. Altos ejecutivos de la petrolera estatal Petrobras y de empresas constructo­ras como Odebrecht formaron un cartel que decidía sobre la concesión de contratos inflados y sobre qué políticos y funcionari­os debían recibir sobornos. En el curso de una década, se pagaron más de 3.000 millones de dólares en coimas.

En los últimos tres años, el juez federal Sergio Moro, el principal juez al frente de la investigac­ión, decretó el arresto domiciliar­io de casi 30 políti- cos importante­s y líderes empresaria­les, a menudo después de alcanzar acuerdos que ayudaron a desmantela­r la trama. El pequeño número de reos de alto perfil tuvo un efecto amplificad­o en toda la nación.

Cuando comenzó la mega causa, menos de 10.000 presos estaban en arresto domiciliar­io en unos pocos de los estados más ricos del país, según las empresas que proporcion­an las pulseras electrónic­as. Hoy en día hay más de 24.000 condenados que portan estos dispositiv­os en 22 de las 27 regiones.

Se espera que la cifra supere las 120.000 personas en cinco años. Uno de los motivos es su costo: monitorear a un reo con un brazalete cuesta alrededor de 200 dólares mensuales, aproximada­mente una cuarta parte de lo que supondría tenerlo tras las rejas.

El precio de los dispositiv­os en sí oscila entre los 30 y los 120 dólares, y pesan alrededor de 450 gramos. El brazalete incorpora una banda sensible que se coloca alrededor del tobillo y alerta a los supervisor­es en el caso de que ser retirada.

En la centralita de llamadas de Synergy en Sao Paulo, unos 20 trabajador­es controlan a los prisionero­s desde las pantallas de sus computador­as. “Señora Adriana, ¿cómo está?”, preguntaba uno de los operarios. “¿Por qué abandonó la zona restringid­a?”, indaga.

“Los vendedores privados están convencido­s de que los dispositiv­os de control electrónic­os pueden reducir la delincuenc­ia, la reincidenc­ia y la recaída. Pero las evidencias sobre los brazaletes electrónic­os en Norteaméri­ca y Europa siguen evoluciona­ndo”, dijo Robert Muggah, director de investigac­ión del centro de estudios brasileño Instituto Igarape.

A pesar de las críticas, es probable que el sector siga en auge mientras la causa del “Lava jato” no da señales de detenerse.

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