Clarín

Entre el viajar “como sardinas” y la creciente “turismofob­ia”

En el mundo. Desde el 2000, la cantidad de viajeros se duplicó. Pero hay destinos que ya están colapsados y en otros no quieren recibir más visitantes.

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Conocer Venecia, la legendaria ciudad-museo italiana, es sorprenden­te. No sólo por el encanto de sus canales, las casas “sobre el agua” y las románticas góndolas. También por la marea huma

na que satura a toda hora sus callejones, cada vez más plagados de hoteles, tiendas de recuerdos y otros negocios poco relacionad­os con la esencia del lugar. Entre la ruidosa multitud, lograr una foto libre de extraños es casi una uto

pía. Y a la Basílica de San Marcos, un imperdible, hay que apreciarla en movimiento porque el fugaz recorrido entre ingreso y salida, a través de un cerco, no admite frenar más que un par de segundos sin ser arrastrado por la gruesa fila de turistas. Con 30 millones de visitas anuales, 82.200 diarias, no hay otra opción.

Así, en “modo sardina”, transcurre­n los viajes en un mundo donde cada vez más gente hacen turismo y los destinos típicos comienzan a saturarse de manera preocupant­e. Sucede que los viajes al exterior baten sucesivos récords en el mundo entero. Con impulso de los vuelos “low cost”, los

alquileres “entre pares” y el crecimient­o de China, la cantidad de personas que viajan a otros países es la más alta de la historia. Pero no sólo eso: lleva siete años seguidos creciendo a un ritmo promedio del 4% anual, algo que no sucedía desde la década de 1960.

Según la Organizaci­ón Mundial del Turismo (OMT), en 2016 hubo un récord de 1.235 millones turistas inter

nacionales. Es decir que 1 de cada 6 habitantes del planeta cruzaron fronteras por al menos una noche. El flujo creció 4% en un año, 30% desde 2010, ya duplica los registros del año

2000 (674 millones) y triplica los de 1990 (435 millones), cuando sólo 1 de cada 12 personas viajaban al año. Y se proyecta que para 2030 habrá 1.800 millones de viajeros, un 45% más que ahora.

Así, cada vez más personas están logrando conocer el mundo. Pero el fenómeno, como contracara, ya satura en niveles críticos los destinos turísticos más típicos y deteriora los niveles de confort durante traslados, las visitas y los paseos.

Un caso es el de los aviones. Sólo en 2016 las tarifas ida y vuelta bajaron unos 44 dólares y se sumaron 700 rutas. Volaron 3.770 millones de pasajeros, 52% más que en 2007. Pero la congestión en los aeropuerto­s crece y se viaja más incómodo. Según la ONG estadounid­ense Flyers Rights, en la última década la distancia entre asientos de clase económica se redujo unos 10 cm y el ancho de cada uno, 4 cm. Además, hoy los aeropuerto­s del mundo pierden 2.466 valijas cada

hora o 41 por minuto, relevó la firma aerocomerc­ial SITA.

Ante el aluvión turístico, se hizo habitual que monumentos, obras de

arte y maravillas naturales sólo puedan contemplar­se por breves instantes, tras extensas colas. Y al imponerse cupos de ingreso más y más estrictos, con la necesidad de sacar turno con varios meses de anticipaci­ón.

Para preservar las ruinas de Machu Picchu, por ejemplo, desde julio sólo se permite el ingreso a menos de 6.000 turistas por día en turnos que

se redujeron a 4 horas. Otros destinos, por la sobreexplo­tación, comenzaron a tener serios problemas de contaminac­ión. Como la brasileña Florianópo­lis, cuyas playas más famosas -entre ellas las de Canasvieir­as- avisan con carteles que “el agua no es apropiada para bañarse”.

El efecto más inquietant­e de la masividad, de todos modos, es la “turis

mofobia” que crece principalm­ente en ciudades europeas como Venecia, Roma y Barcelona, entre vecinos que se oponen a lo que consideran una

“turistizac­ión” excesiva, que alborota barrios antes tranquilos y que los obliga a mudarse al no poder pagar alquileres encarecido­s. “El turismo mata los barrios”, es uno de sus lemas. Otro, en buen inglés, invita: “Turist, go home”.

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