Clarín

La autora

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Gabriela Selser es periodista y escritora, correspons­al en Managua de la Agencia Alemana de Prensa (DPA). Se considera afortunada porque tiene dos patrias, Argentina y Nicaragua (aunque a veces reniega de ambas). Vive entre plantas, libros y animales. Su debilidad son sus cuatro perras, una de las cuales se ríe cuando no la están filmando; una gata, un perico rescatado de la lluvia y un cobayo –especie de ratón también conocido como cuis– cuya hija adolescent­e bautizó Miller, en honor a la cerveza. Su libro “Banderas y harapos/Relatos de la revolución en Nicaragua” (Managua, 2016) está causando su propia revolución en el país centroamer­icano ( allí vive desde los 19 años cuando fue a alfabetiza­r) porque dos generacion­es de sandinista­s se resisten a ser olvidados y/o reemplazad­os por los nuevos íconos de la historia oficial. Para ella, la revolución hoy pasa por defender esos pequeños espacios de libertad que aún le quedan a la gente. Dice que volvería a ser correspons­al de guerra, si las batallas fueran para salvar a la naturaleza de la depredació­n. ción estrellas y galaxias en los paseos escolares, y aquí la Plaza Mitre, la misma. Cuánto amé esta estatua de hierro del general que cabalga un potro altivo y detiene su marcha junto a un coro de ángeles en mármol blanco bajo cuyas alas se me declararon por primera vez. “Dicen los chicos si querés ser mi novia…”, fue la frase que el más tímido de todos pronunció al aterrizar a mis pies empujado por el grupo en medio de aplausos y carcajadas.

En esos días, mientras mi hermana Claudia lucía su melena rubia en los pasillos de la facultad de Psicología, Irene estudiaba Filosofía y de día trabajaba en una fábrica de repuestos para televisore­s en las afueras de Buenos Aires. La recuerdo saliendo del baño con una boina calada al estilo del Che y sin gota de maquillaje en sus hermosos ojos verdes. “Boluda, yo me arreglo en cinco minutos y vos tardás horas frente al espejo para vestirte de proletaria y salvar a los pobres del mundo”, le decía la implacable hermana mayor.

Mi infancia pasó entre el colegio y la plaza. Con Kinuli cruzábamos Las Heras y subíamos por Gelly y Obes hasta la estatua de Mitre, que

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