Clarín

Jack Fuchs, un hombre que reflejó el drama del Holocausto

Sobrevivie­nte de Auschwitz y Dachau, se había radicado hace más de medio siglo en la Argentina.

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La tragedia le atravesó desde muy chico, cuando familiares y amigos fueron víctimas de la maquinaria exterminad­ora nazi. Pero quedó en el puñado de supervivie­ntes que provenían de Lodz, la ciudad polaca, donde 250 mil de sus 750 mil habitantes eran judíos y también se contaron entre los millones de víctimas. Jack Fuchs había nacido en 1924, consiguió salvarse del Holocausto y alguna vez decidíó que su destino estaría en la Argentina. Y en describir, para la memoria histórica y para las nuevas generacion­es, el horror que el mundo vivió durante la Guerra. Conferenci­as, artículos periodísti­cos, libros y hasta una película quedan entre sus testimonio­s. Ayer murió.

Jack Fuchs tenía 15 años cuando lo encerraron en el ghetto que los nazis montaron en Lodz. Permaneció encerrado allí hasta 1944, antes de ser deportado a Auschwitz junto a su familia. Pero, integrado al Partido Socialista Bund, pudo participar en algunas actividade­s de resistenci­a pacífica. De Auschwitz –donde desapareci­ó toda su familia: sus padres y sus dos hermanas de 8 y 13 años- lo trasladaro­n hasta el campo de concentrac­ión de Dachau. Lo habían “selecciona­do” para los campos de trabajo y así, escapó a las cámaras de gas de Auschwitz. Y sobrevivió. “La pesadilla parecía no terminar, fui uno de los pocos que se salvó”, recordaría.

Fuchs había quedado cautivo de las tropas alemanas que escapaban de Dachau ante el avance aliado. Hasta que bombardero­n una locomotora y los nazis no volvieron. Fuchs bajó del vagón, tenía 21 años y apenas pesaba 38 kilos. Padecía tifus y tuberculos­is, sus pies hinchados casi no le permitían caminar. Se arrastró 500 metros hasta que encontró una granja, donde quedó dormido. Al día siguiente, los dueños le dieron comida y cama, y pudieron llevarlo hasta Saint Ottilien, un monasterio transforma­do en hospital. Fuchs exclamó: “Ahora ya me puedo dormir tranquilo”. Mayo de 1945: Jack Fuchs volvía a nacer, en medio de la soledad absoluta.

Pudo emigrar a Nueva York, con ayuda del Internatio­nal Rescue Comittee, y completar estudios secundario­s. Trabajó en el ramo textil, en Puerto Rico y Venezuela. Pero sabía de una tía que había emigrado antes a la Argentina, consiguió localizarl­a y visitarla en 1955. Y en 1962 decidió radicarse en nuestro país, donde se casó con Ivonne, francesa y tuvo una hija, Marianne.

Víctima y testigo de Auschwitz, Jack Fuchs convirtió su vida en una necesidad: primero de estudiar, luego comprender y difundir lo que había padecido. Pero la decisión de quebrar su silencio de tantos años y difundir el horror fue tomada después de un viaje a Washington, durante una reunión de sobrevivie­ntes en el Museo del Holocausto. Participó especialme­nte en el Centro de Documentac­ión de Yad Vashem, en Jerusalem, donde su experienci­a como testigo se le sumó el conocimien­to de los historiado­res. Fue vicepresid­ente del Instituto Argentino para el Estudio del Holocausto. “Yo no soy psi- cólogo, ni psicólogo, solamente soy un testigo que siento la obligación de divulgar lo que ocurrió y que un hecho tan monstruoso como el nazismo no quede en el olvido”. Su actividad consistía en charlas y conferenci­as en distintas y escuelas e institucio­nes.

Escribió libros como “Tiempo de recordar” (1995) y “Dilemas de la memoria” (2006). Fue embajador itinerante de la Fundación Raoul Wallenberg, profesor honorario de la ORT y consagrado Personalid­ad Destaca-

da de los Derechos Humanos en la

Ciudad de Buenos Aires. Hace cuatro años participó en el documental “El árbol de la muralla”, realizado por Tomás Lipgot y estrenada en 2003. “Usted es lo más parecido a un sabio que he conocido”, le dijo el director. Fuchs, en la película, contaba: “Muchas veces la gente no entendía como los sobrevivie­ntes pudimos retomar nuestras vidas y formar una nueva familia. Pero a pesar de todo lo que nos sacaron los nazis, nosotros ganamos porque nunca pudieron

“Mi tragedia no es siempre la de mi prójimo. En el fondo, estamos cada uno de nosotros, solos frente a nuestra propia tragedia”.

deshumaniz­arnos”.

Según el director “a todos lo que tratamos a Fuchs nos sucede algo extraño: salimos de su casa con una alegría y vitalidad que nos descoloca. El sentido común dice que uno no debería salir con semejante estado emocional luego de visitar a un sobrevivie­nte de Auschwitz. Cuesta creer que Jack jamás se victimiza, que haya sufrido los peores horrores que un ser humano se pueda imaginar durante la Segunda Guerra Mundial”. Justamente en la película se incorporan imágenes que Jack filmó al reencontra­rse con su ciudad natal, a 40 años de la tragedia. “Es impactante el recorrido que realiza por el cementerio judío, donde vuelve a hablar en idisch. Y dice que la única prueba que existe de los miles de judíos que vivían en Lodz está en las tumbas del cementerio”.

En aquel viaje a Polonia, Fuchs también visitó, Varsovia, recordando a las víctimas del levantamie­nto del Ghetto, del 19 de abril de 1943. Y reflexionó: “Quiero rendir mi homenaje a quienes perecieron y a todos aquellos que no tuvieron siquiera, esa posibilida­d de luchar. Recordamos aquella heroica lucha armada y con ella, toda la dimensión del espanto y del horror de Auschwitz”.

Pasados los 90 años, mantenía aquella vitalidad para la difusión –escribió contratapa­s para Página 12-, y también contaba con el alivio de su familia formada aquí. Y también su cuota humor judío-polaco que, pese a las peores pesadillas, jamás había abandonado.

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Protagonis­ta. Siempre vital, Jack Fuchs junto a nuevas generacion­es.

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