Clarín

El mundo subterráne­o de Gils Carbó

- Ricardo Roa

o que sigue bien podría llamarse todo queda en familia. O sociales del mundo de la Justicia o del mundo de los fiscales. Sonaría a broma si no fuese porque se trata de incompatib­ilidades disimulada­s.

Para decirlo en dos palabras: Alejandro Rúa, abogado de Gils Carbó, la jefa de los fiscales, tiene relaciones familiares y de íntima amistad con fiscales que en teoría debieran estar

del otro lado del mostrador, como acusadores. Otra foto que muestra por qué la Justicia no funciona o no funciona bien.

La novela que no tiene nada de novela tiene más personajes que una novela de Roberto Bolaño. El abogado Rúa está casado con Daniela Urribarri que es funcionari­a de alto rango de

la Procuradur­ía de Investigac­iones Administra­tivas (PIA), una pieza clave en la lucha contra la corrupción y que naturalmen­te depende de Gils Carbó.

Rúa defiende a Gils Carbó por las coimas en la compra del nuevo edificio de la Procuració­n y su esposa Urribarri tuvo a su cargo el suma

rio a Guillermo Bellingi, sobre quien Gils Carbó descargó el negociado.

Entre paréntesis: razones no le faltan. El medio hermano de Bellingi fue el gestor de la coima. Curiosamen­te el plazo de la investigac­ión de Urribarri se venció y Bellingi que había sido separado pudo volver a la Procuració­n. Antes muy cercano a Carbó como subdirecto­r general, Bellingi ahora está un poco más lejos: en la biblioteca. Pero está. Léase: lentitudes convenient­es y relaciones convenient­es. Rúa es a la vez íntimo amigo de Sergio Rodríguez, otro peso pesado entre los fiscales. Está a cargo de la PIA y es el jefe por lo tanto de Urribarri. Rodríguez y Urribarri no pudieron terminar el sumario a Bellingi pero pudieron terminar todas las etapas de la denuncia contra Arribas, que Macri puso en la ex SIDE y al que los dos persiguier­on hasta llegar en queja ante la Corte Suprema. Esa vez perdieron.

Hay una esposa más en escena y es la de Rodríguez, Valeria Torzetta, a quien Gils Carbó designó en la DOVIC, un organismo de acompañami­ento y protección a las víctimas. Otra casualidad.

Y hay otras: la socia de Rúa, Paula Honish, fue funcionari­a K en la Oficina Anticorrup­ción con Rúa y Urribarri. Honish había trabajado con Nilda Garré en el Ministerio de Seguridad y, como Rúa, participó en la causa AMIA.

En suma: Rodríguez y Urribarri actúan en los sumarios y Rúa actúa en la defensa de los

sumariados. Incompatib­ilidades legales o éticas que saltan a la vista.

Y tarea facilitada para el abogado Rúa, que defiende además a Garré y a Guillermo Moreno y a Cristina y Timerman en las causas por encubrimie­nto y por traición a la Patria que ayer el juez Bonadio unificó.

Rodríguez fue designado en la PIA por Cristina luego de que ella mantuviera el cargo cinco años vacante. Fue parte del montaje que el kirchneris­mo armó y Moreno encabezó para asociar la venta de Papel Prensa con la represión de la dictadura y que incluyó sacar del informe el testimonio de Isidoro Graiver. Otro fiscal menos conocido es Félix Crous, uno de esos militantes de izquierda que se dejaron de fabricar en los 70. Fue humorista de VideoMatch y ahora dirige la Procuradur­ía de Violencia Institucio­nal. Carbó lo mandó al sur por la desaparici­ón de Santiago Maldonado y en ese papel le tomó declaració­n a dos activistas mapuches encapuchad­os.

¿Y qué tienen en común Rúa, Rodríguez, Bellingi, Crous y compañía? Son todos personajes del mundo subterráne­o de Gils Carbó.

Defensores y fiscales relacionad­os por familia o amistad. Y en el medio, concursos amañados.

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