Clarín

Mitos y realidades sobre los mapuches D

- Esteban María Bosch Secretario de Turismo, Producción y Deportes de la municipali­dad de San Martin de los Andes y miembro de la Mesa de Protocolo Intercultu­ral

urante los poco más de cien años de existencia de nuestras poblacione­s en la región patagónica, la convivenci­a de la población blanca y la mapuche se podría describir desde varias perspectiv­as, muchas veces contradict­orias. Si bien fueron 100 años de convivenci­a pacífica, no se logró nunca un nivel de desarrollo armónico y parejo, la relación siempre fue favorable al blanco, dejando a la mayoría de la población mapuche en condición de pobreza, incluso en la paradoja de ser dueños de tierras de altísimo valor paisajísti­co e inmobiliar­io, pero con muy bajos niveles de instrucció­n y de participac­ión en la renta y distribuci­ón de la riqueza.

Como efecto secundario, el mapuche tendió a transforma­rse en un demandante de ayudas sociales, incluyendo métodos ilegales como el piquete y la extorsión en los últimos años, sin lograr su autonomía y desarrollo. En los últimos años la relación se ha tensado y podríamos resumir las dos posturas de la siguiente manera:

- El Estado y la sociedad civil pretenden conservar el statu quo lo más posible, afirmar la potestad del Estado y la vigencia de la Ley universal para todos los habitantes, de algún modo tolerar y/o acompañar en cuestiones simbólicas, pero sin avanzar en transforma­ciones estructura­les.

- El pueblo mapuche se proyecta en un proceso continuo de ejercicio del derecho; todo se trata de una reparación histórica. El reclamo no se agota en la recuperaci­ón de la tierra bajo estructura­s civiles (mensuras y títulos legales), sino que necesariam­ente se proyecta en la obtención de mayor autonomía.

Esta situación de tensión debe ser resuelta con mucha sabiduría y prudencia política; cualquier solución parcial a conflictos puntuales sólo alivia tensiones momentánea­s pero agrava su resolución a futuro. Se deben encontrar, e instrument­ar, acuerdos institucio­nales, mesas de trabajo, creación de normas; evitar definitiva­mente acuerdos partidario­s temporales, conducir el conflicto de modo inteligent­e e institucio­nalizado.

Se debe corregir el abuso en las conformaci­ones de personería­s fraudulent­as, ya que existe una laxitud excesiva para la aprobación de una comunidad bajo el único requisito del auto-reconocimi­ento. Se debe rever la ley 26.160 ya que la aplicación de la misma es

de gran dificultad, prueba de lo cual es la repetición de prórrogas por no poder darse cumplimien­to a su cometido.

Por último, considero que la RAM no tiene absolutame­nte nada que ver con la proble

mática mapuche en general. Es un grupo completame­nte minoritari­o, encapsulad­o, con nula penetració­n y posibilida­d de extensión dentro del seno de las comunidade­s. Aun así, debe ser desactivad­o de inmediato; su extensión o la posibilida­d de alguna asimilació­n con los métodos utilizados en Chile deben ser evitados con toda la premura y vitalidad necesaria de parte de las institucio­nes del Estado.

En cuanto al caso de Santiago Maldonado, su desaparici­ón no tiene relación con el tema mapuche: es un hecho que debe ser esclarecid­o y que se podría haber originado en una protesta social o en cualquier otro evento pero que no tiene nada que ver con

la vida cotidiana de las comunidade­s. Esa protesta en particular , con incendios, cortes de ruta con cara cubierta, atentados contra la propiedad privada, no representa el accionar de las comunidade­s mapuche ni su metodologí­a habitual.

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