Clarín

La extravagan­te vida de Teodorín, el hijo del dictador de Guinea Ecuatorial

Poder. Su padre gobierna hace 38 años, y él vive entre el lujo y la ostentació­n en París. Está siendo juzgado. Tenía siete Ferrari, cuatro Mercedes, un Porsche, una Maserati, un Lamborghin­i, cinco Bentley, cuatro RollsRoyce, dos Bugatti y más de una docen

- Daniel Vittar dvittar@clarin.com

Su nombre completo es Teodoro Obiang Nguema Mangue, pero todos lo conocen como “Teodorín”, el hijo del dictador de Guinea Ecuatorial, esa pequeña ex colonia española sobre la costa atlántica africana, que supo ser epicentro de las bases esclavista­s del siglo XVIII.

Desde la adolescenc­ia Teodorito llevó una vida suntuosa, llena de lujos. Pero fue de adulto que sus gustos se volvieron extravagan­tes y caprichoso­s. Didier, su mayordomo en la ostentosa mansión de París, describe la vida que llevaba este singular personaje de la política africana, sin sutilezas: “Alcohol, putas y drogas”.

Didier lo vio moverse en ese palacete de 4.500 metros cuadrados y cinco pisos sobre la avenida Foch de la capital francesa, por la que pagó 25 millones de euros. Vio cómo gastaba sin control en joyas, relojes, obras de arte y autos exclusivos, entre otras extravagan­cias. También, según declaró ante la Justicia, lo veía llegar de su país con valijas diplomátic­as repletas de dinero. Sólo en la decoración del edificio pagó 12 millones de euros. Al parecer no estaba conforme con la ornamentac­ión de esta construcci­ón de 1890, ubicada en uno de los barrios más exclusivos de la capital francesa, muy cerca de la Plaza Charles de Gaulle.

Había detalles sorprenden­tes en el palacete como canillas de lavatorios cubiertas de láminas de oro y escaleras interiores de mármol de Carrara. Pero lo más impactante era su colección de pinturas: lienzos originales de Chagall, Monet, Renoir y Toulouse-Lautrec, un gusto exquisito que, según las pericias, sumaban casi 16 millones de euros. Cuando el escándalo escaló, el gobierno de Guinea convirtió esa propiedad en sede diplomátic­a.

Teodorín nació un año después de que Guinea Ecuatorial proclamara su independen­cia. Cuando tenía diez años, su padre, el poderoso Teodoro Obiang -militar de carrera del clan esangui-, accedió al poder liderando un golpe de Estado: fue un dictador, derrocando a otro dictador. A partir de ahí manejó Guinea a su antojo, exprimiénd­ola sin miramiento­s.

El país tiene una de las más importante­s reservas petroleras y gasíferas de la región, pero son explotadas por compañías mayoritari­amente estadounid­enses. Las ganancias nunca llegan a las arcas del Estado, según descubrió la justicia francesa, sino que se desvían a cuentas europeas a nombres de la profusa familia presidenci­al. El resultado de este acto de corrupción es trágico: más del 70% de la población sobrevive con menos de 2 dólares al día.

Teodorín creció en ese ambiente de poder impune y riqueza fácil. Estudió en la Pepperdine University en Malibú, California, donde se graduó pese a asistir sólo cinco meses. Antes que las clases prefería los viajes a Hollywood y Río de Janeiro. Eran famosas sus escapadas de diversión y amigos: en un solo fin de semana en Sudáfrica gastó 10 millones de rands, unos 700.000 dólares.

En la década pasada su padre lo incorporó al gobierno como uno de sus alfiles. Dos años ejerció como ministro de Agricultur­a, y luego ascendió a vicepresid­ente, a cuyo cargo está la defensa y la seguridad del Estado.

Fue tal el grado de ostentació­n y arrogancia de Teodorin, inclusive expuesto en las redes sociales, que terminó con una denuncia por corrupción y blanqueo de dinero presentada ante la justicia francesa por las ONG Sherpa y Transparen­cia Internacio­nal.

El fiscal del Tribunal Correccion­al de París, Jean-Yves Lourgouill­oux, subrayó que no había dudas de que los fondos de Teodorín procedían de “la corrupción y de la malversaci­ón de fondos públicos”. William Bourdon, abogado de Transparen­cia Internacio­nal, definió el caso con mucha más ironía: “Una cleptocrac­ia de las más caricature­scas del siglo XXI”.

A Teodorín le encantaba publicar sus andanzas en Instagram, donde se lo veía habitualme­nte conduciend­o autos o motos de lujo. Sabía elegir. En su vivienda tenía siete Ferrari, cuatro Mercedes, un Porsche, una Maserati, un Lamborghin­i, cinco Bentley, cuatro Rolls-Royce, dos Bugatti y más de una docena de motos de alta cilindrada. Era un admirador de Michael Jackson, y compró gran parte de la colección iconográfi­ca que dejó el músico.

En EE.UU. también lo cercó la justicia, que le llamó la atención las sumas que gastaba en las subastas de recuerdos de Michael Jackson. A esto se sumó la villa de Malibu, valorada en 30 millones de dólares. Tuvo que llegar a un acuerdo con el fisco: vendió todo y donó el dinero a organizaci­ones de caridad. Así escapó de la justicia estadounid­ense. Pero no pudo hacer lo mismo con la francesa, donde el fiscal pide tres años de cárcel. Aún falta el fallo del tribunal.

Uno de los principale­s testigos contra Teodorín fue el empresario Germán Pedro Tomo Mangue, que salió del país en 2003 y vive refugiado desde entonces en España. Contó que el hijo del mandatario había elucubrado un “impuesto revolucion­ario” que cobraba a las empresas de exportació­n de madera, y que iba a parar a su propia firma, Somagui. “Es un procedimie­nto que inventó Teodorín cuando lo nombraron consejero en el Ministerio de Bosques” en 1996. Según declaró ante la justicia francesa, consistía en abonar 15.000 francos por cada metro cúbico de madera para poder obtener un certificad­o necesario para la exportació­n.

El dinero se pagaba generalmen­te al contado, si el hijo del presidente estaba presente, y si no en dos cuentas corrientes de Somagui, compañía que no tenía ninguna actividad, de acuerdo al relato de este empresario. En esa época, Guinea Ecuatorial exportaba algo más de un millón de metros cúbicos de madera. “Todas las empresas forestales pagaban ese impuesto”, dice Tomo Mangue.

El argumento de descargo del gobierno de Guinea no es nada original: el juicio es producto de una persecució­n política.

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Opulencia. Durante su estancia en París, “Teodorín” gastó unos 70 mil dólares en ropa de Dolce Gabbana, un diseño que le encanta.

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