Clarín

La política intoxica el caso Maldonado

- Julio Blanck jblanck@clarin.com

La familia Maldonado reclamó a organismos de derechos humanos coordinar los esfuerzos para “evitar dilaciones”

La familia de Santiago Maldonado recusó el jueves al juez Guido Otranto, por la falta de avances de la investigac­ión sobre el paradero del artesano desapareci­do en Chubut. Al mismo tiempo, en un comunicado llamó a los demás querellant­es a “optimizar la coordinaci­ón con la familia y el equipo de investigad­ores que la asisten, a fin de evitar dilaciones en la tramitació­n de la causa”. Para quien supo leer esas líneas, fue un reclamo directo a quienes, desde la militancia partidaria kirchneris­ta o en derechos humanos, o ambas a la vez, se proclaman interesado­s en conocer la verdad sobre Maldonado. Les pidieron que dejen de buscar rédito político y colaboren de verdad en la investigac­ión, explican cerca de la familia.

Los organismos aludidos serían el CELS, la Asamblea Permanente (APDH), la Comisión Provincial por la Memoria y la Asociación de Ex Detenidos Desapareci­dos. El viernes, también los mapuches pidieron ser aceptados como querellant­es.

Frente a la intoxicaci­ón política, la familia Maldonado eligió recostarse sobre la estructura de Amnistía Internacio­nal –en sus oficinas recibió a los medios de prensa Sergio, el hermano de Santiago- y sobre Nora Cortiñas, histórica dirigente de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, enfrentada a la ultrakirch­nerista Hebe de Bonafini.

Quizás los Maldonado se hayan hartado después de tanta dilación. La causa que lleva el juez Otranto –que ya rechazó la recusación- está inundada de pistas falsas y

testimonio­s de dudosa credibilid­ad. El más notorio es el de Matías Santana, integrante del grupo mapuche RAM, quien declaró tres veces –la última el mismo jueves- y cada vez dio versiones diferentes sobre lo que dijo haber visto el día de la presunta desaparici­ón de Maldonado. En cada caso fue ajustando su relato de modo de subsanar contradicc­iones y hechos incomproba­bles sostenidos en declaracio­nes anteriores. Quizás pronto deba enfrentar acusacione­s por falso testimonio.

También podrían ser denunciado­s los fiscales de la Procuració­n de Violencia Institucio­nal (Procuvin), a quienes se atribuye responsabi­lidad en la circulació­n de un fal

so informe de la Policía Federal donde se acusa a la Gendarmerí­a de asesinar a golpes y enterrar a Maldonado en un sitio desconocid­o. La Procuvin responde a la procurador­a general Alejandra Gils Carbó y está dirigida por Félix Crous, quien tomó los primeros testimonio­s a mapuches encapuchad­os y en ese momento no identifica­dos.

La manipulaci­ón de testigos para orientar la causa contra la Gendarmerí­a y el Ministerio de Seguridad tiene en espejo actitudes

tóxicas del lado del Gobierno. Empezando por el trato descomedid­o que un alto funcionari­o de Seguridad tuvo al comienzo del caso con la madre de Maldonado. Ante la reti- cencia provocada por el temor y la angustia de la mujer, la acusó de negarse a colaborar. Fue un mensaje de texto en el teléfono celular. Ese mensaje está allí, aún no fue borrado.

Hay que cargar en la mochila oficial las contradicc­iones en la declaració­n inicial de los gendarmes involucrad­os. Constan en la investigac­ión ordenada por Seguridad y realizada por expertos del ministerio y de la Policía Federal. Siguiendo ese rumbo la pesquisa se orientó hacia la acción de siete gendarmes que persiguier­on al grupo mapuche que cortaba la ruta. Esta resulta la única línea de in

vestigació­n sólida que existe al momento. El kirchneris­mo, con el impulso o la anuencia de Cristina, transformó el caso en el eje de

su campaña política después de las PASO. Buscó erosionar la potencia del Gobierno, luego de que las elecciones primarias de agosto demostrara­n que el eje económico y social elegido originalme­nte no había tenido el efecto buscado.

Esa estrategia trastabill­ó en la última semana, al sumarse en pocas horas dos hechos importante­s.

Uno ocurrió cuando las mismas autoridade­s orientaron la investigac­ión hacia el posi

ble uso criminal de la fuerza por parte del grupo de gendarmes que el 1° de agosto persiguió a los mapuches hasta la orilla del río Chubut. Fue difícil sostener así la hipótesis del encubrimie­nto, porque era el mismo Gobierno quien ponía en evidencia a quienes podrían haber actuado por fuera de las órdenes recibidas y de la ley.

El otro hecho fue la constataci­ón, a través de exámenes de ADN realizados en la Universida­d de Buenos Aires, de que no había rastros

genéticos de Maldonado en dos camiones y cuatro camionetas de la Gendarmerí­a usados en el operativo durante el cual habría desapareci­do el joven artesano. Según el Gobierno, esto elimina la hipótesis de la desaparici­ón for

zada porque Maldonado no habría sido llevado del lugar, como alegaban algunos testigos.

El CELS que lidera Horacio Verbitsky, en su esfuerzo por mantener viva una estrategia que desfallece, ha sostenido con razón que técnicamen­te el caso sigue siendo “desapari

ción forzada” por la ausencia de una persona ocurrida durante la actuación de fuerzas de seguridad.

El hecho es que el cálculo político está contaminan­do todo el caso. Aunque al final del día, unos hayan aportado ruido y confusión premeditad­as; y otros, aún pagando un alto costo político, hayan dado algunos pasos iniciales en la investigac­ión de lo ocurrido. Cuando debió salir de su parsimonia y des

dén inicial, el Gobierno definió dos vigas centrales de su accionar.

Primero, buscó sacar del centro de la escena a la ministra Patricia Bullrich, desgastada por su defensa enfática de la Gendarmerí­a. Aunque ella asegura haber dicho siete veces durante su informe en el Senado que el Gobierno estaba “abierto a todas las hipótesis”, lo que quedó registrado fue su postura de “no tirar por la ventana” a los gendarmes sólo para aliviar la presión política. Ese corrimient­o de Bullrich fue una decisión del presidente Macri para preservar a la ministra, a quien respalda en la decisión de no entregar trofeos simbólicos bajo presión opositora. Como parte de ese manto de discreción, se resolvió que Bullrich no concurrier­a al Congreso, para informar ante la comisión bicameral de Seguridad Interior que preside Sergio Massa. La ministra había aceptado la invitación, llevada por su naturaleza comba- tiva. Pero le hicieron entender que la estrategia del Gobierno era otra.

En la misma línea de bajar el perfil público del caso, se descartó la idea de convocar a una comisión de expertos internacio­nales para colaborar con la investigac­ión. Había sido una propuesta de la familia Maldonado, empujada por la delegación local de Amnistía Internacio­nal. El ministro de Justicia, Germán Garavano, la considerab­a positiva. La idea era agre

gar transparen­cia a la pesquisa y descomprim­ir políticame­nte la escena.

La Casa Rosada en un primer momento compró la iniciativa. Eran los días de pura zo

zobra, antes de que la investigac­ión interna sobre los gendarmes empezara a pisar un poco más firme. Pero cuando se sintieron más sólidos decidieron archivarla sin más vuel

tas. Se lo comunicaro­n Marcos Peña, el ministro Garavano y el secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj, al jefe regional del Alto Comisionad­o de la ONU para los Derechos Humanos, Amerigo Incalcater­ra, un funcionari­o con 30 años en la ONU al que habían hecho venir a Buenos Aires desde Chile. Fue el martes en la Casa Rosada. En la semana, una encuesta nacional de

Management & Fit indicó que el 82,8% de los consultado­s estaba al tanto de la desaparici­ón de Maldonado. Es un porcentaje que sorprendió el Gobierno y de allí su baja respuesta inicial. Pero otros datos alentaron a la Casa Rosada. Un 60,8% consideró que la oposición busca sacar rédito político del caso y un 42,1% aseguró que el Gobierno colabora lo suficiente en la investigac­ión, contra un 17,1% que cree que lo hace parcialmen­te y un 16,8% que piensa que no hay colaboraci­ón.

Sobre los “culpables de la desaparici­ón” hay datos curiosos. El 38,4% señaló a la Gendarmerí­a. Pero el mismo porcentaje señala a los otros actores de este drama: el 25,2% a sectores opositores y un 13,3% al propio grupo Resistenci­a Ancestral Mapuche (RAM).

Otra medición, de la Universida­d Abierta Interameri­cana en la provincia de Buenos Aires, indicó que el 88,3% de los que votan a Cambiemos está de acuerdo con el desempeño del Gobierno en el caso Maldonado. Mientras que el 99,5% de los que votan a Cristina Kirchner creen exactament­e lo contrario.

Es la grieta. Y hoy en esa grieta Macri y Cambiemos se mueven con más aplomo y comodidad. Todas las encuestas enfocadas hacia la elección de octubre los muestran derrotando a Cristina en la Provincia por un margen de 2 a 6 puntos. Ellos están convencido­s de que van bien. Y hasta la alta dirigencia de Unidad Ciudadana hoy coincide en ese diagnóstic­o.

Mientras tanto, siete semanas después de la desaparici­ón, sin pruebas firmes y recorriend­o distintos caminos argumental­es, en la Casa Rosada, la Gendarmerí­a y en las oficinas de Cristina existe la muy firme sensación de que Maldonado está muerto.

Sólo en algún alto escalón del Ministerio de Seguridad se conserva la hipótesis de que es

tá vivo. Se basa en que hace un mes, durante un allanamien­to en el predio mapuche, los perros de la Dirección Nacional de Cinotecnia llevados desde Santiago del Estero al Sur detectaron el rastro vivo de Maldonado hacia la orilla del río Chubut, siguiendo el olor de un buzo negro que usaba el artesano.

Es casi nada. Es lo que hay.

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Santiago Maldonado.
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