Una fiesta para gozar la ópera, en la calle y a pleno sol
La clásica obra de Verdi se proyectó en vivo en la Plaza Vaticano, donde hubo 4.000 personas que superaron la capacidad de las 1.500 sillas. Entre el público convivieron entendidos y principiantes. Y la música se mezcló con los sonidos de la Ciudad.
En la Plaza Vaticano, junto al Teatro Colón, proyectaron en vivo y en pantalla gigante la función de La Traviata. Se ocuparon 1.500 sillas gratuitas y otros 2.500 siguieron la obra de Verdi de pie. En la avenida Corrientes, Lali Espósito cantó para otra multitud.
La única Traviata que vieron hasta ahora muchos de los que están en la Plaza Vaticano, al lado del Teatro Colón, es la galletita de agua, la de los 23 agujeritos, la que se unta con manteca o mermelada o se moja en el té con leche. Por eso se entusiasman a lo grande, con ese fervor que suelen tener los principiantes, cuando, a través de una pantalla gigante, empieza la Traviata más famosa: la ópera de Giuseppe Verdi. Una función en simultáneo con lo que sucede en la gran sala.
Es domingo, son las cinco de la tarde. El sol invita a estar al aire libre. Y si es con un termo, un mate y una reposera de lona, el plan resulta mucho más placentero.
Alejandro Chávez tiene 52 años, es de Florencio Varela y ha venido a ver la obra junto con su pequeña hija, Naiara. Alejandro no es, lo que se dice, un entendido en cuestiones ope
rísticas. “Es la primera vez que voy a ver una obra de estas características”, le explica a Clarín, ansioso por dejarse llevar por las primeras melodías. “Escucho tango, folclore, rock... ¿Música clásica? Alguna vez escuché algo... Y me calma los nervios... Por eso estoy acá: para descubrir un mundo nuevo”.
En tres actos, La Traviata, que en realidad es la Extraviada, “un eufemismo de prostituta”, cuenta la historia de amor entre Violetta Valeri y Alfredo Germont. Un culebrón intenso, con idas y vueltas como los que se ven en la tele en el prime time pero en este caso con música de orquesta.
Gonzalo Grandone, de 22 años, que trabaja en una juguetería de Parque Patricios, sabe del tema, de vibratos y contraltos. “Al Colón vine a ver a un amigo, Manuel Volpe, que toca el contrabajo en la Filarmónica del teatro. Y también estoy al tanto de la obra de Verdi. Vi La Traviata, por ejemplo, cuando la interpretó Pavarotti antes de que se muriera...”, señala. -¿De qué barrio sos? -De Lanús. -¿Y cómo viniste hasta acá? -Pedaleando... En bicicleta. -Lo bueno de ver esta obra al aire libre es que no hace falta que vengas vestido de saco y corbata...
-Por supuesto: vine en bermudas y zapatillas.
La soprano Ermonela Jaho, que interpreta a Violetta, estira los agudos con solvencia. Los subtítulos la traducen: “Gozar en torbellinos de voluptuosidad... De voluptuosidad, morir”, canta compungida. A su lado, el tenor Saimir Pirgu (Alfredo) no se queda atrás.
“Estamos muy satisfechos con la convocatoria”, explica Fabián Sánchez, de la organización del evento. “Repartidas en las sillas plegables de madera, paradas o sentadas en el suelo, hay unas 4.000 personas”.
Un señor se saca selfies con la pantalla de fondo. Una mujer fuma. Una pareja comparte un combo de McDonald's, de esos que se transportan en bolsas de papel madera. Pasa un hela--
dero. “Hay palito, bombón, helado...”, vocea. Más que la de un tenor tiene la voz de Mostaza Merlo, gastada, carrasposa.
En el primer intervalo, algunos de los espectadores salen en busca de alguno de los cuatro baños químicos que están ubicados a metros de la calle Libertad.
Empieza el segundo acto. El sonido de La Traviata, claro, se mezcla
con el ruido de la Ciudad, en especial, de esa Cerrito por la que transitan autos, motos, taxis y colectivos en los que viajan hinchas de Boca rumbo a la Bombonera para ver el partido frente a Godoy Cruz, hinchas que, como avezados percusionistas, llevan el ritmo de las canciones de tribuna asomando la cabeza por las ventanillas y golpeando la chapa de los micros.
Así, como si formara parte de la misma partitura, se escucha un violín de La Traviata y, enseguida, una bocina, se escucha un chelo y un caño de escape, se escucha una flauta y la sirena de una ambulancia. Es, podría decirse, un mix sinfónico vial. Una composición absolutamente ecléctica, vanguardista.
“Estuve acá para ver a Barenboim y Argerich”, comenta Hilda Treviño, jubilada, profesora de música, sobre el show que dieron en julio los dos ases del piano. “Me gusta mucho la música clásica”, agrega. Después de más de tres horas, La Traviata termina. Sin dejar de mirar la pantalla, el público aplaude enérgicamente, como si esos aplausos pudieran atravesar las paredes del teatro y llegar a oídos de los protagonistas.