Clarín

La Bombonera rugió, pero festejó Perú

- Osvaldo Pepe opepe@clarin.com

“Un futbolista lleva a menudo retratado su destino en la mirada antes de empezar un partido decisivo…La pasión tiene un defecto, es ciega. Nosotros no podemos permitirno­s el lujo de no pensar. El equipo debe jugar excitado porque lo requiere la situación, pero no podemos olvidar el orden. Hay que acordarse de agruparnos cuando perdemos la pelota…Siempre con los dientes apretados, haciendo notar que para nosotros no es un partido cualquiera.” ( Jorge Valdano, “Sueños de Fútbol”)

La columna de hoy es un testimonio personal sobre un hecho ocurrido hace 48 años. Argentina y Perú reeditarán el 5 de octubre aquel duelo de la vieja Bombonera, en busca del pa

saje para un Mundial. Entonces, el fútbol argentino vagaba errante y sin destino. Adolfo Pedernera, una gloria futbolera de los 40, se había hecho cargo del equipo apenas dos semanas antes. Recuerdo ese día como si fuese hoy. Tenía 16 años y fui a la Bombonera con un par de compañeros de la secundaria. Nos ubi-

camos en la segunda bandeja, detrás de uno de los arcos. La Bombonera “vibraba” como una licuadora: según un mito no desmentido esa ratonera en ebullición amedrentab­a a los rivales porque “el piso de la cancha tiembla como si llegase un terremoto”. Era verdad. Aquello parecía un rugiente Coliseo romano, donde los gladiadore­s deberían doblegar al rival para aspirar a un triple desempate con Bolivia en busca de un lugar en México 70. Todo tan cierto como que en la cancha jugaban once contra once.

El grito de aliento era simple, directo, sin ingenio ni segundas intencione­s. Una obviedad, pero de rotunda y sonora contundenc­ia : “¡ Ar

gen-ti-na, Ar-gen-ti-na!” No faltaban voces, faltaban ideas y, sobre todo, fútbol. Recuerdo que no paré de saltar un minuto, pero mi ubicación no fue la mejor. Tenía ahí, delante mío, el arco en el cual un suplente peruano, Oswaldo “Cachito” Ramírez se vistió de héroe y con su velocidad enloqueció a una defensa siempre mal parada. Vi con nitidez cómo aprovechó una mala cesión de Perfumo y una duda de Gallo para escapar como un galgo y lanzar dos estiletazo­s que fueron goles de Perú. Los necesarios para el 2-2 final que nos dejó afuera de un Mundial por primera vez. El arquero Cejas salvó no menos de cuatro goles más, que hubiesen sido un terremoto emocional como aquel con que, un cuarto de siglo más tarde, Colombia nos dejaría en ridículo en el Monumental.

En confianza, y releyendo a Valdano, aquel equipo improvisad­o no jugó “ni excitado ni con orden”. Tenía encima la actitud del fracaso. Perú parecía Argentina, tocaba y tocaba. Argentina parecía un rejuntado. Viví la frustra

ción con enojo adolescent­e. Hubo silbidos, pero no exagerados. Y aplausos tibios a los peruanos. Alguna corrida aislada al salir. No hubo

Bombonera que valiera. Algunos dirigentes de hoy deberían ser menos fetichista­s. No hay estadios mejores o peores para jugar bien y poner lo que hay que poner. Ocurrió el 31 de agosto de 1969. Maradona estaba a punto de cumplir 9 años y Messi nacería 18 años después.

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