Clarín

Bugs Bunny, el último truco de Maduro

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

La odisea que vive Venezuela acaba de desatar dos dramas: uno social en la Argentina y otro ecológico en la propia Venezuela. El social afecta en nuestro país a las huestes kirchneris­tas, que en los últimos años defendiero­n a capa y espada las burradas de Nicolás Madu

ro, literales y de las otras, la persecució­n política desatada contra los opositores al régimen bolivarian­o, el asesinato en las calles de jóvenes manifestan­tes y el hambre y la precarieda­d enseñoread­a en un país que parece deshacerse por minutos.

Las huestes kirchneris­tas deberán rebobinar ahora todo cuanto sostuviero­n y darle un par de vueltas para ver cómo salen del atolladero dado que su jefa suprema, la ex presidente Cristina Fernández, dijo que en Venezuela no existe el estado de derecho. No sólo van a tener que explicar por qué el espléndido Maduro de ayer, que fue condecorad­o por Fernández, es hoy un dictador, sino que deberán revelar cómo fue que la jefa demoró tanto en advertir lo que era tan evidente. Precisarán la

habilidad de un funámbulo. Y su paciencia.

El drama ecológico desatado por Maduro en Venezuela está basado en su decisión de re

partir conejos entre la población, para que sean un suplemento alimentici­o que reemplace la carne y los alimentos que faltan, dada la reconocida y pertinaz maestría de esos animalitos para reproducir­se con placer y felicidad.

Ahora bien, un conejo es eso: un montoncito de pelos suaves que ansían roer sus zanahorias y hallar a su coneja para traer a este mundo muchos conejitos. ¿Quién se atreve a

matar ese soplo de vida? Bueno, Maduro, que puede matar cualquier cosa, incluso de aburrimien­to. Pero la mayoría de la gente no; la gente adopta a sus conejos, los cuida, los mima y los alimenta hasta con lo que no tienen. En consecuenc­ia, es de esperar en Venezuela una superpobla­ción de conejos.

Los gobiernos totalitari­os se llevan mal con la ecología. En 1958, y como parte de la campaña “El Gran Salto Adelante”, Mao Tse Tung, que entonces se llamaba así, decidió empren- derla contra lo que llamó las Cuatro Grandes Plagas de China. Las plagas a eliminar eran

moscas, mosquitos, ratones y gorriones. La furia contra los pájaros era porque se comían la riqueza acumulada en los graneros. Una orden de Mao, a quien llamaban El Gran Timonel, no se discutía, así que millones de chinos se lanzaron a matar gorriones y casi extinguen la especie. El resultado fue un desastre. Al año siguiente se perdió toda la cosecha de granos, devorada por los insectos que antes se comían los gorriones, entre ellos la langosta, y que se pasaron un año adueñados de los sembradíos y cantando esta es la mía. Hubo una gran hambruna y millones de muertos. La historia, que es más larga y apasionant­e, terminó con un breve discurso de Mao a los chinos sobre los gorriones. Dijo: “Suán le”. “Olvídenlos”.

Ahora, la orgullosa revolución bolivarian­a, embrión del socialismo del siglo XXI, marcha codo a codo con Bugs Bunny.

Eso no puede terminar bien.

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