Clarín

Un abrigo para los libros de Bioy, Silvina y Borges

Estaban en la casa de los Bioy y llevan quince años en un depósito. Desde ahora serán patrimonio nacional.

- Verónica Abdala vabdala@clarin.com

Son diez lotes de treinta y tres cajas cada uno, que esconden un auténtico tesoro, ya valuado por los especialis­tas en 400 mil dólares. Aunque, más allá de su valor material, la colección es de una trascenden­cia innegable, en términos patrimonia­les: son los libros que estaban en el departamen­to que Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, su mujer -e inmensa escritora-, compartier­on durante casi medio siglo. Y no son sólo de ellos: Jorge Luis Borges también guardaba parte de sus libros en esos estantes. Hoy la Biblioteca Nacional celebrará la firma de una escritura por la que esos libros pasarán a la institució­n y serán de patrimonio pú

blico. El camino para llegar a este resultado fue arduo.

Tras la muerte de Bioy Casares, en 1999 -antes de morir, él dijo que pensaba “donar al país” la biblioteca-, los libros atravesaro­n una trama sucesoria de ribetes borgeanos. A consecuenc­ia de las disputas familiares, que enfrentaro­n durante años a los herederos, los 17 mil volúmenes que integran esta serie permanecie­ron durante más de quince años en un depósito de la calle Sarmiento (el estado en el que se encuentran, hasta aquí, es una incógnita).

Entre esas pilas de volúmenes que componen, en palabras del director de la Biblioteca, Alberto Manguel, “la biblioteca privada más importante de la Argentina, fuera de las coleccione­s públicas”, hay incunables, primeras ediciones de la obra de Bioy Casares y Borges, notas, revistas y manuscrito­s.

Entres las perlas, se incluyen los cuentos infantiles que Ocampo leía de chica, e incluso anotaba o dibujaba con trazo infantil; las pruebas de imprenta de “El jardín de senderos que se bifurcan”, con anotacione­s a mano de Borges; una primera edición del

Finnegans Wake, de James Joyce, que Borges regó con comentario­s escritos en los márgenes, con su letra diminuta; la colección de novelas policiales del Séptimo Círculo, que dirigieron Bioy y Borges; y la obra completa de varios autores, entre ellos Thomas Browne, que por primera vez estará a disposició­n del público argentino. Habría, también, una carta manuscrita de Sarmiento, según cuentan quienes visitaban asiduament­e a la pareja, en su departamen­to de Recoleta.

Los futuros visitantes podrán aprender, así, no sólo qué leían sus propietari­os sino cómo leían los auto

res: allí radica, en definitiva, el rotundo valor de estos libros, en términos culturales y patrimonia­les.

Después de varios intentos fallidos de adquisició­n de la colección, por parte de la Biblioteca Nacional –su anterior director, Horacio González, impulsó un intento pero el dinero no llegó a reunirse-, el pasado mes de fe- brero se firmó una carta de intención en la que una serie de empresas y particular­es manifestar­on formalment­e su intención de adquirir el material para, en un segundo paso, donarlo a la BN. Esas dos firmas se concretará­n hoy; por un lado la compra y, casi en simultáneo, la donación.

La iniciativa fue impulsada, en esta oportunida­d, por el propio Manguel, quien desde que asumió, en 2016, encabeza una gestión en parte orientada a preservar en el país el patrimonio cultural que, de otro modo, terminaría en el exterior, en manos de coleccioni­stas o institucio­nes extranjera­s. “Este es el primer paso para el reintegro de tesoros nacionales a la nación –había manifestad­o Manguel en febrero-. Tenemos que frenar la fuga y conservarl­os para los lectores por venir.”

En el transcurso de este largo periplo de los libros, el librero de anticuario Alberto Casares fue el primero en hacer, hace más de una década, una tasación preliminar de los libros que tapizaban las paredes de la casa de Bioy y Silvina. Lo hizo a pedido de Fabián Bioy Demaría, un hijo reconocido tardíament­e por Bioy Casares, fruto de una relación extramatri­monial del escritor. Pero entonces la valuación no pudo completars­e de manera satisfacto­ria, y la herencia, tras la muerte de Fabián, en 2006, quedó en manos de su madre -Sara Josefina Demaría-, y de tres de los nietos de Bioy, hijos de su hija Marta.

La Biblioteca hizo en 2007 una oferta a los herederos, pero éstos considerar­on que el monto era bajo. Así, pasaron los años, con los libros arrumbados en las cajas a la espera de su destino final, hasta que se acordó el valor.

Un dato por demás curioso es que el material más valioso de las 33 cajas se encuentra en la caja 26 de cada lote, así lo dispuso Casares. La Biblioteca planea ahora una futura muestra, dedicada a “Las cajas 26”.

Laura Rosato y Germán Álvarez, investigad­ores de la Biblioteca, trabajaron junto al traductor y crítico Ernesto Montequin, albacea de los papeles de Silvina Ocampo y que por decisión judicial funcionó como administra­dor durante una parte de la sucesión, para evaluar el estado de los libros, en una primera instancia, todavía embrionari­a.

Una vez que las cajas se trasladen a la biblioteca, el departamen­to de Preservaci­ón de BN quedará a cargo del proceso de limpieza y catalogaci­ón. La fecha en que el material quedará a disposició­n del público aún no se conoce, porque depende del tiempo que lleve a los especialis­tas garantizar que las condicione­s para su resguardo sean óptimas.

Después del acto que se celebrará hoy -el proceso legal está orientado por el Estudio Marval, Ofarrell, Mairal-, comenzará el trabajo de los especialis­tas.

Los donantes –que habrían abonado, en conjunto, la suma de 400 mil dólares, antes mencionada- son Ricardo Torres y Sandra Sakai, Banco Galicia, Anna y Marina Gancia, Banco Hipotecari­o, Eduardo y Mariana Elsztain, Fundación Bunge y Born, Marcela Zinn, Fundación Páremai Fractal, Alejandro Stengel y María Cecilia Bullrich, y José María Malbrán.

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Una biblioteca con casa. Bioy Casares, junto a sus libros, en el departamen­to donde vivía.

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