Clarín

Buenos Aires siempre tendrá un café a mano

- Marcelo Guerrero mguerrero@clarin.com

El bar ocupa una esquina apagada, dentro del triángulo que delimitan Colegiales, Villa Ortúzar y Chacarita. Su denominaci­ón empieza con La Nueva, una contradicc­ión notoria vista la antigüedad de sus instalacio­nes. Ya es domingo, pero daremos por válido aquello de que el día termina cuando uno se acuesta y, entonces, diremos que el porcentaje de mesas ocupadas (40%: ocho de 20) tal vez sea bajo para un sábado a la noche de principio de mes. Aunque debe aceptarse que la zona y la hora no parecen apropiadas para una mujer sin compañía, dos datos generan la atención del observador: son todos hombres los comensales y están solos. Apenas se adivina un diálogo entre dos señores que ya han limpiado el plato y conservan sobre sus mesas el vaso a medio servir, la botella de vino y el sifón.

De fondo, la pantalla muestra a otros dos varones solitarios, boxeadores de oficio, en intenso ejercicio de su tarea. No logran atraer la mirada de los parroquian­os, tipos que habrán sido testigos de centenares de esas peleas. Esta- blecer una edad promedio de la clientela es sencillo a simple mirada: de 50 para arriba. Están los canosos, los ligerament­e teñidos y los irremediab­lemente pelados. Mientras el único mozo reposa y repasa en el mostrador, el adicionist­a separa papeles (¿ticket fiscal?) con las cuentas. En un rato el local quedará vacío. Será tiempo de levantar las sillas y bajar la persiana hasta el lunes a la mañana.

Aunque se le pueda reprochar la humedad espesa y el tránsito caótico, a Buenos Aires hay que agradecerl­e su condición hospitalar­ia: siempre habrá un café que disimule la más rigurosa de las soledades.

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