Clarín

La guerra de estatuas, otra grieta absurda

- Osvaldo Pepe opepe@clarin.com

“La monstruosa estatua de Britania yacía de bruces sobre el camino, y por debajo de ella salían, aquí y allí, como las patas de una mosca aplastada, un brazo cubierto por la manga de una camisa blanca, una pierna vestida de un pantalón caqui…Había un charco de sangre y los miembros tenían una rigidez cadavérica.” ( “La venganza de la estatua”, cuento de Gilbert Keith Chesterton, escritor y poeta británico)

El duelo entre dos monumentos y dos dimensione­s de la historia imaginadas como confrontad­as terminó siendo una excusa del macrismo y el kirchneris­mo para su trajinada ruta de odios reales y amores fingidos. Hubo “empate técnico”. Ni la estatua de Juana Azurduy, heroína de la independen­cia en la lucha contra España, ni el monumento a Colón, genovés, navegante de profesión, devenido “ge

nocida” por la ignorancia o la deliberada adulteraci­ón histórica, están detrás de la Rosada.

“La Juana”, como llamó Cristina Kirchner a Azurduy Padilla al imaginar que el espadón en su mano sería una advertenci­a para sus sucesores políticos, fue emplazada en 2015 en lugar del monumento al hombre que desembarcó por primera vez en tierras americanas. Inicialmen­te fue un capricho cuasi monár

quico de Cristina Kirchner, convencida como estuvo de su derecho al poder eterno.

Ambas piezas tuvieron su origen en las gratitudes culturales de dos corrientes inmigrator­ias: la italiana a fines del siglo XIX y comienzos del XX y la boliviana, de la segunda mitad del siglo XX, aún en desarrollo. Obra del escultor Andrés Zerneri, hoy “La Juana” está ubicada frente al Centro Cultural Kirchner. Evo Morales vino a inaugurarl­a y su gobierno aportó un millón de dólares a la obra.

Las piedras fragmentad­as que veneraban al pobre Colón andan allí, desperdiga­das en terrenos vecinos al Aeroparque porteño, en proximidad­es del río de la Plata, en cuyas costas del lado uruguayo el explorador Juan Díaz de Solís sirvió de almuerzo para los indios charrúas en 1516. Obra del artista italiano Arnal- do Zocchi, esculpida en mármol de Carrara, fue una donación del pueblo italiano a la Argentina en su primer Centenario de 1910, aunque recién se inauguró en 1921.

En un largo proceso de querellas políticas y litigios judiciales, finalmente el cristinism­o y el macrismo terminaron acordando el desplazami­ento de la estatua de Colón. Un alto funcionari­o del gobierno porteño, duranbar

bista devoto, consultado por quien esto escribe porqué habían aceptado el polémico traslado, fue terminante: “En ninguna de las encuestas nuestras el monumento a Colón figuró como una preocupaci­ón de la gente”. Santa palabra: derribemos a Colón y su memoria. En confianza, el “charco de sangre” del que habla Chesterton en su cuento sobre la venganza de la estatua, podría verse como símbolo de un país confundido, partido en dos, que no ha sido capaz de hacer que Colón y Juana Azurduy pudieran convivir uno frente a otro, como mudos testigos de una Argentina capaz de asumir la tolerancia y el pluralismo.

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