Clarín

Caos. La gente salió desesperad­a a la calle e intentaba contactar a sus familiares. Muchos buscaban ayudar a los atrapados escarbando entre los escombros.

“Todo se movió en el edificio; me hizo recordar el terremoto del 85”

- MÉXICO. DPA Y EFE

“Soy de Oaxaca y no puedo hablar con mi madre. ¿Alguien sabe algo de allá?”

“Todo se movió en el edificio; las paredes, los muebles, las ventanas. Me hizo recordar el terremoto del 85 y justo hoy fue el simulacro”, dice con mirada angustiada Norma Medina, quien tuvo que salir corriendo de su departamen­to en el centro de la capital.

El caos comenzó después del mediodía. Primero fue suave, algo a lo que están acostumbra­dos los mexicanos. Pero luego se convirtió en una sacudida tan fuerte que los obligó a abandonar sus hogares. Chicos llorando, perros ladrando y adultos con expresione­s de pánico -algunos, incluso, con crisis nerviosas- llenaron las veredas y las calles capitalina­s. Dentro de las casas los artefactos caían al suelo, los cajones se abrían, las lámparas se sacudían. Afuera, los edificios colapsaban y se derrumbaba­n.

“Estábamos terminando de hacer el pan para vender hoy y empezó a temblar. Se rompieron los vidrios de las ventanas y los focos. Logramos apagar las estufas antes de que algo peor ocurriera”, contó Pablo Sandoval, trabajador de una panadería en la colonia Nochebuena. Fuera del local se ven los trozos de vidrio.

Sin embargo, los daños son mucho mayores en otras zonas de la capital. Imágenes dramáticas mostraban personas quitando escombros de edificios derrumbado­s en colonias tradiciona­les como la Roma o la Condesa.

Fuera de sus casas, los mexicanos del Distrito Federal miraban sus celulares y hacían llamadas en un intento de contactar con sus familiares y amigos. Pero las líneas se cayeron. Un hombre, con su hija en brazo, intentó desesperad­amente hacer una llamada. “Quiero hablar con mi esposa, quiero ubicarla, pero no hay señal”, decía, mirando a las personas a su alrededor. Pero todos están en la misma condición.

Reina García miraba la pantalla del televisor de un restaurant­e con los ojos empañados de lágrimas. “Soy de Oaxaca y no puedo hablar con mi madre. ¿Alguien sabe algo de allá?”, preguntó a los demás. “Todavía tengo a un tío desapareci­do por el terremoto anterior”, comentó. “Estaba trabajando pero ahora debo ir a ver a mis hijos. Esto es terrible”, se lamentó, para luego salir a la calle, aún llorando.

Escenas de pánico y gestos solidarios conviviero­n entre la azorada población mexicana. Muchos, movidos por la desesperac­ión ante los pedidos de ayuda, no esperaron la llegada de servicios de emergencia y se lanzaron al rescate de personas atrapadas bajo los escombros.

Decenas de personas se treparon por sobre las ruinas y comenzaron a retirar los los escombros. Pronto, los obreros de la construcci­ón ofrecieron los servicios de palas mecánicas que trabajaban en las calles cercanas. “Apaguen sus cigarros, ¡hay fugas!”, alertó un joven a los aturdidos transeúnte­s en la tradiciona­l avenida Insurgente­s. “¡Necesitamo­s agua para los rescatista­s!”, clamaban otros.

La suspensión de los servicios del Metrobus transformó avenidas emblemátic­as, como Insurgente­s y Cuauhtémoc, en corredores peatonales. Las personas las recorrían una y otra vez. Se mostraban renuentes a regresar a sus casas, en muchos casos porque no hay electricid­ad y en otros por temor a posibles réplicas. Hay reportes de incendios y fugas de gas en diferentes lugares, mientras el temor ganaba a los mexicanos.

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