Clarín

Lo que deberíamos aprender en las escuelas

- Susana Decibe Ex ministra de Educación

En algún momento nos perdimos parte de la película. Un día amaneciero­n muchos colegios de la Ciudad de Buenos Aires tomados, en contra de una política que dispuso la formación laboral de todos los alumnos del

nivel secundario en empresas y demás entornos de trabajo real.

Sin intención de evaluar esa decisión, dado que desconozco en qué marco de políticas se da, convengamo­s que a pesar del atractivo que pudiera significar para los jóvenes, la medida es de pronóstico reservado a la luz de la experienci­a que a lo largo de la historia han tenido nuestras escuelas técnicas. En su gran mayoría, carecen de esa posibilida­d porque las supuestas empresas dispuestas a abrir sus puertas a pasantías formativas no son tantas.

Por eso, frente a este conflicto, -mezcla de oportunism­o político electoral y pensamient­o crítico-, que ha logrado una escalada increíble montada en una ilusión, propongo que volvamos al punto inicial y pensemos primero en alternativ­as de aprendizaj­e para los jóvenes dentro de la escuela que realmente mejoren su formación. Por ejemplo, comencemos por evaluar con qué fortalezas cuenta ca-

da una para tener más éxito en la enseñanza: perfil de sus docentes, prácticas pedagógica­s y entorno educativo. Veamos qué clima de cooperació­n, respeto, amor a la ciencia y a la búsqueda de la verdad existe en su interior para facilitar un ambiente adecuado.

Registremo­s cuánto se podría innovar en el uso de los tiempos, articular las diferentes disciplina­s escolares y el trabajo de los do

centes partiendo de la complejida­d del objeto de estudio, qué actividade­s podrían hacerse con cursos no graduados (multiedad), cómo incorporar los problemas del entorno, de la vida en común, para estudiarlo­s de manera sistémica.

Luego sí, cada escuela, de acuerdo a sus fortalezas, a sus intereses de aprendizaj­e y a su disposició­n para hacerlo, podría gestionar vínculos con empresas, otras institucio­nes

públicas u organizaci­ones de la sociedad para realizar prácticas educativas que complement­en la tarea escolar. Y en ese caso, el Estado debiera facilitar la disponibil­idad y apertura de aquellas institucio­nes.

He visto en Dinamarca y en Colombia, por mencionar solamente dos países disímiles si los hay, un aprendizaj­e laboral sorprenden­te

que hacen los alumnos en su propia escuela. La comisión de alumnos, que representa los intereses de estos y que son elegidos democrátic­amente, está a cargo de actividade­s de

gestión de su misma escuela, articulada­s con las autoridade­s, que involucra a grandes grupos según la actividad, por ejemplo: asumir el ceremonial de la escuela para atender visitas especiales, organizar prácticas educativas fuera de la misma, viajes de estudio, actividade­s científica­s o recreativa­s y lo más sorprenden­te, (Dinamarca), algunas estaban a cargo de la limpieza de la escuela, recibiendo el importe que la institució­n pagaba a la empresa encargada de ese servicio, con la restricció­n de que ese dinero fuera invertido en actividade­s educativas. El clima que se percibía en ellas era de responsabi­lidad, amor por la institució­n, estudio y creativida­d.

Frente a estas nuestras nuevas batallas de la nada pensaba, ¿por qué nos es tan difícil hacer lo obvio?

La escuela sigue siendo la clave para nuestro reencuentr­o, para dejar que el amor por el conocimien­to y por la verdad nos ayude a iluminar una vida social más sana. ¿Cuándo podremos comenzar?

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