Clarín

El paso del tiempo en seis cuerdas

- E. S. eslusarczu­k@clarin.com

Si uno no supiera de qué disco se trata, algún distraido, o no tanto, podría confundir el comienzo de Guitarra

tango (Melopea) con algún tema grabado por el California Guitar Trio.

Nada descabella­do, si en el álbum previo de Edgardo Acuña uno se encuentra con una notable versión de la Crimsonian­a Lark Tongues in As

pic, a guitarra piano y bandoneón. Un gesto que en Guitarra tango Acuña replica con su singular abordaje de

Eruption, el tema que abre Tarkus, segundo trabajo de Emerson, Lake and Palmer.

Y si uno hilara fino podría trazar esa línea que une a Keith Emerson con Ginastera, a éste con Piazzolla, y al gran Astor con el bloque Milonga

del Angel (apenas un fragmento)/

Adiós Nonino, que en el nuevo disco de Acuña suceden inmediatam­ente a la obra del trío británico y con la tradición representa­da, por ejemplo, por los clásicos Gallo ciego (Agustín Bardi) y Papas calientes, de Eduardo Arolas.

En esa extensa línea de tiempo, las piezas de Acuña -a las que Patricio Villarejo aporta su cello, Nicolas Enrich y Pocho Palmer sus bandoneone­s y Mario Gusso la percusión- ofician de marco contenedor y anclaje en el aquí y ahora.

Ahí, el guitarrist­a exhibe su amplia paleta de recursos: recurre a la eléctrica sin efectos en su Milonga para Astor, a la guitarra midi en Llueve en Buenos Aires y al sonido acústico en Tango Spirit y Milonga Mística. El mismo espíritu con el que transita Ventarrón, de Pedro Maffia, donde esa “mugre” que tantos dicen que es esencial para que un tango se jacte de tal, aparece en la misma dimensión que la precisa digitación de Acuña, que transforma el sonido de las cuerdas en el mejor vehículo para su expresión. La misma con que recrea La

casita de mis viejos y Los mareados, en una gran actualizac­ión de la obra de Cobián y Cadícamo. w

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Un viaje tanguero.

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