Clarín

Un grotesco de glucosa y embutidos

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

Hay gente que nace con un campo de concentrac­ión en la cabeza. Y allí no hay tropas aliadas que te liberen y te salven: morís entre tus propias alambradas de púas. En un mundo que cambia por minutos y que procura a cada paso mayores libertades para el prójimo, el país contempla boquiabier­to la polémica que enfrenta a dos provincias ya no por un proyecto educativo o de crecimient­o social, sino por el azúcar, el fernet, el maní y los salames. La historia es absurda, pero también es simple.

Una ordenanza del Concejo Deliberant­e de Córdoba prohibió que en las mesas de bares y restaurant­es de la capital provincial haya azúcar. La prohibició­n se une a la que rige en otras zonas del país respecto de la sal y los saleros. Por estos lares siempre hay algún tronado que pretende guiar la vida y los gustos del otro, mientras disfraza su peligrosa traza y sus designios con la máscara de las buenas intencione­s.

El gobernador de Tucumán, una provincia en la que el azúcar es la producción básica, pidió que la medida sea declarada inconstitu­cional. Un legislador provincial arriesgó entonces que Tucumán debería prohibir el consumo del fernet, que combinado con Coca Cola forma parte del acervo cultural de Córdoba, y ya hay un proyecto en la legislatur­a para que, como en los Estados Unidos de los años 20, una Ley Seca borre de los estantes tucumanos el fervor amargo del trago cordobés.

En la provincia norteña quieren más prohibicio­nes: exigen la abolición de otro ícono cultural y marca registrada de sus ahora rivales no quieren ni ver el maní de Córdoba en ninguna de sus formas, salado, entero, partido, con cáscara o pelado y, eventualme­nte, hasta con chocolate. Y en una carga frontal en respuesta a la ofensa inicial, los tucumanos también quieren suprimir de sus mesas los salames cordobeses, que suelen perfumar como Chanel y regalar un sabor que no soñó Dionisio.

Hasta aquí, el ridículo al que han llegado las máximas autoridade­s políticas de las dos provincias, ¡gente grande, caramba! Pero todo puede superarse. Un legislador radical jujeño entró a terciar en la batalla con una acusación inquietant­e y reveladora: “El fernet es nuestro. Los cordobeses nos lo robaron”. Por mucho menos que esto, hubo anarquía y guerra civil en el país hace dos siglos, año más o menos.

Es imposible encarar este desatino con seriedad, sin rozar el grotesco, lo chusco, lo chocarrero. Pero cuando hay algo que podría ser divertido y en cambio provoca tristeza, es que ya no hay humor: es decadencia. Y este fatuo enfrentami­ento entre petulantes, no hace sino confirmar la declinació­n cultural de una clase política que conoció, diría Truman Capote, otras voces y otros ámbitos. Nuestra verdadera grieta no está tallada por la oposición de las ideas, sino por la admisión de lo irracional como argumento político o aspiración social. Es probable, aunque no seguro, que las futuras generacion­es merezcan un país mejor que el que esbozan estos patéticos adalides de la glucosa y los embutidos.

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