Clarín

La hipocresía sutil del artista independie­nte

- Hernán Firpo hfirpo@clarin.com

En cuestiones de arte y otras actividade­s con ínfulas de grandeza espiritual, la “independen­cia” es un discurso que motoriza autoestima y sirve para mostrar en qué lugar del mundo nos paramos. El artista que habla de “independen­cia” es el mismo que medio minuto después insinúa la palabra “libertad”.

Pobre independen­cia: tan manoseada, tan falazmente divulgada. La procedenci­a del asunto a veces resulta más interesant­e que lo que vemos o escuchamos. “Independie­nte” también es una etiqueta y puede usarse como justificac­ión o pedido de disculpas. A esto, el crítico -siempre compasivo- le dice “minimalism­o”. La “independen­cia”, sin embargo, es una industria un tanto extemporán­ea. Más que como manifiesto, funciona por despecho y omisión de un negocio en franca retirada.

Los medios se cansan de presentar artistas que se autogestio­nan (muchísimio indie). Escritores, actores, músicos pregonando la emancipaci­ón ética y estética. La peripecia independie­nte y su ritmo orgánico que llega hermanado de lo “colectivo”. Una sociedad tan egoísta y utilitaria tiene la obligación de sospechar de estas utopías que, por lo general, son banderas que se agitan en las malas.

Supongamos que el negocio de la música fue la primera víctima del huracán digital. Si es así resulta comprensib­le que las discográfi­cas sean las más afectadas Es la triste y cruda realidad. ¿Pero entonces qué significa la actitud heroica del músico independie­nte? ¿Cuánto faltará para que los medios entiendan que la noticia no es otro músico independie­nte sino uno que, por fin, haya firmado contrato con una multinacio­nal?

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