Clarín

“My name is Castro, Fidel Castro”

- Osvaldo Pepe opepe@clarin.com

“Con tanto inglé que tú sabía,/Vito Manuel,/con tanto inglé, no sabe ahora/decir: yé/La mericana te buca/Y tú le tiene que huir:/Tu inglé era detráis, guan,/Detráis guan y guan tu tri…/Vito Manuel, tu no sabe inglé./ No te namore más nunca,/Vito Manué,/Si no sabe inglé,/¡si no sabe inglé!” (Nicolás Guillen, escritor y poeta cubano, de su poema “Tu no sabe inglé”)

Tuvo que morir Fidel y que Donald Trump morigerara en parte su rechazo inicial a los acuerdos de reapertura bilateral entre EE.UU. y Cuba para que la leyenda del personaje de

James Bond lograra su hazaña más épica. Algo impensado en la década del 60, cuando la poderosa industria del cine occidental lo transformó en un héroe de multitudes. Acaso esas fieles audiencias hayan desdeñado el trasfondo ideológico de cada una de las películas, apuntes subliminal­es en el marco de la disputa a veces en sordina, otras a los gritos, entre Washington y Moscú, aquella Guerra Fría que, de rebote, impactó en la isla caribe--

ña, alineada férreament­e con el comunismo ortodoxo de la nomenclatu­ra de Moscú.

La Unión Soviética estaba por entonces zambullida en fuertes purgas internas para desprender­se de las últimas sombras del stalinismo. La saga de los filmes del agente 007, el espía secreto del poderoso servicio británico “con licencia para matar”, que eso significa el código 007, se pudo ver en agosto en la Cinemateca de La Habana sin necesidad de recurrir al mercado negro de la piratería, en donde las copias circulaban de mano en mano como pan caliente. Por una simbología del destino, el desembarco cultural ocurrió el mismo año en que murió el británico Roger Moore, uno de los actores más emblemátic­os que interpretó al personaje en siete de los 25 filmes del agente invencible, seductor, arriesgado, con más vidas que un gato, pero sobre todo sutil, o no tanto, anticomuni­sta, La celebridad de ficción fue creada por Ian Fleming, un escritor que por haber participad­o en la Inteligenc­ia de la Royal Navy en la Se- gunda Guerra conocía al dedillo las entretelas del espionaje y el mundo sofisticad­o de los espías. Quizá Moore y Sean Connery, aunque también Pierce Brosnan y Daniel Craig, el más reciente, hayan sido los intérprete­s que más brillaron en la tarea de ponerle el cuerpo y el talento a uno de los mitos del cine, dueño de la frase que terminó siendo una marca registrada: “Mi nombre es Bond, James Bond”.

En confianza, Guillén, un poeta de la negritud cubana, y agitador de la revolución castrista, quizá no imaginó que el consejo a Vito Manuel por no saber inglés, el idioma del Imperio, terminaría siendo devorado por la avidez que la inútil censura a un paladín de ficción despertó en el propio pueblo cubano. A tal punto que uno sospecha el propio Fidel acaso haya sido uno de los espectador­es clandestin­os de aquel adalid que tenía mucho de su personalid­ad. Transgreso­r, carismátic­o, mujeriego, insurgente. Como si con un aromático habano en boca hubiese susurrado aquello de “Castro, my name is Fidel Castro”.

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